MAYOR GUERRERO
Le llamaban en los barcos "El Caballo de Mayaguara" y él lo disfrutaba, no creo supiera a ciencia cierta sobre el origen de ese apodo, nunca fue un hombre de libros y menos de historia. Le gustaba que lo llamaran así, nadie me lo contó, observé su sonrisa y brillo de sus felinos ojos cuando se dirigía a él por su apodo. Si Mayor hubiera sabido que, el mítico Caballo tenía en su cuenta unos trescientos muertos, sumados entre soldados batistianos y alzados del Escambray, hubiera frenado al primero que lo llamó de esa manera. Nunca fue hombre que expresara simpatías por ejecución alguna, su principal pasatiempo era el alcohol. En ese territorio era un experto catador y podía darte una disertación casi científica sobre todos los que eran embotellados en la isla. Cuando la escasez de ese preciado líquido amenazaba con extensos periodos de abstinencias, Mayor se las arreglaba para garantizarse su cuota diaria durante las navegaciones.
Siempre andaba desaliñado y con su pelo rizado claro bien ensortijado, como si nunca hubiera conocido la existencia de un peine. Se afeitaba de Pascua a San Juan o viceversa, tampoco estaba considerado entre sus obligaciones diarias, como la asumen la mayoría de los hombres normales. Podías encontrarlo sobre cubierta con los cañones de tres días o con algo de barba, nada de eso le preocupaba, no tenía a quien presumir, me dijo varias veces cuando se lo señalé. Sus ojos eran de tono verdoso, se le podía observar con facilidad antes de darse sus primeros tragos, luego se le achicaban y se transformaban en felinos, como si se tratara de un gato asiático.
No hubo un solo día que no le sintiera aliento etílico, no con la aguda peste rancia de los alcohólicos que rondaban las Pilotos habaneras. Aquellos apenas comían decentemente y Mayor tenía tres campanadas a su disposición a bordo de los barcos. El primer trago siempre tuvo que llegar temprano en la mañana, era aquel que justificaba "matar el ratón". En su caso, nunca lo logró y estuve a punto de pedirle que se comprara un gato. Me percataba de lo expresado porque una vez desayunado, yo realizaba un recorrido por cubierta para supervisar los trabajos y estar en contacto con la marinería. A esa hora sus ojos conservaban toda su dimensión, bastaría sumarle dos horas para que adquiriera la imagen del gato mencionado. Creo que era buen bebedor y asimilador de alcohol, nunca lo encontré borracho en todo el sentido de la palabra, digamos que contento.
La marinería lo quería y respetaba, ¡no digo, yo!, Mayor siempre los mantenía alegres y las razones las encontré en uno de aquellos cotidianos recorridos. Todos aquellos cabrones olían a alcohol, no los había descubierto porque siempre estaban concentrados en sus labores, fue durante una merienda que me llegó con la brisa el aliento de cada uno.
-¡Asere, ven acá! Toda la marinería huele a ron, ¡dime cual es el truco! ¿De dónde carajo lo sacan?
-¡Coño, jefecito! Deje que los muchachos se metan su palo de vez en cuando, están felices y trabajan a gusto. No mentía, la gente había cerrado filas junto a él, trabajaban tranquilos y la atmósfera que se respiraba era beneficiosa para todos.
-Todo lo que tú quieras, pero no me has respondido la pregunta. ¿De dónde sacan el ron? Titubeó algo antes de responder y trató de esquivar, solo que no le aparté la mirada y se sintió acorralado.
-¡Te lo voy a decir, jefecito! Me condujo hasta uno de los botes salvavidas y me mostró los tanques destinados para agua repletos de alcohol. Me pidió de favor que no se lo contara a nadie, ya he contado sobre ese acontecimiento en otro trabajo. Los marinos negociaron con el custodio del tanque de alcohol en el puerto de Guayabal y se abastecieron para todo el viaje.
Mayor, además de simpático, era un tipo que no toleraba la chivatería, tal vez la principal razón para que existiera tanta afinación entre nosotros. Teníamos a uno de esos bichos en cubierta y creo no haya dado un viaje con tantos sufrimientos como aquel. El Caballo le estaba pasando factura por una pendejada de Regino en Guayabal, si no lo detengo a tiempo, cualquier error podía conducirlo a la muerte y creo que eso era precisamente lo que buscaba, un fatal accidente de trabajo.
Como contramaestre era muy bueno y laborioso, solo que la confianza adquirida por su labor, estuvo a punto de producirme un grave dolor de cabeza. Terminamos de reparar en Yokohama y no le pasé inspección a la cubierta como normalmente hacía, nunca confié en nadie y esa actitud me libró de muchísimos dolores de cabeza. Nos destinaron cargar en Shimonoseki y una vez en aguas del Pacifico, fuimos sorprendidos por un mar fuerza seis. No se habían bajado las ruedas de las tapas en la bodega número cuatro y no quisiera acordarme de aquello. Era media noche cuando las tapas comenzaron a moverse con violencia debido a las fuertes cabezadas. Se abrían y cerraban totalmente y solo fueron frenadas por los topes, pero ellos podían ceder ante los golpes de decenas de toneladas chocando contra ellos. Salimos a cubierta para tratar de detener aquellos movimientos y solo fue posible lograrlo colocando al buque paralelo a la mar. La respuesta de la marinería y el contramaestre fue excelente, todos sabían que se estaban jugando la vida y actuaron con mucha valentía. Mayor Guerrero quiso asumir toda la responsabilidad, así era de hombre aquel bicho. Pude calmarlo diciéndole que yo también era responsable y que había cometido la negligencia de no inspeccionar su trabajo.
Una de aquellas tardes apacibles del Océano Pacifico, lo invité al camarote para tomarnos unos tragos. Era algo inusual en mí, nunca acostumbre a beber mientras navegaba, solo que a veces se necesita descargar un poco de tensión y me divertía conversar con él. También podía hacerlo con tranquilidad, viajaba en mi guardia un agregado de cubierta muy competente de la promoción XIX, yo le llamaba "Periquito" como a muchos de su promoción, casi todos eran de baja estatura, hoy vive en Miami. Me quedaban cuatro botellas de whisky Suntory que recibí de regalo en el dique, no imaginé que beberíamos sin parar hasta darle fondo a todas, comenzamos una tarde y terminamos al día siguiente. Con Mayor se podía tratar cualquier tema sin miedo a la delación, pero el tema político siempre fue evadido en las conversaciones.
Las borracheras dan por arreglar al mundo sin preocuparnos por el nuestro, cada día más jodido. Como norma de protección, se podía mencionar el contrabando, precios de la bolsa negra y las jevas, todo eso sin profundizar en las causas que justificaran su existencia. No solo se mantuvo esa conducta en el barco, coincidimos varias veces en la Piloto del Golfito en Alamar y las conversaciones giraron sobre el mismo tema que, casi siempre arrancaba hablando mal del director de la empresa, algunos capitanes y los puntos señalados. Mayor no se desteñía nunca, era el mismo en el barco o tierra, siempre desaliñado, sin presumirle a nadie y con el mismo aliento dulzón del ron cubano a flor de boca. Creo haya sido uno de los mejores contramaestres que tuve como subordinado y su principal mérito era su hombría. A veces era preferible mantener a un hombre en ese puesto sin importar sus conocimientos, era muy fácil encontrar a alguien que supiera tejer cabos, muy difícil encontrar a un hombre. No quería dejar pasar más tiempo sin dedicarle estas merecidas líneas, si le gusta ser llamado "El Caballo de Mayaguara", ese es su problema, lo cierto es que fue muy querido entre sus subordinados.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2017-02-24
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