domingo, 9 de diciembre de 2018

EL MÉTODO



                                                            EL MÉTODO





-¿Usted es guapo? Era la primera pregunta que le hacía una vez sentado frente a mí mientras recibía sus documentos de enrolo. Es de suponer que aquella inoportuna e inesperada pregunta causara cierta sorpresa, es que no era común hacerla.
 
-Primero, ¿Por qué me pregunta eso? Muchas veces contestaban preguntando y sin poder ocultar su nerviosismo. Tampoco era usual que llevara los documentos directamente al Primer Oficial, generalmente los nuevos enrolados se dirigían directamente a la oficina del Sobrecargo. 
 
En los buques donde estuve ocupando la plaza de Primer Oficial impuse mi “método”, deseaba conocer al nuevo tripulante de primera mano, y de paso, leerle las reglas del juego. Lo hacía también porque nunca reconocí al Sobrecargo como jefe de nada, “Cámara” no era un departamento como tal, el buque estaba dividido en dos de ellos, “Maquina” y “Cubierta”, así constaba en el “Reglamento de la Marina Mercante”, mi biblia. Siempre la cargaba conmigo y la mantenía en la primera gaveta del buró lista para acudir a ella. Yo no exigía más allá de lo que ella establecía, tampoco concedía privilegios o era miembro de “piñita” alguna, las detestaba.
 
El termómetro perfecto para medir el estado ambiental de cualquier nave, lo constituía el “Libro de Guardias de Portalón”. Era lo primero que llevaba a mi camarote luego de firmar el “Acta de Entrega”, lo estudiaba rápidamente y sabia de la pata que cojeaba el oficial saliente. Si una tripulación estaba integrada por cuarenta tripulantes y encontrabas que, en ese libro, donde aparecían los integrantes de las tres brigadas de guardia, solo se registraban unos veintiún miembros, algo andaba mal, muy mal. Se estaba concediendo privilegios a casi la mitad de la tripulación, debías averiguar quiénes eran y el por qué. 
 
El reglamento decía que solo estaban excluidos de esas guardias el Capitán y el Jefe de Máquinas, y si yo, siendo el numero dos de la lista de enrolos y sustituto del Capitán como establecía el reglamento, cumplía con mis guardias, no estaba dispuesto a conceder privilegio alguno. Ese era casi siempre mi primer choque en los buques donde me enrolaba, ¡claro!, no aceptado por los perjudicados y origen de algunas campañitas sin éxitos, muy bien apoyado por todos los hasta entonces perjudicados. 
 
-Se lo pregunto porque yo no creo en guapos, es que me caen mal y en este buque existe un equipo muy bueno donde la guapería es el trabajo. 
 
-Yo le garantizo a usted que no provocaré problema alguno, incluso, conozco a varios tripulantes que le pudieran hablar de mí.
 
-No se preocupe, no me dejo influenciar por opiniones ajenas. Tiene todo el tiempo que permanezcamos en la isla para mostrar quien es usted verdaderamente. Si tiene algún problema no dude en consultarme, preséntese ante el Contramaestre y dígale al tripulante Rodríguez que le entregue la llave del camarote. Si me crea algún problema durante este tiempo, esté convencido de que no saldrá a viaje en este buque. Nadie puede imaginar cuántos problemas me evité con este simple procedimiento, ese contacto directo con el hombre fue muy beneficioso.
 
Nunca me vi muy afectado por las opiniones de otros tripulantes que se creyeron alguna vez dueños de las naves donde me encontré. Casi siempre eran integrantes de las “piñas” existentes y cuando daban una opinión sobre un nuevo tripulante, resultaba lo contrario a sus comentarios. Sin embargo, no puedo omitir que la mayor resistencia a los cambios necesarios y justos, como el relacionado con las guardias, tuvieron su origen en los propios capitanes al mando. Ellos se vieron “muy afectados emocionalmente” cuando incluí a los sobrecargos en las brigadas de guardia, era de suponer, salvando las escasas excepciones que indudablemente existen, muy pocas, por cierto, la mayoría de ellos eran cómplices de sus robos y otras inmoralidades cometidas en nuestras naves. 
 
Como quedó demostrado pocos años después de mi partida, la plaza del Sobrecargo era parásita, casi no tenia contenido de trabajo a bordo y no poseían conocimientos técnicos para reubicarlos en otras plazas, la eliminaron totalmente. Quizás haya estado yo prejuiciado contra ellos por esas razones y no les otorgué nunca la importancia o poderes que no se justificaban. 



 En mi oficina a bordo del buque "Bahía de Cienfuegos"


Algunos de los capitanes con los que choqué por esta razón, se encuentran calladitos viviendo un dulce exilio, cobrando un retiro a costa del contribuyente norteamericano, sufriendo la nostalgia de aquellos tiempos inmorales, época de cólera, y reuniéndose entre ellos, como hacían antes, formando un grupo de consolación para antiguos hijos de putas, pendejos.
 
-Contramaestre, llamar al puente. Solicitaba por el intercomunicador el mismo día de la partida a la hora de la comida.
 
-¡Dígame, Primero! Si era la primera vez que navegaba conmigo, pudiera resultar una sorpresa, no así para el que realizó varias travesías bajo mi mando.
 
-Después de comida suba con todo el equipo de cubierta al alerón del puente, quiero hablar con ellos.
 
-Oká, se lo comunicaré a la tropa. Ahora, tantos años después de mi partida definitiva, me he visto obligado a borrar periódicamente la palabra “okey” por la que correspondió a su tiempo. Me resulta un sacrificio escribir también la palabra “compañero”, es que luego de tantas traiciones se detesta y quisieras borrarlas del diccionario.
 
-¡Atiendan acá! No les voy a robar mucho tiempo de su descanso, ya los nuevos deben estar informados sobre mi manera de trabajar con el personal de cubierta, pero prefiero que lo escuchen de mi boca. No me interesa atender directamente las solicitudes de ustedes y solo lo hago en casos extremos. El Contramaestre es su jefe inmediato y yo despacho con él diariamente por asuntos relacionados con el plan de trabajo. Aun así, si ustedes acudieran a su persona y consideran que no son bien atendidos o son víctimas de alguna arbitrariedad de su parte, pueden dirigirse a mí con toda confianza. Las puertas de mi camarote siempre estarán abiertas para ustedes, no lo duden. ¡Ojo! El que venga con un chisme o chivatería sobre otro compañero de trabajo, pueden estar convencidos de que reuniré a esta tropa para resolver ese problema. No acepto chivatos o cualquier tipo de mariconerías en contra de un compañero de trabajo. ¿Comprendido? Algunos aceptaban este “método” con una sorda, pero visible sonrisa, otros no escapaban de su sorpresa. Cuando iban a comenzar los planteamientos y confundieran aquel contacto con cualquiera de las reuniones a las que respondían por reflejo condicionado, me limitaba a decirles que el encuentro estaba concluido. Allí y formando parte de ese equipo, se encontraba una mayoría militante, los mismos que una u otra vez traicionaran a cualquiera levantando su mano en cualquiera de sus reuniones trituradora de hombres. 
 
Anduve La Habana sin temores, sin evadir sus barrios peligrosos. Los conocí porque viví en muchos de ellos y comprendí a su gente, eran como yo, ahora convertido en un muerto de hambre elegante. Coraza de trapos baratos vedados para ellos, apestando a Galardón o Tulipán Negro donde el Fiesta era todo menos eso. 
 
-¿Sabes una cosa? Has metido la pata hasta los cojones. Cuando el barco llegue a La Habana, trata de ir a la Empresa a buscar un relevo por cualquier razón. No sé, enferma a tu mujer, la vieja, opera a una de tus hijas o búscate un certificado médico. El caso es que no te quiero en este barco por traidor, si no haces esto que te digo, entonces tendré que hacerte un informe y enviarlo a “Disciplina Laboral”. ¿Sabes lo que eso significa? Si no lo sabes te lo diré; “En toda mi historia dentro de la marina mercante cubana, nunca le he hecho un informe a tripulante alguno. Eso quiere decir que, si te lo hago, tendremos que ir a un juicio laboral donde mantendré mi palabra y no creo que salgas bien parado por tu metedura de pata, es probable que te expulsen de la marina. ¿Por qué te pido hagas eso y me ahorro hacerte ese informe? No lo hago por ti, pedazo de mierda, solo le doy una segunda oportunidad a tu familia. Si dependiera de mi voluntad, puedes estar seguro de que te pediría la expulsión de la marina”. 
 
No fueron casos aislados y las causas diferentes, pudiera incluir algún hurto entre ellas. Luego me detenía a pensar en los robos de mayor importancia realizados por quienes debían ser ejemplo para los subalternos y llegaba a la conclusión de que era un crimen expulsarlos por algo de menor cuantía.
 
No solo anduve por aquellos barrios de gente invisible, me senté con ellos y les conté qué rayos existía más allá del miope horizonte con tangente reducida ante sus ojos infelices. Gente muy pobre que me ayudó a comprender y evadir muchas de las trampas que te tiende el destino mientras avanzas.
 
Caminé sin miedo por todas las calles de La Habana, nunca esperé recibir un golpe bajo o, aquel merecido gaznatón con el que premiaron a varios hijos de putas en la esquina de Obispo y San Ignacio. 
 
Escribo y hablo sin ser perseguido por fantasma alguno, me protege mi conciencia cuando persigo sin éxito mi sombra. Es bueno vivir así, sin necesidad de una explicación o el temor a la puñalada de ese índice acusador que pueda devolverte al pasado. Si no hice más, si no pude aplicar un “método” propio para hombres en todas las naves donde dejé marcado su acero, fue en contra de mi voluntad. Allí, tuve que protegerme para sobrevivir a las traiciones de algunos maricones que, hoy se encuentran en el exilio disfrutando un retiro pagado por los contribuyentes en la tierra de sus enemigos.


 
 
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2018-12-09
 
 
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