jueves, 25 de julio de 2019

LOS MARINOS EMBAJADORES



                                       LOS MARINOS EMBAJADORES 



Jóvenes que pertenecieron al grupo de Marinos Embajadores, yo soy el que se encuentra sentado.




…Me veo sentado a mitad de la longitud de aquel teatro, era pequeño, quizás unas quince filas de diez o doce asientos, no muchos, ¿quién pudiera saberlo ahora?, han pasado tantos años. Me veo sentado con una camisita blanca de nylon, me la hizo una costurera de la playa Santa Fe. Hizo seis con un paracaídas que le llevamos, dos para Noyo, otras para Ángel Sardiñas y las últimas para mí…

Había vencido la primera emboscada tendida ese día de Julio del 67 durante mi primer contacto con Navegacion Mambisa, entre esa mañana y otras tres siguientes, habían caído en combate más de cien jóvenes desmovilizados del servicio militar con aspiraciones a convertirse en marino. Ese mismo día nos llenaron unas planillas y nos orientaron regresar al Departamento de Capacitación a los tres días siguientes.

No hubo reunión alguna, ya todo estaba cuadrado. El jefe de aquel departamento era un gordo deforme y de proyección extremista de apellido León. Un tiempo más tarde pude confirmar mis dudas, ese gordo acomplejado, solterón y con ruido de maricón, era el Jefe del Departamento de Capacitación, bastante déspota en su trato con los muchachos aspirantes a marinos. Se nos dio una boletica para que pasáramos por la caja de la empresa, los que no teníamos antecedentes laborales cobramos $50.00 pesos. Ese sería mi primer salario hasta el regreso de mi primer viaje a Europa un año y meses más tarde.

 Allí mismo se nos orientó presentarnos unos pocos días después para dirigirnos a la agricultura. Aquella noticia no me resultó agradable, acababa de regresar de una zafra azucarera, donde permanecí cortando caña por el pago de $7.00 pesos que nos pagaban a los reclutas, zafra a la que asistí obligado si deseaba desmovilizarme del puto ejército. No tenía otra opción si deseaba montarme en un barco y viajar por el mundo. También, aquellos $50.00 pesos tuvieron sabor a gloria cuando se comparaban con lo que me pagaron como recluta, aun el dinero tenía cierto valor y aunque la situación del país empeoraba cada hora que pasaba, había lugares donde gastarlos.

Nos trasladaron desde la sede de Navegacion Mambisa hasta una finca localizada en San Nicolas de Bari a bordo de un camión, así de simple, solo que ya nos íbamos acostumbrando a nuestras vidas semisalvajes éramos animales con algo de inteligencia. Una barraca oscura y bien calurosa fue nuestra primera sede en el campo, las literas eran de sacos de yute por el que tuvieron que desfilar decenas de “trabajadores voluntarios”. Allí comenzarían nuestras odiseas y primeros contactos con chivatos que no conocimos en la vida militar, ellos pertenecían al reducido grupo de militantes que muy pronto se impusieron por razones obvias.

Nuestras labores diarias consistían en guataquear campos de caña y malanga, siempre bajo la mira de aquellos hijoputas que más tarde integraron nuestra flota para desgracia de todas sus tripulaciones. Reuniones iban y venían, siempre sobrecargadas de críticas sobre problemas ideológicos que presentaba la juventud de aquellos tiempos. Idioteces como las de gustar vestir bien, inclinaciones por la música extranjera recientemente autorizada, ser presumido, cualquier palabra expresada y sacada de contexto por aquellos chivatos, podían ser las causas de una baja asegurada durante el transcurso de aquellas agotadoras e intimidadoras reuniones. En casi todas quedaba eliminado alguien por no cumplir los sagrados requisitos exigidos para ingresar a la marina y que se aplicaban con total extremismo por parte de aquellos personajes. La alimentación, como es de suponer, era pésima y las jornadas laborales superaban las diez horas de trabajo. Nunca había odiado tanto al campo como en esos instantes, nunca tuve alma de guajiro y siempre había vivido en la capital.

Dos o tres meses más tarde dividieron al grupo en dos y nos repartieron en dos granjas de chivos recién estrenadas. Se trataba de otra de las locuras o alucinaciones del comandante seboruco. Según su plan, la leche que produjeran aquellas chivas importadas de Canadá seria destinadas a los hospitales infantiles de La Habana para los niños que no podían consumir la de vaca. No puede negarse que el fin perseguido era muy humano, solo que las experiencias han demostrado a lo largo de las hoy seis décadas, la inconsistencia, falta de seriedad y luego desinterés en mantener algo, llevaron a ese plan, como tantos otros al fracaso. Por el camino iban cayendo otras victimas muy bien acogidas por el pueblo, una tras otras fueron cerrando aquellas Fruticuba, MarInit y luego llegarían las pizzerías a estados deplorables. 
¿Cuánto habrá sido el precio de cada una de aquellas sumamente “delicadas chivas”? ¡Vayan a saber! Existía plata para cubrir cada una de aquellas locuras del comandante. Lo cierto es que daban poca leche, requerían una atención especializada y muy costosa, mientras las chivas criollas andaban por la calle comiendo trapos y papeles con las tetas desbordantes de leche. No es cuento.

Dentro de todas las desgracias sufridas en ese año agrícola, nuestra estancia en aquella chivería fue una especie de vacaciones. El grupo no era malo y la comida fue excelente. Podíamos salir después de la jornada de trabajo a los pueblos cercanos porque estábamos al lado de la carretera central entre Catalina de Guiñes y San José de Las Lajas, allí permanecimos varios meses.

La felicidad dura muy poco en casa del pobre, sin muchas razones o explicaciones, nos vimos montados en otro camión que nos condujo hasta una finca llamada “La Rosita”. Pertenecía al pueblo de Guiñes, pero se encontraba en casa del carajo. Para llegar hasta la carretera mas cercana donde se podía tomar una guagua, debíamos caminar varias horas por un terraplén de tierra colorada.

En ese campamento el grupo era más numeroso y allí comenzaron a despuntar un equipo de chivatos hijos de putas destacados por su extremismo. Recuerdo entre las bajas causadas por estos degenerados la de un muchacho que le gustaba andar peinado. Siempre cargaba un peine consigo y donde quiera se retocaba. Era algo obsesivo en esa practica que no perjudicaba a nadie, buen muchacho aquel rubio. Pues en una de aquellas reuniones le sacaron ese sable calificado por ellos como “desviación ideológica” y allí mismo murieron sus aspiraciones por convertirse en marino. ¿Se dan cuenta de lo que estoy hablando? Aquellos jóvenes comunistas de primera cosecha eran peores que las juventudes hitlerianas. La comida y condiciones de vida eran pésimas, las jornadas de trabajo se extendían a las 10 horas diarias, sin contar las jornadas de trabajo voluntario para conmemorar cualquier fecha mierdera, círculos de estudios, etc.

Unos meses después de estar guataqueando malanga, recogiendo boniatos y otras labores agrícolas, el comandante seboruco vuelve a soñar y nos vimos de pronto, sin mediar explicaciones, montados nuevamente en un camión con rumbo desconocido. Esta vez no paramos hasta un punto situado en la carretera que existe entre los pueblos Santiago de Las Vegas y Cuatro Caminos. Nuestro albergue seria lo que fuera un hermoso restaurante campestre llamado “Montecito”, otro grupo se albergaria entre Santiago de Las Vegas y una “reservación” de militares llamado “Sierra Maestra”.

Teníamos la honrosa misión encomendada por la patria de sembrar café Caturra. ¡Coño, no salíamos de una pesadilla para entrar en otra! Fueron cientos o miles de huecos abiertos con una especie de coa artesanal con unas rígidas medidas, donde luego agregaríamos en el fondo una especie de fango negro conocido como “turba”. Creo que es impropio el nombre dado a esta especie de sedimentación que, fue extraída indiscriminadamente de la laguna Ariguanabo y que afectara mucho su impermeabilidad. Todo era una locura en la capital del país, la orden del día era partir para “El Cordón de La Habana” a sembrar café. Cerraron hasta las posadas, que es mucho decir, aquellos sueños del comandante seboruco eran sagrados.
Mientras eso sucedía y nos partíamos el lomo abriendo huecos tras huecos, sembrando un café que prometía ser maravilloso bajo un sol que rajaba las piedras, como sucede en las olimpiadas, aumentaron las metas y los obstáculos a vencer. Era una competencia sin fin donde se luchaba por una sola cosa, alcanzar nuestra meta, montarnos en un barco. El extremismo vivido en esos campamentos no tuvo parangón en toda la historia de la marina mercante cubana.

Parir a un hijoputa de la talla de un flaco, feo y todo descojonado llamado Taquechel, solo es posible lograr en un laboratorio. Este tipo era el secretario general de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) y bajo el periodo de su mandato se duplicaron las bajas entre los jóvenes. Muchachos que se eliminaron cuando ya estábamos próximos a cumplir el año de castigo en la agricultura. No solo fue este degenerado el que llevó a cabo esa cacería ideológica y medidas extremistas bajo unas condiciones de vida insoportables, se trataba de un equipo muy variado. Unos con más y otros con menos culpa, todos autores, al fin y al cabo. Muchos consideraran innecesarias estas líneas y yo digo que si lo son, ninguno de aquellos jóvenes han recibido disculpa alguna por el daño que recibieron y sueños destruidos, algunos ya no se encuentran entre nosotros.

Estaba Taquechel como Secretario General y su núcleo formado por Navarrete, Luaces, Kiko y otros que no me vienen ahora a la mente. De todos ellos Kiko era el mejor y nunca fue extremista. Navarrete y Luaces pudieron cambiar cuando se integraron a la flota, pero fueron del carajo en la época del Montecito. Al final de la jornada el hijoputa de Taquechel fue expulsado de la marina y si no me equivoco, creo que tuvo problemas por ser cleptómano, le ronca los timbales.

No recuerdo exactamente donde fue que nos bautizaron como “Marinos Embajadores”, ha pasado mucho tiempo. Todo tiene su origen en un discurso del comandante seboruco donde hace referencia a nuestros marinos como “embajadores”. Nos llenaron la cabeza de mierdas y hasta se llegó a decir que nos impartirían varios idiomas, etc. y muchos etc., realmente éramos “Marinos Agricultores”.

Cuando ya no hubo pedazo de tierra donde abrir un puto hueco para sembrar café, o cuando el comandante andaba incubando otro sueño (como sucedió), se dio por terminada aquella tarea o misión encomendada por la patria y fuimos para el edificio de la Empresa de Navegacion Mambisa. Unos recibirían clases de engrasador, otros de timoneles y los que no serian una cosa u otra, comenzaron sus tramites necesarios para embarcarse. Yo participe en el curso de timonel a la vez que tramitaba mi documentación de embarque, pasaporte, carnet de vacunación, etc. Es lógico que los trámites para los jóvenes “simples” se demorara mas que el de cualquier militante, como “simples” se identificaba a toda la mierda que pertenecía a la sociedad, y espero que ahora no me vayan a salir con cuento alguno. Fuimos los últimos en embarcar por esa sola razón, hurgaron en nuestras vidas con tal profundidad que, me parece nos hayan contado los pelos del culo. ¡Oh! Todo eso después de haber gastado un año entre guardarrayas como si fueras un campesino, o sea, si una hija de puta de algún CDR (Comité de Defensa de la Revolución) daba una mala opinión tuya, hasta ese punto llegaban tus sueños de ser marino y viajar. Se me olvidaba, durante todo ese tiempo que estuvimos estudiando en las aulas que poseía el edificio de Mambisa, nos encontrábamos bajo los dominios y poderes de León, aquel gordo fofo y deforme con ruido de maricón. No fue fácil vencer ese periodo de tiempo para luego vivir su continuidad en los buques, unos con mayor rigor que otros, pero todos infestados por esa lacra de chivatos y falsos comunistas que abundaron en la marina mercante cubana.

Los Marinos Embajadores pertenecieron al primer contingente de jóvenes con las que se nutrió la flota mercante cubana y cuyos objetivos eran las de sustituir a una vieja y noble marinería ya existente por el solo delito de pertenecer a una época pasada. Después de este numeroso grupo con un alto porcentaje de chivatos, se incorporó a la marina en la década de los 70 a decenas de muchachos de origen campesino. Ellos también sufrieron su proceso eliminatorio o de depuración en la agricultura, los destinaron a un plan plátanos del gobierno y por esa causa fueron conocidos como “Los Plataneros”. De ese grupo los hubo muy buenos y otros que resultaron terribles. 

La última incorporación masiva de hombres a la marina mercante ocurrió en la misma década de los 70. Se trató de aquellos combatientes de la Sierra Maestra que dejaron fuera del pastel y como piezas inútiles, tal vez con el objetivo de mantenerlos alejados de la isla, los mandaron para los barcos. Muchos de ellos fueron buenos hombres que sufrían sus traumas producidos durante la guerra, unos cuantos en estado de semi analfabetismo, otros tantos difíciles de domar o subordinar al mando de un buque y los menos, no abundaron muchos de esta especie, los que abusaban y explotaban su condición de excombatientes. Me tocó navegar con varios de ellos y solo tengo quejas de uno.

De aquellos “Marinos Embajadores” varios se hicieron oficiales o capitanes, otros tantos contramaestres o ayudantes de máquinas. Solo unos pocos no se superaron y continuaron hasta el final de sus días como simples marineros de cubierta o camareros. En el buque “Viñales” tuve a uno como subordinado, era un simple marinero que fuera testigo de mi ingreso en la flota y también de mi deserción. Han pasado 52 años del inicio de aquel sueño para muchos, unas veces destruidos por algún hijo de puta o simplemente autodestruido. Bien vale la pena recordarlos, ellos formaron parte de la historia correspondiente a la marina mercante cubana. ¡Claro! El comandante seboruco nunca dejo de incubar sueños que resultaban pesadillas y después del fracasado “Cordón de La Habana”, soñó el muy cabrón con la “Ofensiva Revolucionaria” aplicada en el año 68. ¿No fue otra de sus pesadillas?


Esteban Casañas Lostal 
Montreal..Canadá
2019-07-25


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