HURACANES
Estoy Convencido de que si algo se teme en el mar, es la presencia de un ciclón. No hace falta estar en las proximidades de su poderoso dominio, sus efectos pueden sufrirse a cientos de millas de acuerdo a su potencia. El miedo, porque aunque te acostumbres a cuanto fenómeno halles a lo largo de tu vida, ese sentimiento tan humano nunca te abandonará por mucha valentía demostrada ante los demás. Ese temor oculto a los ojos que te miran y esperan una respuesta, aumenta de noche cuando no puedes adivinar la dirección de una ola gigante que alocada, te sorprende traicionera por donde menos esperas. Considerabas estar dándole la amura al mar, un bandazo próximo a los cincuenta grados acerca el alerón del puente al mar y tiemblas. El pensamiento más cercano ocurre en solo segundos, tu responsabilidad es esa, garantizar la resistencia de la nave ante esos ataques desesperados de un océano hambriento de acero y almas frágiles que ocultas, regresan a viejos rezos una vez prohibidos. El buque se revela y decide volver, no desea morir tan pronto, huye de esas aguas que estuvieron a punto de ocultar las luces de situación, pero su retorno es realizado con mucha violencia hacia la banda contraria, temes lo peor y estás a punto de orinarte, no lo haces por vergüenza.
Permaneces atado a los pasamanos y olvidas todas esas cosas caídas que ruedan alborotadas a lo ancho del puente, no vale la pena recogerlas, piensas indiferente. Tus ojos y mente están clavados en un solo punto, el clinómetro. Cuentas cada grado de inclinación producido y los comparas con los anteriores. Sabes perfectamente, quizás sea el único a bordo lo sepa, hasta que punto podrá tolerar la nave todos esos arrebatos del mar. Es muy probable que el Capitán no te haya preguntado si realizaste los cálculos de estabilidad, no lo hizo, recordaste. Pudo ser por confianza, ya te conoce desde hacía muchos años o viajes y confía en ti. Tal vez no los exigió por ignorancia o porque el tiempo suyo en estado de sobriedad lo dedicara a otras faenas menos importantes, más políticas que navales, era muy frecuente en aquellos tiempos.
Como eras un hombre precavido o invadido por esa duda que ocultabas ante los demás, tenías en el bolsillo un cronógrafo que sacabas con frecuencia y activabas sin que el timonel se diera cuenta, y si se percataba de esa extraña acción no lo comprendería. Medías algo en el tiempo, él lo imaginaba y luego regresaba de nuevo a los rumbos oscilantes del girocompás. Quince y veinte grados de timón eran necesarios aplicar para que ella respondiera, lo comprendías por la experiencia de los años y esas batallas desagradables en contra de la naturaleza, tus ojos se desviaban frecuentemente hacia el axiómetro para salir de dudas. Buscabas en los bolsillos y no encontrabas el cronógrafo, tu distancia hasta el cuarto de derrota era muy corta, pero peligrosa cuando en cuestión de segundos adoptaba la imagen de un profundo farallón por el que podías descender suave y violentamente, el piso barnizado se convertía en una terrible trampa. No te arriesgas a partir en busca de ese pequeño relojito que pocos usan, recuerdas a tu amigo Cebollas y su manera tan peculiar de contar los segundos. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Cada uno de esos salvajes animales se convierte en un segundo de tiempo y los cuentas con enfermedad casi obsesiva.
Sientes los ojos del timonel quemándote la nuca, espera algo de ti, una señal de esperanza, un comentario que divulgará entre la marinería cuando abandone su guardia. Mides una y otra vez, lo haces hasta que te vence la fatiga, desconfías de todo, hasta de ti, el período de balance calculado se encuentra en los límites, te calmas y descansas algo.
Finalizada la guardia encuentras el camarote virado al revés y no recoges nada. Fijas una butaca al piso por medio de una cadenita y buscas en la gaveta del buró los cálculos de estabilidad correspondientes a ese viaje, los revisas nuevamente, lo has hecho varias veces y tratas de encontrarle un fallo. No lo encuentras y te acuestas, usas el salvavidas para calzarte como cualquier vehículo transportado de cubertada, colocas una almohada por el lado contrario. ¡Si fueran cabezadas! Piensas que podían soportarse mejor, pero nunca dormirás tranquilo cuando observas a la proa sumergirse totalmente dentro del agua y se demora en salir a respirar, ¡podemos irnos por ojo!, recuerdas alarmado. Varios metros del buque oculto por las aguas te asusta, poco importa la experiencia, el deseo de vivir no tiene edad. No puedes dormir, nadie puede hacerlo con esos bandazos, tampoco importa que pase un día tras otros. El tiempo transcurre en esa batalla encarnizada de tu mente y los ojos que se vuelven a abrir en cada golpe de mar. Las ojeras te llegan a la barbilla, no consigues el sueño bocarriba, no estás acostumbrado, solo lo haces para masturbarte, cierras los ojos y te mantienes despierto. Decides empeñar tus pensamientos en cosas agradables y viaja hasta ti la imagen de tu familia, tal vez la última amante del puerto visitado. Luego, hay un desvelo que nada puede calmar, las tripas cantan una molesta sinfonía como sapos en noches de celo. Suena la campana y te dan una ruedita de spam frío y un vasito de leche condensada. Hay que esperar varias horas más por la repetición de esa ridícula cena, nunca te ha gustado el spam y te llega una imagen de niño, te aprietas la nariz para tragar una cucharada de jarabe amargo. ¡No se pueden colocar calderos en el fogón! Te explica el cocinero como si acabaras de enrolarte en el buque, trata de justificarse sin comprender que tú lo sabes. Lo miras con indiferencia y partes a tu camarote con esa penosa carga que llegará solo a mitad del camino necesario para satisfacer tu hambre.
-¡Medina, por Dios! Te dije que trincaras todo dentro del pañol. La atmósfera era insoportable por la acumulación de gases presos dentro de aquel reducido local, decenas de galones de pinturas hacían una espesa nata de diferentes colores sobre su cubierta, cientos o miles de dólares perdidos en pocas horas. -¡Medina! No sellaste la entrada a la caja de cadenas, está inundada. Le dijo mientras su linterna alumbraba por el registro existente en el pañol de proa. –Hay que traer una bomba portátil, muévete y procúrala en el departamento de máquinas. Medina, ¿qué hago contigo? Él solo escuchaba en silencio. ¿Qué podía hacer con aquel buen hombre? Llevaba varios días deprimido por culpa de un cable recibido de su mujer, nadie sabe cómo rayos se enteró de una aventura sin importancia en Santiago de Cuba. Voy a limpiarlo, no vale la pena condenar a un buen hombre por su negligencia, le diré al Capitán que redacte un buen Acta de Protesta y que le reclame al seguro. Observa la carta náutica general del Océano Pacífico, se encontraban a unas trescientas millas del ojo del huracán, viajaba casi paralelo a ellos, luego se cansó de molestarlos y realizó una recurva, se perdió por la popa en busca de su muerte.
-¡Segundo, hay tres ciclones formados en el área! Le dijo aquella vez el telegrafista al entregarle el parte meteorológico.
-¡Ño! ¿Por dónde podremos atravesar para llegar al Canal de Panamá? Todos se encontraban muy cercanos a la zona de recalada. –Vamos a ver cuál decisión toma el Capitán. Le respondió con algo de vagancia, tomó el teléfono para llamarlo después de haber ploteado las posiciones de los fenómenos. Fueron tiempos lindos de mucho profesionalismo donde cada palabra aportada tenía valor, los capitanes eran receptivos y escuchaban las opiniones de sus oficiales.
–Si dividimos este ciclón en los cuatro semicírculos, los tolerables y los manejables, tendremos como resultado que los vientos estarán soplando de esta dirección, mientras la fuerza del mar producidas en su avance, nos llegarán desde acá. Todos los oficiales escuchaban con mucha atención, ya se había trazado en la carta los rumbos y velocidad de traslación de cada uno de ellos con sus áreas de influencia. Así, fue exponiendo sus criterios y era escuchado con atención, todas las opiniones eran de valor en aquel momento. –De acuerdo a la dirección de la marejada reinante, nos encontramos bajo los efectos de este ciclón, observen de dónde nos llegan los vientos, pero dentro de muy poco cambiarán su sentido y las cabezadas se transformarán en violentos bandazos.
-¿Qué propones? Le preguntó el Capitán.
-¿Qué propones? Le preguntó también al Primer Oficial.
-¿Cuál es tu opinión? Deseaba oír al Tercer Oficial, no tenía experiencia, pero no quería ignorarlo. Zayas era de esa naturaleza, muy sereno a la hora de tomar una decisión. Nadie sabe nunca, no se podía despreciar la opinión del Tercer Oficial, podían estar en presencia de una persona superdotada y estudiosa de la meteorología náutica, tuvo que haber pensado cuando le preguntó. Escaparon, no sin poder ahorrarse algún susto, el mar es el escenario perfecto para las sorpresas, enigmático y misterioso como los matrimonios. ¡Fondo ancla de babor! La tripulación comenta y siente admiración por su Capitán y oficialidad.
No siempre tienes la posibilidad de escapar y debes sufrirlo, muchas veces, esa agonía se prolonga más allá de una semana. La gente se entretuvo grabando música mientras esperaban su turno para pasar el canal, otros, prefirieron sentarse frente al televisor. Unos cuantos lanzaron sus cordeles por la popa, todos comenzaron a olvidar la pesadilla vivida unas horas atrás.
Había desaparecido la marea barométrica y el barógrafo acusaba una profunda caída de la presión. El cielo se mostraba extremadamente rojizo a la hora del crepúsculo vespertino y tomó el teléfono para llamar al telegrafista.
-¿A qué hora tienes el próximo parte meteorológico? Hubo un largo espacio de silencio antes de recibir la respuesta esperada.
Había desaparecido la marea barométrica y el barógrafo acusaba una profunda caída de la presión. El cielo se mostraba extremadamente rojizo a la hora del crepúsculo vespertino y tomó el teléfono para llamar al telegrafista.
-¿A qué hora tienes el próximo parte meteorológico? Hubo un largo espacio de silencio antes de recibir la respuesta esperada.
-El próximo parte es a las 20:00 GMT. Contestó a secas el radiotelegrafista.
-Pues busca en tu libro todas las estaciones que transmitan partes meteorológicos para esta zona y me llamas cuando las tengas a mano. Le ordenó el Primer Oficial.
-¿Y por qué no buscas por el radio facsímil?
-Porque solo asignaron $500 dólares para las compras de tres departamentos y el dinero no alcanzó para comprarle papel al facsímil.
-¡Ño! Está la cosa mala.
-No, el asunto no es que esté mala, el problema es que has olvidado que debes recibir esos partes meteorológicos, creo que es algo de tu obligación. Hubo otro espacio de silencio prolongado, el Primer Oficial no tragaba a ese individuo que por su condición de secretario de la UJC, deseaba imponerse cierta independencia en el buque y no lo toleraría, ambos se caían mal.
-¡Oká, jefe! En cuanto lo tenga listo se lo llevo al puente. El oficial le dio la llave de su camarote al timonel y pidió le trajera un libro de meteorología náutica que siempre viajaba con él, le indicó donde encontrarlo. Buscó los signos accidentales de la presencia de un ciclón y lo repasó nuevamente, no tenía la menor duda de la situación por enfrentar.
El buque se desplazaba a unos diecisiete nudos de velocidad y el mar se encontraba totalmente calmado. Unas quince millas por el través de babor, podía observarse sin necesidad de binoculares las elevaciones de la isla de Madagascar. Tenía que ser una zona rica en peces, pensó cuando observó saltar a muchos de ellos sobre el agua en esa calma chicha donde el mar se convierte en un espejo. El telegrafista le trajo el primer parte meteorológico antes de abandonar la guardia, un aviso de huracán lo encabezaba y se dirigió inmediatamente al cuarto de derrota para plotearlo en la carta.
-¡Atención a toda la tripulación, contramaestre, llamar al puente! Su voz tuvo que penetrar en todos los recintos del buque y segundos después sonó el timbre del teléfono.
-Es el contramaestre. Se escuchó cuando levantó el auricular.
-Contramaestre, ve con dos hombres y trinca toda la pintura del pañol de proa. Revisa el sello de la caja de cadenas y los cierres de todas las bocas de lobo a las bodegas. Fíjate también que se encuentren debidamente cerradas las puertas de las torretas, comprueba las trincas de los botes salvavidas, pañoles, etc., inspecciona toda la cubierta.
-¿Hay algo malo en la carretera?
-Sí, cuando salgamos del socaire de la isla de Madagascar vamos a enfrentarnos a un huracán que viajará paralelo a nosotros durante varios días.
-¡Okey, chief! Le meto mano ahora mismo. Terminando con él llamó al Capitán para ponerlo al corriente de la situación. El oficial arranchó todo lo que podía caerse en su camarote y realizó una inspección a la cámara del buque después de alertar a la tripulación sobre el fenómeno que enfrentarían. Esa noche comenzaría una agonía que se extendería por varios días.
Existían dos opciones para seleccionar, podían mantenerse al pairo con el buque al socaire de la isla mientras permitían que avanzara el huracán. El otro camino a seguir consistía en mantener el mismo rumbo y velocidad del fenómeno. Los tiempos habían cambiado mucho, el Capitán no se molestó en subir al puente cuando fue informado de la situación y aunque lo hiciera, nunca se había detenido a escuchar la opinión de su oficialidad. Esa noche, los fuertes bandazos convirtieron a la nave en un infierno flotante, cada golpe de mar era una trompada a sus costillas. Crujían las cuadernas y el pantoque observaba con frecuencia las estrellas. Se repitieron los desvelos y constantes revisiones de los cálculos de estabilidad buscando un fallo que no existía. Desde su camarote, el primer oficial accionaba una y otra vez el cronógrafo para calcular el período de balance de su buque. Una de las pasajeras tuvo que ser asistida con sueros para detener el progresivo estado de deshidratación, sus vómitos no se detuvieron hasta que lograron desprenderse de aquella maldita tormenta. ¡Gracias Dios mío! Tuvo que escapar en muchos camarotes, gracias por no detener la máquina, por no romper ninguna tubería, exclamarían todos los maquinistas. El dinero no había alcanzado tampoco para comprar balones de oxígeno y acetileno.
04:00 Local Time
-El Capitán cambió a rumbo 290 grados. Le informó el Segundo Oficial durante la entrega de la guardia. –Ahí dejó anotado algo en la libreta de órdenes del puente. El oficial entrante leyó y firmó.
-¿Y ese cambio a qué se debe? Preguntó mientras observaba las últimas posiciones en la carta.
-Se recibió un parte con la presencia de un tifón, está por allá abajo. Puso su dedo índice sobre la figurita que representaba al tifón, era la misma que se empleaba para los ciclones y huracanes, eran la misma cosa, solo cambiaban de nombre de acuerdo a la región del planeta donde se formaban.
-Pero está bien lejos, ni sus efectos llegan hasta nosotros, estamos fuera de su área de influencias.
-Ya sabes, donde manda Capitán, no manda soldado.
-Sí, ya lo sé. El Segundo recogió su cajetilla de Populares y se despidió mientras él decidió permanecer en la oscuridad del puente para adaptar su vista.
-Voy a realizar los cálculos del crepúsculo, cualquier cosa me avisas.
16:00 Local Time.
-El capitán cambió a rumbo 320 grados y dejó anotado algo en la libreta. Leyó y firmó nuevamente.
-¿Y ahora?
-No sé.
-¿Cual es la posición del tifón? El hombre volvió a apuntar con su dedo índice mientras el Primer Oficial medía la distancia hasta él con ayuda del compás de punta seca.
-Está bastante lejos y la trayectoria se mantiene de acuerdo a los promedios, no existe la mínima posibilidad de encontrase con nosotros, el debe recurvar muy pronto.
-Ya sabes.
-Sí, donde manda Capitán, no manda soldado.
-Nos vemos esta madrugada. Se despidió y esta vez olvidó la cajetilla de cigarros. Era un hombre de poco hablar que había compartido sus tiempos de estudiante junto a él.
-¡Timonel! Voy a realizar los cálculos del crepúsculo, cualquier anormalidad me avisas. Tomó los binoculares y buscó algo barriendo el horizonte de banda a banda, luego se perdió por la puerta del cuarto de derrota.
04:00 Local Time
-El capitán cambió a rumbo 350 grados y…
-Ya sé, dejó anotado algo en la libreta de órdenes. No lo dejó terminar de decir lo mismo que había escuchado en los relevos anteriores. -¿Otra vez, dónde está el tifón ahora? El mismo índice lo llevó hasta la última figurita ploteada en la carta, debajo podía leerse el rumbo y velocidad de traslación escritas como un quebrado.
-Ya sabes.
-Sí, donde manda Capitán, no manda soldado, pero creo que con estos constantes cambios de rumbo solo está produciendo demoras y brindándole la oportunidad a ese bicho para que nos alcance.
-Eso mismo pienso yo, voy tumbando.
-No olvides los cigarrillos. ¡Timonel! Voy a realizar los cálculos del crepúsculo, cualquier cosa me avisas. La puerta del puente sonó a su espalda y esta vez no se detuvo a observar el horizonte.
16:00 Local Time.
-Vamos a mantener este rumbo de 010 grados… Se detuvo cuando notó la presencia del Primer Oficial en el cuarto de derrota, junto a él se encontraban el Segundo y Tercer Oficial, el telegrafista permanecía sentado en el sofá. -Primero, le decía a los compañeros que a partir de este instante asumiremos el rumbo trazado en la carta, no olviden firmar el libro de órdenes. Su cabecita oscilaba de un lado a otro con suavidad, era un tic nervioso que se esforzaba en ocultar tanto como su mirada, Remigio nunca te hablaba mirando a los ojos, era esquivo o sentía temor en que fuera descubierto todo lo que llevaba en el alma.
-No comprendo las razones para realizar estos constantes cambios de rumbo. Le dijo el Primer Oficial y el silencio provocado con este desafío fue sepulcral. No podía negarse el miedo que sentían los hombres del buque con su sola presencia, los tenía atados con el servilismo mostrado por los secretarios de todas las organizaciones de a bordo, y lo peor, más del noventa por ciento de la tripulación era de la raza negra que respondía ciegamente a sus caprichos y antojos. Remigio era un Dios para ellos y desafiarlo constituía un acto de rebeldía que sería inmediatamente rechazada por todos sus plebeyos.
-Primero, de acuerdo a la trayectoria del ciclón…
-Capitán, usted me disculpa, los ciclones, huracanes o tifones no son seres inteligentes y menos aún, no le guardan rencor o tienen cuentas pendientes que saldar con usted. ¿Por qué no le da un vistazo a los Pilot Charts de la zona y el mes en cuestión? ¿Por qué no le tira una ojeada al libro de meteorología? En ambos lugares puede obtener valiosa información sobre las trayectorias medias de esos fenómenos, pero esto que está haciendo no tiene lógica alguna, es como si el tifón estuviera encarnado en usted.
-¡Primero! Limítese a cumplir las órdenes impartidas. Los movimientos de la cabeza fueron ahora más acelerados y no se puso rojo como un tomate porque resultaba imposible, Remigio era tan negro como el carbón. Salió del cuarto de derrota seguido por su perro más fiel, el telegrafista del barco.
-¡Claro que las voy a cumplir! Total, Liborio es el que paga por todas estas barrabasadas. El tifón persiguió al Primer Oficial durante la duración de aquel viaje por varios países asiáticos, había ofendido y desafiado al rey de todos aquellos esclavos.
Una mañana, leo como de costumbre las noticias de lo que ocurre en el mundo por Internet. “Dos pasajeros muertos y varios heridos a bordo del buque de pasaje Louis Majestic, una ola “gigante”, de unos ocho metros, rompió los ventanales de un salón situado en la cubierta número cinco”. ¡Por Dios! Esas olas no son “gigantes”, no cabe la menor duda, muchos Remigios andan navegando por el mundo y sus animaladas no son exclusivas de los cubanos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-03-09
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