Aunque nos encontrábamos protegidos por la sombra de una frondosa arboleda que bordea todo el camino desde la posta número uno hasta la misma academia, sudábamos a cántaros por el calor existente y la elevación que íbamos venciendo. Todo el trayecto desde La Habana lo realizamos dándonos consejos para mantener bajo control ese temperamento sanguíneo tan idéntico de ambos, nos prometimos mutuamente actuar con mucho control. Varias veces me aconsejó que no desertara de las filas de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), organización a la que me vi obligado aceptar su afiliación por mi condición de marino. Sin embargo, aquella orden de hundir al buque Renato Guitart con más de mil hombres a bordo, cambiaron para siempre todo sentimiento se simpatías que pude sentir por ese sistema. Hago esta nota, porque fue precisamente a partir de ese momento que no regresé nunca más a la organización y porque mi biografía ha sido vulgarmente manipulada por un “hijito de papá” con residencia en Suecia y de nombre Carlos Estefanía. Le concedo a este pajarito el privilegio de aparecer entre líneas en lo que pudiera convertirse en uno de mis futuros libros. Creo que él o ella, me menciona en uno de sus folletines. No sabe ese idiota que en aquellos tiempos, cuando aún él disfrutaba del protectorado de la saya de su mamá y la posición privilegiada de su padre, una deserción de este tipo podía significar la condena de esa persona y el futuro de su familia para siempre. Lo que hoy puede interpretarse como un acto sin importancia, ayer constituía una acción de rebeldía que muy pocos, poquísimos, se encontraban dispuestos a realizar.
No hablaré esta vez de todo ese proceso de presentación ante el jefe de la cátedra de navegación, ya lo hice en un trabajo bastante extenso sobre la academia que lleva por título “Clarke y Krasovsky”, lo pueden encontrar en varios sitios de Internet.
Fue suficiente la asistencia a tres clases demostrativas, ejercicio de práctica impartida por el gordo Panizo para comprender que yo podía hacerlo. Él se encontraba desesperado por abandonar la academia y nosotros por acabar de asumir nuestro papel de profesor. No era tan fiero el león como lo pintan, pensé cuando lo observaba impartiendo sus clases, el aura de esa fama gozada por la institución había desaparecido un tiempo atrás, mucho antes de nuestra entrada.
El ambiente se encontraba algo tenso, habían acabado de sustituir al director Michelena y según me contaron, las causas principales fueron acusaciones de corrupción. No le dimos mucha importancia, vivíamos en un país totalmente corrupto y esas purgas frecuentes llegaron a formar parte de nuestras vidas. De algo estábamos convencidos, los pocos estudios de filosofía que llevábamos en la mente, junto a los interminables y repetidos discursos del comandante, nunca resolverían los problemas de aquella tierra donde se combaten los efectos y las causas se abandonan al azar.
El estado de miseria que una vez creímos había sido superado con la presencia de algunos artículos en las vidrieras de las tiendas, regresaba nuevamente a nosotros y nos gritaba; ¡Presente!, como lo hacían aquellos guardiamarinas durante el pase de lista. Aquella guerra injustificada de Angola, nos condujo por un camino sin retorno hacia un estado de absoluta austeridad y luego miseria de la que nunca pudimos escapar. No era muy sencillo para un país pobre como el nuestro mantener cincuenta mil soldados en Angola, luego se sumaron otras guerras que aceleraron ese proceso destructivo de nuestra nación.
El resto del personal estaba compuesto por oficiales de la marina mercante, todos ellos dedicados a impartir asignaturas netamente técnicas. En términos generales se respiraba un ambiente de marinos cuando nos reuníamos, pero siempre se encontrará una papa podrida dentro del saco. Los hubo tan extremista como el peor de los militares y tan delatores y serviles como los trabajadores civiles. Casi siempre se trataba de algún militante del partido comunista o en su defecto, un individuo frustrado por su fracaso ante la profesión elegida. Uno de los casos más distinguidos fue el del profesor Ergio González o Fernández Reveillés, arribó a la academia con los grados de segundo o tercer oficial porque no soportó los esfuerzos de las navegaciones, dicen que los constantes mareos sufridos lo obligaron a abandonar esta aventura. Fue ascendiendo de rango mientras impartía clases y cuando lo encontramos usaba las charreteras de Primer Oficial. Antes de nuestra partida se colgó las de Capitán. No recuerdo cuál era la conversión del tiempo de servicio prestado en la academia para ser considerada una singladura. Lo cierto es que yo encontraba inmoral aquel ascenso y un día se lo solté en la cara. Sus frustraciones eran reflejadas en el trato con los guardiamarinas y personal del curso externo, Ergio era temido por todos.
Cuando realicé el examen de astronomía con vista a sacar mi título de Piloto, no pude contenerme y le dije una barbaridad. –No creo que esto sea un examen útil para la carrera, tus propósitos son muy diferentes a la comprobación de encontrar a un buen navegante. Lo que estás tratando de hacer es, suspender a todo el que se presente a examen con estas tonterías. ¡Vamos a ver! ¿De qué coño sirve que un estudiante te responda correctamente cuántos tipos de crepúsculos existen, si no sabe calcularlos? Lo que interesa en un buque es que el hombre del puente sea capaz de calcular ese crepúsculo, no que tú lo suspendas en un examen porque olvidó los grados en que se encuentra el sol por debajo del horizonte en los crepúsculos civil, náutico y astronómico. Y para que lo sepas, porque estoy convencido haber trabajado más estrellas que tú en tu puta vida, el que más se trabaja en los barcos es el “crepúsculo práctico”, ninguno de los que impartes en tus clases. A Ergio no le gustó que le hablara así y se ensañó en mis calificaciones, pero de algo no tenía dudas, no podía suspenderme.
Una estela de fama se tejió alrededor de su vida, se comentaba era el individuo que más sabía de astronomía en la marina y la academia. ¡Falso! Cuando tú debes preparar una clase, impartirla tres o cuatro veces, repasarla, examinarla, etc. Llega el momento que memorizas todo lo que repetiste tantas oportunidades y te resulta innecesario acudir a un libro para brindar una respuesta, esa misma experiencia la viví yo y no podía considerarme el más sabio de navegación. Se vio necesitado de un profesor de astronomía y habló con el Jefe de la Cátedra, plaza ocupada entonces por Gordillo para que me pusiera a trabajar con él y mi respuesta no se hizo esperar.
–Si usted intenta enviarme a trabajar con este cretino, tenga asegurado que va a necesitar también un profesor de navegación.
Barquito de hormigón que poseía algunos equipos de meteorología.
El año que me mantuve impartiendo clases en aquel centro, correspondió al período de sovietización de nuestra enseñanza, proceso iniciado desde hacía algún tiempo en otros niveles educativos del país, pero que no había llegado aún a la academia naval cubana. Si nos remitimos a la fecha de inauguración de aquella escuela, podremos comprender fácilmente que nosotros nunca necesitamos de los rusos para formar navegantes. Todo comenzó con el cambio de uniformes de la marina de guerra, los militares se encontraban muy contentos, es cierto que aquellos nuevos uniformes eran mucho más elegantes que el antiguo verde olivo.
El paso siguiente fue dedicado a la confección de los planes de clases y la utilización de bibliografía rusa. No comprendo cómo existiendo hombres tan inteligentes en este campo y que se encontraban presentes en la academia, pudieron aceptar mansamente esa injerencia en lo que hacía muchos años pertenecía a nuestra cultura. Creo que los únicos que alzaron su voz y protestamos fuimos Ríos y yo, pero chocamos con la indiferencia de todos los que nos rodeaban. En ese país nadie desea buscarse problemas y menos aún ser tildado de conflictivo, actitud que deja desamparada a una nación ante los caprichos de quienes la gobiernan.
Supe por boca de los que me antecedieron, se habían quemado con saña algunos libros de consulta muy útiles a la profesión como lo era el American Practical Navigator de Nathaniel Bowditch y el Dewton. Un verdadero crimen donde se pretendía borrar de una vez por todas nuestro pasado, bendecido por la ignorancia o cobardía de muchos hombres. Para pocos era un secreto que el Bowditch es algo así como la biblia de cualquier navegante. Esa barrabasada cometida en la academia naval cubana, trajo como consecuencias la ausencia casi total de bibliografía para entregar a sus estudiantes. Existían unos manuales de navegación de bajísima calidad que fueron confeccionados por el Teniente de Corbeta Carlos Bazán y al que le detecté varios errores durante la preparación de mis clases. Ya era demasiado tarde, esos manuales habían pasado por las manos de decenas de guardiamarinas y habían estudiado bajo la influencia de conceptos equivocados.
Desde la Sección de Instrucción de la academia recibimos la planificación para el semestre de Navegación Costera y Publicaciones Náuticas. Pude observar con espanto cómo se había reducido al mínimo las horas disponibles para las clases sobre publicaciones inglesas y americanas, aumentando con ese tiempo logrado, las que se dedicarían a las soviéticas. De nada sirvió que protestara y les explicara a los jefes de cátedra, plaza ocupada ahora por Gil Molina y Esclarazán, que en nuestros buques no se trabajaba con publicaciones de aquel país que pretendían meternos a la fuerza. Ríos y yo cambiamos el sentido de todo lo orientado e impartimos las clases haciendo hincapié en las publicaciones que se utilizaban a bordo de nuestros buques.
Grupo de guardiamarinas de la promoción XVII que fueron alumnos míos.
Si pensaron que sacando a Michelena eliminarían todos los problemas existentes en la academia, se equivocaron. La corrupción había calado fuerte, hasta el tuétano de cada ciudadano de nuestro país y el fraude se había institucionalizado como tarea partidista. Leo a muchos de mis compatriotas hablando maravillas de aquella institución a la que recuerdan con cariño, creo que sea debido a los golpes de nostalgia o, sus tiempos corresponden a uno diferente al que me tocó vivir. La imagen de aquella Meca de los navegantes cubanos se derrumbó ante mí cuando penetré sus feudos. Hoy por hoy, no me cansaré de repetir que aquel centro educacional fue reducido en mis tiempos al mismo nivel de una fábrica de chorizos. Por acá metes carne y del lado de allá sacas embutidos. Por acá metes jóvenes y del otro lado sacas pilotos, eso fue lo que me tocó vivir durante la existencia de las promociones XVI, XVII y XIX. En ocasión de suspender al cincuenta por ciento de mis alumnos, quienes eran utilizados diariamente hasta altas horas de la noche en los ensayos para uno de los desfiles que se efectuarían en la Plaza de la Revolución. La respuesta de Gordillo fue muy clara: -Si suspendes a esos alumnos, no vamos a cumplir el “plan de producción”. Razones me sobran para considerarla una fábrica de chorizos, los aprobé a todos y quedé muy bien con la “revolución”. Si el estado era autor de este tipo de fraudes, ¿qué le dejaría al simple ciudadano?
El intercambio de favores era una de las prácticas más comunes entre profesores, el de meteorología me mandaba un amigo con una notica de presentación, yo le enviaba otro al de comunicaciones con una notica similar y así hasta el infinito. Hubo Cátedras a las que no pudimos penetrar de esa manera y acudimos a un truco ya viejo en la isla, el soborno. Todo el mundo tiene necesidades y familia que mantener, nadie se detiene ante la presencia de un artículo inexistente en el mercado, ni el más puro de los hombres y mujeres. Todos caían como moscas ante la presencia de un artículo de primera necesidad importada del extranjero y nuestros amigos salían del centro con el examen aprobado sin haberse sentado en un aula. Esa fue una práctica muy común en el año que serví de profesor e ignoro cuánto tiempo después se mantuvo.
Aquella fábrica de chorizos se destacó también por la gran cantidad de gente subutilizada que recibían un salario muy superior al de cualquier profesional en la calle, amén de numerosos privilegios vedados a los trabajadores de nuestra tierra. Siempre consideraron que ese exceso de hombres sobre aquella loma del Mariel era insuficiente, cada promoción, debía aportar algunos de sus hombres para desarrollar su “trabajo social” como militar una vez finalizado sus estudios. Era una manera de amargarle la vida a cualquier joven y con toda razón, veías con espanto la cantidad de parásitos que deambulaban diariamente por todos los locales y territorio de la escuela. Por ejemplo, un tal Teniente de Corbeta de apellido Marcos, era el encargado de mantener actualizado los murales. Valiente trabajo el de este zángano mantenido por toda la sociedad y como él había demasiados. Fueron tan inmorales, que una vez desarrollaron una intensa campaña de captación para llevarme a las filas del ejército. Mi respuesta a Gil Molina fue tajante: ¡Jefe, no nací para estar saludando constantemente a un huevón como yo! Dentro de poco voy a salir de aquí y sin tanto esfuerzo haré mucha más plata que usted. No volvió a insistir.
Ríos y yo fuimos muy bien acogidos y celebrados por amigos y guardiamarinas, indudablemente fuimos muy queridos por los estudiantes. Ese sentimiento no era compartido por los miembros del partido comunista, quienes de paso, alertaban a sus militantes para que mantuvieran distancia de nosotros. Debo suponer que éramos considerados como una especie de epidemia, supimos de esa orientación por varios militares y profesores que se desahogaban con nosotros fuera del recinto de aquella academia. Muchos de ellos no simpatizaban con las cosas del gobierno y sobre sus cabezas colgaba siempre aquella espada de la “misión internacionalista” a la que no podían negarse. Eran seres humanos como nosotros y cargando los mismos problemas de toda la sociedad, aunque como he dicho, disfrutaban de ciertos privilegios negados a la clase obrera y eso los mantenía atados al ejército.
El momento de la despedida llegó y fuimos muy bien ovacionados en el patio de “Villa Seca”, una extensión de aquella loca academia. Pasan por mi pantalla varias fotos del estado actual de la academia, un tiempo después de mi partida fue mudada para nuevas instalaciones en la playa de Baracoa. La nueva instalación era gigante, lo suficiente para albergar a centenares de estudiantes. Las promociones de aquellos tiempos fueron kilométricas, produjeron tantos oficiales que podían satisfacer las demandas de grandes potencias. Olvidaron que éramos un país pobre y llegado el momento, el crecimiento de nuestra flota se detuvo. La mayor parte de esos muchachos se encontraron sin plazas disponibles y trabajaron como camareros y marineros de cubierta durante muchos años. Frustrados por ese tiempo perdido de sus vidas, muchos de ellos resultaron extremadamente conflictivos a bordo de nuestras naves. No solo ellos sufrieron esta aventura, podías encontrar a muchos jóvenes graduados de ingenieros en los países socialistas como simple tajadores en el puerto. La única utilidad encontrada por el régimen, fue gritar a los cuatro vientos que pertenecíamos a un país con un nivel cultural elevadísimo, todo gracias a la “revolución”, nunca se detuvieron a pensar que nos convertíamos en una industria de enemigos de ella misma.
Recorro cada fotografía y siento deseos de llorar, muchos de mis compatriotas debieron sufrir lo mismo. Todas las instalaciones de la vieja academia se encuentran en franca destrucción, ha sido el blanco de inescrupulosos depredadores y su castillo va perdiendo aquel aire morisco que le diera tanta distinción desde la bahía. Me siento en el muro junto a varios de mis alumnos, disfrutamos la hermosa panorámica de su bahía y los pobres tejados de las casas que agrupadas a partir de su iglesia, le dieran forma a ese pueblo llamado Mariel. Por la escalinata baja un pelotón siguiendo las órdenes de un alférez, me levanto y mis pasos se dirigen hasta el barquito de hormigón. Allí me encuentro con Troumont, viejo profesor de meteorología. Me brinda un cigarrillo y entre bocanadas hablamos mal del gobierno. Paro el teclado y me niego a continuar conversando con fantasmas. ¿Por qué no lo convirtieron en un centro turístico, sanatorio, etc.? Porque hay que destruir todo aquello que recuerde al pasado, eso es una revolución, pienso.
Varios años después tuve que asistir a la academia de Baracoa para sacar mi título de Primer Oficial, no estaba obligado a realizar el examen de navegación y astronomía, me la reconocerían por mi condición de exprofesor de aquel centro. Insistí y realicé el examen, ¡bingo! El profesor Silvio, un negro que había estudiado en Bulgaria y nunca tuvo un sextante en sus manos me suspendió. Tenían horario abierto y debí acudir a la academia diariamente durante una semana, lo pesqué.
-Quiero saber las razones por las cuales me suspendiste.
-¿Cuál es su nombre?
-Esteban Casañas.
-¡Ahhh! ¿El que fue profesor en esta academia?
-¡Exactamente!
-Es que no entiendo como habiendo sido profesor de esta academia, se te ocurrió realizar los cálculos astronómicos a partir de “posiciones asumidas”.
-¡Mira, Silvio! Hay dos cosas que nunca podrás enseñarme, trabajar con las estrellas y confeccionar un examen. Tú estás obligado a señalar los métodos que deben ser utilizados por los alumnos, y que yo sepa, ese detalle no aparece en ninguna de las hojas del examen.
-No vamos a discutir más, debo presentarme en clases, estás aprobado con tres.
-Te equivocaste conmigo, yo no soy alumno de tres.
-Entonces pasa por la cátedra y dile a Bazán que te de uno de los exámenes que están en la gaveta de mi buró.
-Bazán, revísale los exámenes a este profesorcito. Es una vergüenza que le presente a los alumnos unas “rectas” con un intersecto superior a las sesenta millas.
-¿Estás seguro?
-¡Compruébalo!
-Tienes cinco, no tenías que haber hecho el examen, pero no dejas de ser el mismo tipo caprichoso y atravesado de siempre.
El alumnado estaba compuesto por las primeras promociones de ingenieros, quedaban algunos de los viejos profesores del Mariel. Otros socotrocos integraban la nueva plantilla, como aquel Teniente de Navío llamado Benítez que nos dio una fórmula rusa para calcular la longitud del cable de remolque. Se multiplicaba papas con tomates, se dividía entre la raíz cuadrada de unos pantalones, se restaba de un saco de guayabas, se multiplicaba el resultado por varios cordones de acero, se sumaba algún blúmer de mujer y el resultado final daba en metros. Nada había cambiado mucho.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-04-19
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