martes, 8 de agosto de 2017

UN PASEO POR COREA DEL NORTE (2), FEUDO DE LOS KIM.


UN PASEO POR COREA DEL NORTE (2)
FEUDO DE LOS KIM.


Motonave Bahía de Cienfuegos, escenario de esta historia.

COREA DEL NORTE, 17 AÑOS DESPUES.


Después de descargar en el puerto de Tsingtao en China, el buque “Bahía de Cienfuegos” donde me encontraba desempeñando el cargo de Primer Oficial, fue designado para cargar en Corea del Norte, exactamente en el puerto de Hunnang donde había estado 17 años antes. Aquello me produjo molestias, conocía muy bien las características de este país. Sabía de las dificultades por enfrentar como el oficial dedicado ahora a la carga del barco. 

Corría el mes de Diciembre de 1990 y en China no pudimos comprar el avituallamiento requerido para continuar el viaje por problemas en los pagos de nuestros representantes, China había cambiado y exigía que estos se realizaran en dólares. Por tal razón partimos para Corea escasos de víveres y con la calefacción rota. Yo compré una pequeña hornilla eléctrica que mantenía encendida en el piso del baño de mi camarote para mantener un poco caliente a ambos. 

Me sorprendió un cable recibido por el Capitán desde la agencia CUFLET de Corea, se nos suplicaba que no limpiáramos las bodegas una vez terminada la descarga del azúcar a granel. Lo lógico en todos los casos era arribar al puerto de carga con todas las bodegas limpias y listas para la carga, pero nada me sorprendía en esos momentos. Podía ser que nuestra carga fuera hierro o algo por el estilo y que no exigiera tanta limpieza de las bodegas. 

Cuando llegamos a Corea el panorama era peor que el observado la vez anterior, más destruido y en lugar de notar avances, por el aspecto que nos mostraba el principal puerto de este país, lo vi más depauperado y sucio. Comprendí que 17 años no habían servido para nada, las mismas locomotoras de vapor con su caballo de Chullima y banderas rojas, ahora con las fotos del hijo de Kim Il Sung y el gordito de Kim Yong Il, sucesor del padre que dio inicio a una dinastía. Seguían los mismos cañones antiaéreos en lo alto de la colina vecina, parece que eran de palos y tampoco se movieron. 

Nos dijeron que podíamos salir a la calle y eso representaba un avance comparándolo con la visita anterior, pero cuando salimos no había nada halagador que ver. Incluso, cuando caminabas por una acera, los coreanos cambiaban de senda unos cincuenta metros antes de encontrarse con nosotros. Parece que era la orientación que les habían dado y de esta forma se verían muy remotas las esperanzas de cualquier contacto con la gente del pueblo. 

Fuimos invitados una noche el Capitán, el Jefe de Máquinas y yo a una cena en un hotel de este pueblo. Durante la trayectoria toda la ciudad estaba a oscura menos una enorme estatua erigida en la cima de una pequeña loma construida para este fin en el centro de la misma. Ella podía divisarse desde todos los ángulos del pueblo, bien iluminada y dorada según nos contó el traductor. La cena fue presidida por una gran austeridad, más bien muy pobre y dedicada a resaltar la figura de este nuevo líder. En esta oportunidad el hotel estaba totalmente vacío y solo vi la presencia del personal de seguridad del mismo. 

Las operaciones de carga duraron más de un mes, creo que ha sido el peor castigo sufrido durante mi permanencia a bordo de los barcos cubanos. Las raciones se agotaron y los coreanos no tenían nada para vendernos, ni huevos, que es mucho decir. Ellos estaban más jodidos que nosotros, aun así, sus gobernantes se empeñaban continuar con su fracaso sometiendo a este infeliz pueblo a incontables sacrificios, lo que les pueda contar sería muy poco sobre esta experiencia. 

La solicitud de que no se limpiaran las bodegas tenía su justificación, recoger toda la barredura del azúcar para consumo directo. 
Inmediatamente a nuestro atraque, el buque fue abordado por estibadores escoltados por personal del ejército, quienes embarcaban en sus camiones todos los sacos de esta barredura. Esta operación no fue nada fácil y aquellos trabajadores andaban colgados de los techos y paredes de las bodegas en la búsqueda de cuanto terrón permanecía pegado a ella. A los mismos que se jugaron la vida en estas labores, no se les permitió llevarse a sus casas ni una onza del producto. Esta situación, aparte de hacerme sentir un poco de vergüenza, me dio una imagen clara del duro momento por el que estaba atravesando el pueblo de Corea. 

Con 18 grados bajo cero, aquellos infelices andaban con unas zapatillas de lona, sin guantes, mal abrigados y en varias oportunidades los vi comiendo maicena cruda mezclada con azúcar. Para calentarse reunían un poco de madera y prendían fuego dentro de un barril, alrededor del cual se agrupaban cuando el frio les resultaba insoportable. Nos suplicaban por señas que les diéramos cigarros y siempre les tirábamos a escondidas de los guardias alguna caja de Populares, que se repartían entre los del grupo y fumaban con placer a pesar de su mala calidad. Las bolsas de polietileno con la basura que colocábamos en la popa de nuestro buque eran abiertas y después de extraerles la misma se llevaban los sacos con ellos, provocándonos tener un gran basurero en esta parte del barco. Todo lo que para nosotros era considerado como inservible y se dejaba abandonado, desaparecía como por arte de magia, sin embargo, nosotros no podíamos ayudarlos aunque quisiéramos, todo contacto con extranjeros estaba prohibida para ellos. Los dirigentes del puerto venían a diario a matarse el hambre en nuestro buque y nos recalcaban que por nada del mundo debíamos ofrecerle nada a los estibadores. 


Kim Jong Il, el heredero de una naciente dinastía

Un día de esos embarcó uno de sus políticos y en su recorrido por el buque llegó hasta el basurero de popa. Inspeccionándolo con detenimiento, encontró una hoja de periódico con una fotografía del camarada Kim hijo, que al parecer algún tripulante utilizó para limpiarse el trasero por falta de papel sanitario. Aquello dio origen a tremendo problema, había sido considerado una falta de respeto para el pueblo coreano. Según las palabras de este individuo, la sangre no llegó al rio por nuestra condición de cubanos, pero de acuerdo con su opinión, nuestra falta era muy grave y merecía la prisión su autor. 

Por otra parte, las condiciones nuestras empeoraban y en la medida que pasaba el tiempo, los víveres se nos agotaban. Nuestro desayuno se limitó a una taza de un café preparado con cualquier grano tostado y molido con leche condensada. Sentía mucha pena cuando tenía que exigirles a los marineros realizar cualquier tipo de reparación en el exterior del buque con 18 grados bajo cero.

Un día nos visitó la representante de CUFLET a bordo, era ella muy comunista y hablaba maravillas del gobierno coreano. Entre otras cosas me dijo que habían sido muy caritativos, le habían regalado al compañero Alberto Juantorena la fuente que serviría para adornar la entrada al estadio Panamericano que se estaba construyendo en La Habana con vista a la celebración de los Juegos Panamericanos y que nosotros transportaríamos. Le pregunté cuanto tiempo llevaba de representante de una empresa operadora de buques y me contestó que solamente un mes, ella se había desmovilizado del Ministerio del Interior. Le asignaron ese trabajo porque su marido era el Agregado Militar de la Embajada de Cuba allí. 

Le pregunté si conocía los términos utilizados en los contratos de transportación marítima, de fletamentos, de compra y venta, le pregunté si sabía algo de sobre estadía, pronto despacho, etc., etc., y realmente ella no conocía nada de esto. Le manifesté que la fuente de la que me hablaba hubiera salido más barata comprándola enchapada de oro en Las Vegas. Le expliqué someramente cuanto se perdía por cada día que nuestro buque estaba parado y ella me respondió que los tratos con los hermanos coreanos eran preferenciales y asunto de nuestro estado. Así ha sido durante estos cuarenta años, un problema de nuestro estado por la mala dirección de la economía y no del gastado bloqueo americano. 

Para el pueblo cubano Corea seguía siendo el ejemplo que seguir, al pueblo le mostraron imágenes bellísimas del Festival Mundial de la Juventud celebrado en Pyongyang. Cuando yo les decía a muchos que se estaban muriendo de hambre, no me lo creían. Hace solo unos meses, veía por la TV de Canadá las noticias acerca de la cantidad de personas que morían en Corea por inanición, ya habían transcurrido varios años de mi última visita a este país. Creerían entonces aquellas personas lo que les dije en aquel momento, de verdad que no me importa. 

Los coreanos celebraron aquel festival sometiendo a su pueblo a grandes sacrificios para vender una imagen falsa, como lo hizo Fidel cuando la celebración de los Juegos Panamericanos. Claro, el visitante no se da cuenta como está viviendo el pueblo y parte hablando maravillas. 

Corea 17 años después era un verdadero infierno como lo es Cuba también y otra muestra del fracaso del socialismo, aunque sigan empeñados en tratar de mostrar lo contrario. 



COREA DEL NORTE, CAPITULO FINAL.

Había destinado dos bodegas para cargar maicena en sacos y las otras tres restantes para carga general. Tomaríamos alrededor de unas 10 000 toneladas de carga que, en un país en condiciones normales podían consumir unos doce o quince días máximo de operaciones. En países desarrollados estas se realizaban en una semana aproximadamente. Todo comenzó con mucha normalidad en apariencias durante los tres primeros días, a partir del cual, aparecerían las dificultades características de todo el campo Socialista. 

Diariamente recibía en mi oficina a cuatro o cinco personajes a las doce del día con el pretexto de reunirse conmigo para analizar las operaciones del buque y la carga disponible en el puerto. Yo sabía perfectamente que lo único que buscaban era la invitación al almuerzo y por ello ordené al Sobrecargo que mantuviera una mesa preparada para ellos. Esto no lo teníamos orientado, pero nunca se me privó de esta facultad como jefe de departamento, era una cosa muy común en los países como el nuestro y en los demasiado pobres. En Cuba siempre tuve la norma de mantener invitados al almuerzo al jefe de los estibadores, quien venía acompañado de su segundo, al jefe de la tarja y al inspector de averías. Lo hacía principalmente por la cooperación que ellos me brindaban durante todas las operaciones, colaboraban incluso en tareas que les correspondían a los marinos, como la recepción de víveres, etc. Su ayuda era para todos nosotros muy valiosa, nuestras brigadas de guardia eran de tres hombres para atender cinco bodegas, lo cual resultaba en ocasiones fatigosa. Lo hacía también por un problema de humanidad, yo tenía siempre presente en la memoria lo que se padece cuando se tiene hambre y si estas concesiones las hacía con los cubanos, no encontraba razón para negársela a los coreanos, en definitiva, no era un exquisito manjar el que estaban disfrutando, pero estaba mejor que el que les ofrecían en el comedor del puerto. 

Llegó el momento en el cual aquellas frecuentes visitas me molestaban, entraban con los zapatos llenos de nieve y carbón que al derretirse dentro de la oficina, el piso quedaba espantoso y a mí siempre me gustó tenerlo limpio. Otra razón era que entre ellos había algunos arrogantes y se diferenciaban en la calidad de la vestimenta de acuerdo con su rango. Solo uno me caía bien, pero éste no hablaba en presencia de los demás, era el más humilde de todos y vestía como los colegas del puerto, aunque más aseado por la característica de su trabajo, me refiero al jefe de la tarja, la persona que debía entregarme el reporte diario de lo cargado.

De esta situación me salvó la entrada de un barco ruso, algunos de sus tripulantes pasaron por nuestra nave y uno de sus oficiales me invitó a que lo visitara, acepté sin vacilación para cambiar un poco de ambiente. Es de destacar que aquellos marinos y otros polacos que arribaron posteriormente se condolían por nuestra situación y nos contaban de los cambios que habían tenido desde la caída del bloque socialista. Se vieron beneficiados en cuanto a salarios, tratos, alimentos y sobre estas cosas, la desaparición del fantasma del Comisario Político de los barcos. Observé sobre la cubierta de su buque más de una veintena de autos que los tripulantes habían comprado de uso en Bélgica, algo todavía prohibido a los marinos cubanos. 

Después de compartir con ellos durante varias horas, les pedí que me regalaran un afiche de Gorvachov, de ser posible el más grande que encontraran a bordo, los rusos se rieron y pensaron que yo estaba loco. El viejo Gorvi no era bien visto en La Habana después de la Perestroika, lo encontraron y partí con mi trofeo de regreso, lo coloqué en una de las paredes de mi oficina. 

Mijail Gorbachov


Al siguiente día, cuando llegó la comitiva de coreanos con sus pies sucios y vieron mi afiche, dieron tremendo brinco y me preguntaron si yo quería a Gorvachov. Al responderles que lo amaba y que me gustaba la perestroika, salieron del camarote como si les hubiera puesto un cohete en el fondillo. A partir de entonces solo se limitaron a entrar directamente al comedor sin joderme más la existencia. Esto tiene su explicación, unas semanas antes el viejo Gorvi había visitado a Corea del Sur y aquello fue una ofensa para los camaradas del gordito Kim. Tenía que continuar viniendo el jefe de la tarja con el cual yo estaba interesado conversar. 

A los pocos días el hombre tomó confianza y me pidió un jabón de baño, como yo había comprado en China para llevar a mi casa y para mi consumo, le regalé los jabones cubanos que me dieron en el barco y el hombre se puso de lo más contento. los escondió dentro de su ropa como si fuera algo sumamente peligroso lo que estaba haciendo. Aquello me producía una verdadera lástima, yo veía en su rostro el reflejo de la vergüenza por lo que estaba haciendo. Era muy poco el tiempo que disponíamos para conversar, sus compañeros estaban esperando en el salón por la hora del almuerzo y muy posiblemente midiéndole el tiempo que despachaba conmigo. 
Uno de esos interminables días en aquel infierno, el jefe de la tarja sacó de su bolsillo tres diminutas manzanas verdes, creo que no sobrepasaban el tamaño de un limón y me las ofreció como símbolo de gratitud por los jabones que le había regalado. Yo las acepté con mucho gusto y sinceramente estaba deseando que se marchara para comerme una de ellas, hacía más de dos semanas que no probábamos frutas ni vegetales, pero terminando de entregármelas me dijo que ese era el almuerzo que le habían dado a los estibadores ese día. 
Tuve que rogarle que las aceptara de nuevo y suplicarle que se las llevara a sus hijos. Aquel gesto de ese coreano me partió el alma, creo que me ha servido de mucho en la vida, sobre todo en los momentos difíciles. Cuando uno está agobiado de problemas creyendo encontrarse en un callejón sin salida, entonces solo he tenido que mirar para atrás o a mí alrededor y aquello me da aliento para seguir luchando. Al principio se sintió algo ofendido, pero logré convencerlo. Después le ofrecía cuanta cosa me era innecesaria y que sabía que él podía utilizar. Le conté a los marinos la situación de esa pobre gente y le di órdenes a los cocineros de no botar absolutamente nada de lo que restara de las comidas. Los mismos marinos a escondidas de los jefes, se la llevaban a los estibadores a las bodegas y el espectáculo era dantesco. No creo que valga la pena describirlo. 

Me contó el coreano a duras penas los momentos que estaban viviendo y se interesaba mucho por el mundo exterior del que estaban ausentes desde que finalizara la guerra y Kim llegara al poder. Entre otras cosas, me dijo que para ir al cine era cuando el Comité del Partido de la cuadra te diera la invitación y no podía ser al cine que uno quisiera, era a uno en específico. La repartición de la ropa era algo por el estilo, por tal motivo el Agente que atendía al buque se vestía de una forma, su jefe superior de otra y así escalonadamente, mientras que los del pueblo todos se vestían igual y del mismo color. 

Vi en la televisión escenas donde había una larga fila de coreanos que pasaban ante un dirigente que les entregaba una cajita como de zapatos delante de un cuadro de Kim. Aquellos infelices hacían un millón de reverencias ante el mencionado cuadro, no era necesario comprender el idioma, aquel pueblo estaba totalmente destruido, estaba moralmente destrozado. 

Las operaciones de carga en las bodegas de maicena se pararon inexplicablemente durante más de una semana y por mucho que traté de averiguar los motivos nadie me daba una razón. Por suerte ya tenía a un amigo y éste me conto sobre el origen del problema. Se trataba del tren que traía el producto desde no se cual pueblo, se había perdido y nadie sabía de su paradero. Ustedes se dirán, coño, la verdad es que este tipo está apretando y se reirán, pero les aclararé que a mí no me sorprendió. 

Otro día vi desfilando a todos los coreanos del puerto con una flor en la mano, pocos minutos más tarde se personó en el barco un dirigente diciéndole al Capitán que debía hacerle una carta al camarada Kim felicitándolo por no sé cuál razón. Después en la cubierta me preguntó si yo no iría a ponerle flores a la estatua de Kim Jr. y le respondí que yo solo les ponía flores a mis muertos. El tipo partió a informarle al Capitán que yo tenía problemas ideológicos, estos tipos todos los días tenían alguna sorpresa para nosotros. 

Se aparecieron con un tractor cargado de barriles vacíos para que se los llenáramos de diesel oil para las operaciones del puerto y como el Capitán se negó, aquello fue una ofensa y le enviaron una protesta a la señora que representaba nuestra Empresa, la esposa del agregado militar de la embajada, quien ignorante al fin de nuestra situación, nos pedía que colaboráramos con los hermanos coreanos. ¡Carajo ! Como si le bastara poco que tener el barco parado allí, le costaba al país diariamente más de 2 500 dólares. 

Las tragedias de este viaje no terminaron en Corea, después nos complicamos aún más, pero es tema para otro trabajo. Hace solo unos meses vi, como dije anteriormente, las noticias alarmantes sobre la dramática situación del pueblo coreano, donde muchas personas estaban muriendo de inanición. Solo unas semanas después, trasmiten un gran desfile militar realizado en Pyongyang para celebrar no se cual efeméride, esas son las cositas que no me explico de esta gente. 

Confundido no salí este viaje de Corea, ya lo estaba hacía rato y había encontrado respuestas a muchas de mis preguntas en mi recorrido por casi todo el Campo Socialista. De una cosa estaba seguro, ese no era el futuro que yo deseaba para mi patria y ya en mi suelo, me quedaba muy poco al ver que no existían esperanzas de cambios para beneficios de nuestro pueblo.








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2007-02-10



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