HIPOACUSIA
Motonave "Aracelio Iglesias"
Ustedes no se imaginan la cara que puso aquel narrita
cuando me vio descender del taxi con una caja que le resultaba muy familiar,
cambió de la luz amarilla a la roja de un tirón y temblaba. Eso sí, nada de
mala cara, porque el que se ponga a hablar mierda de los japoneses yo soy el
primero que lo ataca. Muy educados, hablan bien bajito y desde que entras a
cualquier tienda inician esa gimnástica continua del sube y baja la cabeza.
Tienes que acostumbrarte y debes responderle, pero carajo, no tienen que
jorobarse tantas veces, hay que perdonárselo, hay que perdonarlo, ellos no
saben ná de las bisagras oxidadas o el desayuno flojo.
Con tremenda calma deposité el cajón en el piso de la
tienda y me jorobé dos o tres veces. Por suerte, bueno, no se puede decir que
la sea tampoco, ustedes saben que nosotros no botamos nada. La caja estaba
intacta, las divisiones de poli espuma, las bolsitas plásticas, todo lo había
conservado.
Nosotros los cubanos no botamos nada, la necesidad
nos ha enseñado. Me saludó en japonés y yo le respondí en español, total, él no
hablaba otra lengua, para qué iba a gastar las pocas balas que tenía de inglés,
había que reservarlas. Entonces, con mucha calma de mi parte, saqué la factura
y la garantía del equipo. Todo estaba escrito en japonés y lo único que yo
entendía era la parte de la fecha que, por cierto, la garantía vencía al día
siguiente y solo nos quedaban tres días para zarpar.
El socio lo leyó tranquilamente, ya se había calmado
y recobrado su color amarillo natural. Llamó a una viejita que se acercó
inmediatamente a nosotros y se repitió la ceremonia del sube y baja, le
preguntó algo en su lengua, se dirigió a mí con lo que imaginé una pregunta y
le respondí en español.
-¡Mire, mamasam! Tampoco sé qué le dije, pero me la
jugué al canelo para darle un toque japonés a mi explicación, ella puso
cuidadosa atención a mis palabras. -El asunto es que tiene un canal de salida
medio jodido, exactamente el izquierdo. Me detuve y comencé a abrir la caja y
colocar todos los componentes encima de un mostrador. Delante de ellos armé el
equipo y les brindaba la oportunidad de comprobar que yo no era zurdo a la
materia. Después, le señalé hacia uno de los audífonos que tenían en exhibición
y me comprendieron, o sea, iban entendiendo perfectamente el español. Lo
conecté donde decía AUX y le pedí de paso que lo conectara a la electricidad.
Allí mismo le soné un casete de Boney M, nada de
copia, un casete verdadero que compré en un mercado de Singapur. ¡Ta bien! Era
pirateado y me había costado un dólar, pero la grabación era de muy buena
calidad. Me coloqué los audífonos y comprobé que seguía el defecto en el canal
de salida izquierdo. Con mucha delicadeza se lo coloqué al narrita y estuvo escuchando
un ratico, subía el volumen, lo bajaba, trasteaba el ecualizador, anulaba el
volumen del lado derecho, luego el izquierdo. Los bombillitos del volumen se
iban encendiendo en una disciplinada hilera, ¡coño!, como me gustaba eso, era
una novedad. Después, las lucecitas del ecualizador funcionaban de mil
maravillas.
Sin avisarle desconecté los audífonos y se observaba
ese ir y venir vibrante del corazón de las bocinas. Muy lindas, por cierto, de
color metálicas y con algunas salpicaduras de CocaCola que no pude limpiar.
¡Ná! La jodedera de los curdas que invitas al camarote y no tienen práctica
para abrir las laticas de refresco, cosas del subdesarrollo. Yo cogí un
encabronamiento del carajo, pero como también estaba medio curda se me pasó
rápido. Estábamos celebrando la compra del equipo, no digo yo si merecía una
celebración, que no es fácil sonarse el Océano Pacífico a golpes de manuelas
para comprar un equipo con un poco de vergüenza. ¡Pa qué vean! Ese viaje
escapamos, el que hace la ley también hace la trampa. Nos tocaba comprarnos
ropa de frío y el arreglo era sencillo, el Sobrecargo del buque "Aracelio Iglesias" nos soltaba la pasta en
vivo y directo, y nosotros lo tocábamos con unos cuantos varitos. ¡Claro! Había
que conseguirse facturas que dijeran se habían comprado abrigos, botas,
guantes, pantalones, gorra, medias, calzoncillo y camiseta. Con eso no había
líos, entregábamos cualquiera. ¿quién se iba a poner a investigar? Todas
estaban en japonés y Japón queda lejos, caballeros. Claro que me eché varios
equipos, pero ahora no puedo estar haciéndoles el cuento y debo concentrarme.
El chama me dijo en japonés que no había líos, que
todo estaba perfecto. Me colocó los audífonos y me puse a trastear todas las
teclitas como hizo él. ¡Vaya! Pa que no fuera a pensar que yo era comemierda,
hasta me encabroné un poquito para asustarlo. Ya saben ustedes, a ningún
comerciante le conviene tener a un cliente disgustado dentro de su tienda.
-¡Mire, mamasam! Póngase este tareco pa'que compruebe que yo no le miento. Y
con la misma se lo coloqué en el güiro. ¡Claaaaro!, con mucha delicadeza,
tampoco así, la narrita podía ser perfectamente mi abuela. ¡Pues, ná! Ni
protestó la vieja, hasta tiró unos pasillitos inventados cuando escuchó algunas
notas de Ma Baker.
Después que bailó un poquito al ritmo de los Boney y
con algunos pasillitos de geisha bien educada, la temba se quitó los audífonos
y me llevó para el fondo de la tienda. Allí tenía una hornillita encendida con
una tetera encima y me brindó una tasa de té sin azúcar, se la pedí, pero se hizo
la cabrona y tuve que tomarlo amargo.
-¡Vamos a ver, mijo! Me dijo en perfecto japonés.
-¿Cuál es el bateo?
-¡Ná, abuelita! La rumba es que me he gastado más de
la mitad de la plata de este viaje en ese equipo y no quiero llegar al patio
con un canal fao a las mallas. Ya usted sabe, la plata que me dio el Sobre por
la ropa de frío está incluida también. Pero bueno, no solo compré este equipo
que va directo a mi gabinete. ¡Nooo! Que no es así de jamonete tampoco, el lío
es que nosotros tenemos una libretica donde nos apuntan los equipos que
entramos. ¡Osease! Me toca entrar una radio grabadora cada cuatro años. ¡Pero,
coño, mi abuela!, uno tiene que luchar.
Entonces, y ahí es donde radica el bateo, yo compré
un frío de uso para dárselo al aduanero y poder pasar mi mercancía sin líos.
Pero tampoco, así como así, tengo que recuperarme del bache. Es decir, debo
llevar otras cosas para vender y en eso entran otros equipos. Por ejemplo, hay
que llevar otro frío pa lanzarlo, usted sabe, eso es pan caliente, allá solo lo
venden a los vanguardias. ¿Y qué me dice del equipo de música que me pidió
Julito el carnicero? Hay que cumplir con los clientes, y sobre todo, si son tan
importantes como él. Abue, usted no se imagina lo difícil que está la carne en
el patio. Se lo garantizo, Julito va a estar muy contento, le armé una columna
espectacular. También va el tiví de mi vieja, usted no se imagina el daño que
produce a la vista los blanco y negros que venden en el patio, y no a todo el
mundo, hay que ser vanguardia también. De paso y para ser modesto, compré un
aire acondicionado de medio palo para instalarlo en mi cuarto. Mi vieja, el sol
da de frente a esa pared por la tarde y no hay quién eche un palito sin sufrir,
porque la pared se mantiene caliente hasta la madrugada. ¿Me comprende? El lío
es que ese equipo va directamente a mi casa, imagínate tú pagar con un frío
para poder entrarlo y que llegue roto. ¡Ta bien! El frío es de medio palo, pero
es de difusor, nada de hielito en el congelador.
-Tu caso es dramático, vamos a hacer una cosa, déjalo
aquí y pasa a buscarlo mañana. La miré fijo a los ojos y le mostré toda la
desconfianza del mundo, bueno, estaba justificado por la experiencia de los
años y estuve a punto de decirle que me quedaría en la tienda mientras el técnico
revisaba el equipo. Era lógica esa actitud tan absurda, acostumbrado como
estaba a los hijoputas que trabajaban en los consolidados, no pensé encontrarme
en Tokio y olvidé la honestidad tan brillante de todos los japoneses. Ella se
enojó un poco y no tuve otra alternativa que aceptar y regresar al siguiente
día.
-¡Domo arigato, domo arigato gozaimasu! Vaya, el
gozaimasu lo encontré ahora en el diccionario y lo sueño por un asunto de
alarde, ya saben ustedes como somos los cubanos. -¡Sayonara, sayonara! Agarré
el cajón y me fui al carajo en un taxi, el barco estaba de salida. Armé el
tareco nuevamente en el camarote y continuaba con la misma jodedera, pero ya no
había arreglo, tenía que comérmelo con papitas fritas.
¡Muchachos! Quién les dice se da tremendo bateo en la
marina mercante cubana por los setenta, creo que a finales. El lío es que le
hacen unas audiometrías a varias gentes que trabajaban en máquina y descubren
decenas de medio sordos y algunos casi ponchados. ¡Pa'qué fue aquello!
Audiometría pa'to'el mundo, ustedes saben cómo funciona eso en Cuba, cuando la
agarran con una cosa no paran hasta cagar. Vacas, vacas, vacas, col, col, col,
col, trasplante de corazón, trasplante, trasplante, trasplante. Círculo
infantil, círculo, circulo, marcha, marcha, marcha, trincheras, trinchera,
trincheras. Así, hasta que se olvidan de una mierda y agarran otra hasta
aburrirse. En la marina fue igual, pasaron por ese aparatico del hospital
Fajardo a toda la gente de máquina. Decenas de maquinistas y engrasadores
fueron removidos de sus plazas y cayeron de cabeza en cubierta o cámara, eso
sí, sin indemnizar a nadie, esa gente se quedó sorda en nombre de la patria.
Pensé yo, bueno, ya acabaron con la gente de máquinas
y se les quita la calentura, pero me equivoqué, la agarraron con los oficiales
que trabajábamos en el puente. ¡Ojo! La gente de máquina se queda sorda porque
estuvieron trabajando una pila de años sin protectores, no fue por culpa del
imperialismo ni del bloqueo, que orejeras se vendían en el mundo entero. La
rumba es que me incluyen en el chequeo anual una audiometría y caigo de jamón
en el hospital Fajardo.
¡Miren, muchachos! Ni se imaginan el encabronamiento
que agarré con aquella técnica que me hizo la prueba. La tipa no quiso ceder,
era la última incorrupta que existía en la isla. ¡Nada! No aceptó absolutamente
nada, ni blumer, ni pañuelos de cabeza, perfume, teteras, invitaciones al
Conejito, Riviera, Capri, Habana Libre. Aquella hija de puta era la única pura
que había en la isla y me la saqué como un premio de lotería.
El compañero padece de hipoacusia en el oído
izquierdo, así puso la cabrona en mi historia clínica. ¡Imagínate tú! Yo no
podía presentarme en la empresa con ese numerito, me iban a disparar
inmediatamente del puente, tenía que inventar, inventar, eso es. Arranqué pa'
la pinga aquella hoja de mi historia clínica y compré una botella de ron en
camino a la casa.
Siempre aparece algo, eso es lo bueno de Cuba,
pensaba mientras viajaba en la guagua. Resolví, como no voy a resolver en esa
isla repleta de miserias, que carajo se pensó aquella técnica de mierda. No
joda, va a poder en contra de todo un pueblo, ¡qué berraca! Si no anda por
Miami debe estar en la isla cagándose en su madre.
-¡Oye, mi socio! El lío es que en este hospital no hay
equipos para hacer una audiometría. Le dijo el otorrino de la Benéfica al
médico amigo mío.
-¿Y eso qué importa? Pídele prestado cien pesos para
ver si te escucha o no.
-¡Ño, esa es dura!
-¡No jodas! Aquí hemos resuelto casos peores. Ese día
salí con mi historia clínica llenada correctamente y continué navegando. Todos
los años posteriores yo engañaba a la técnica de turno, era muy fácil, te
encontrabas sentado frente a ella y observabas todos sus movimientos en la
operación del equipo.
-Doctor, el asunto es que ya no escucho el teléfono
por el oído izquierdo y deseo saber hasta qué punto tengo dañado el derecho. Le
respondí ante las preguntas normales por mi presencia en su consulta.
-¿Tienes antecedentes de sordos en la familia?
-No.
-¿Has estado sometido a ruidos muy fuertes?
-De los catorce años a los diecisiete estuve en
largos períodos de cañonazos.
-De ruidos fuertes.
-De cañonazos.
-De ruidos fuertes.
-De cañonazos.
-De ruidos fuertes.
-¡Oiga! Ya le dije que no eran ruidos, fueron
explosiones por cañonazos. No sé por qué, pero me dio la impresión de que había
descubierto mi acento y no deseaba conocer las razones, insistía en dibujarlas,
me cayó mal de gratis.
Se levantó y me reconoció la garganta, nariz y oído.
Me remitió a otra clínica para realizarme una audiometría y en esta oportunidad
no me interesaban los trucos, es que no existía la más remota posibilidad de
realizarlos. Me encerraron en un cubículo de espalda a la técnica y aquella
prueba fue bastante extensa, yo me comunicaba con ella por medio de un
micrófono de acuerdo con sus instrucciones. Al finalizar me entregó una hoja
donde aparecía dibujado todo un gráfico muy parecido al de los viejos
barómetros o termógrafos.
-¿Cómo estoy? Le pregunté al final del ensayo, cubano
al fin.
-Ya le dirá su médico, no estoy autorizada. Vi en su
respuesta todo el profesionalismo que se respira en este país, todo es secreto
o privado. Llegando a la casa saqué nuevamente un turno para la consulta del
otorrino.
-¡No me explique nada! Me dijo el hombre cuando me
senté frente a él y hojeaba aquellos resultados que me dio la técnica en audiometrías.
–Usted tiene ponchado el oído izquierdo y el derecho con algunos problemas.
¿Tiene antecedentes de sordera en su familia? Era lógico que se haya olvidado
de nuestro primer encuentro, ya había pasado más de veinte días.
-¡No! Durante mi juventud fui sometido a largas
jornadas de cañonazos y nunca usé protectores.
-¿Y eso cómo fue?
-Yo era calificador de tiro antiaéreo y debía estar
junto al cañón, solo que me quedaba al lado izquierdo, por eso se me afectó ese
oído más que el derecho. Ahora bien, esa deficiencia auditiva solo fue
detectada a los veinte tantos años.
-De acuerdo al chequeo que le he realizado, he podido
comprobar que su tímpano exterior se encuentra en perfecto estado. O sea, el
daño causado ha sido en su tímpano interior. ¿Qué le digo con esto? El daño es
irreversible y no puedo operarlo, le voy a recetar una prótesis que lo ayudará.
Llenó unos papeles y escribió la dirección de la clínica más próxima a mi casa.
Yo lo observaba en toda esa maniobra y me reía pensando. Se creerá él que yo
usaré ese tareco para escuchar los ronquidos de mi mujer. ¡No joda! Si hasta un
poco de sordera es saludable en estos tiempos, dejas de escuchar tanta mierda
que se habla, no solo entre los cubanos cuando nos reunimos, hablo de las
porquerías que se escuchan por televisión, sobre todo, las manifestadas por
muchos políticos actuales.
Le comentaba a una amiga sobre aquel bateo en la
tienda de Tokio y la jodienda del canal de salida dañado en el equipo de
música, aún no me había hecho la audiometría. Por eso no contesto al celular
cuando estoy manejando, el problema es que yo soy derecho. De todas maneras, si
de algo pueden estar convencidos, los ronquidos se los suena el médico, y
ahora, hay que buscarle el lado positivo a esa semi sordera, siempre aparece
algo, se los digo yo que soy cubano.
¡Ahhh! Ahora que me acuerdo, dice el médico que la
prótesis es mandada a fabricar de acuerdo con las necesidades del paciente.
Hasta eso me da risa, me viene a la mente un hermano que debía usarlas en Cuba,
el pobre, finalmente dejó de usarlas, le molestaba a pesar de su sordera. Me
molestaba a mí cuando estaba frente a él y escuchaba un piiiiiiiiiiiiii larguísimo.
No hubo maneras de convencerlo, siempre prefirió cargar con su sordera. Pero
allá era así, vacas, vacas, vacas, huevos, huevos, huevos, coles, coles, coles,
círculos, círculos, círculos. Son repetitivos y poco originales, ni para vender
condones sirven, lo mismo te toca el de un gallo que la talla de un burro. Y
los ronquidos de la socia, que se los suene el médico.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-03-18
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