domingo, 9 de julio de 2017

MALDICIÓN GITANA


MALDICIÓN GITANA





-¿Dónde aprendiste a hablar francés? Se sintió algo emboscado con mi inesperada pregunta y se tomó un tiempo relativamente largo en responder. No quise presionarlo mientras continuaba observándolo con el rabillo del ojo y el rostro dirigido hacia el muelle. Creo que lo puse en dificultades, pensé, tal vez había deseado mantener aquel secreto ante la tripulación. Lo descubrí accidentalmente mientras cargábamos en Le Havre y yo me dirigía hasta el pañol de proa en busca de un estrobo para lingar madera. Mantenía una conversación fluida con un estibador y la interrumpió bruscamente cuando se percató de mi presencia, su acento era diferente a la lengua que se hablaba en la calle, algo rudo y sin revolcar las erres para que lleguen cansadas o tiernas a tu oído. 

La gente se encontraba desayunando y disponía de pocos minutos para obtener aquella respuesta, después subirían hasta la popa a gastar el tiempo restante entre chistes y cuentos mientras esperaban las ocho de la mañana para comenzar la faena. Yo sabía que lo había presionado demasiado, la curiosidad me exigía mucha prudencia y paciencia, debía concederle todo el tiempo del mundo. 


Vila permanecía sentado junto a mí sobre una de las bitas que servían para hacer firme el spring, eran los mejores asientos disponibles en la popa del barco. Era un negro de una pureza casi extinguida en Cuba y sus facciones mantenían con lujo de detalles los orígenes de sus tatarabuelos. Era de aquellos seres que una vez llegaron de África con sus pronunciadas bembas, nariz achatada por aquella trompada recibida al nacer, tan ancha y aplastada como la de un buey. El pelo ensortijado como diminutos caracolitos que forman una impenetrable coraza sobre sus cabezas, marañas inaccesibles a los piojos y ladillas en cualquier parte de su cuerpo. Sus pestañas eran pequeños rollitos oscuros y brillantes, similares a los muellecitos de los bolígrafos y estaban muy bien acomodados alrededor de sus ojos. Tendría casi seis pies de estatura y una fortaleza envidiada por todos los tripulantes del barco, hablaba poco y obedecía con mucha disciplina cada una de las órdenes del contramaestre, quien medía sus impulsos y desplantes a la hora de tratar con el negro.


-Lo aprendí en un barco ruso. Se detuvo esperando la siguiente pregunta o tomando más tiempo para decidirse a contar la historia. Giré el rostro y lo miré inquisitivamente, él sabía que aquella respuesta resultaría insuficiente, pero no continuó, quería saber hasta dónde yo estaba picado por la curiosidad.


-¿En un barco ruso? Resultaba lacónico en sus conversaciones diarias y acostumbraba a responder gastando pocas letras, no participaba de aquellas acostumbradas tertulias, esquivaba contar algo de su vida o quizás no tenía nada que contar.


-Sí, estuve varios meses navegando en un barco ruso recibiendo clases de francés.


-Pero eso no tiene sentido, lo correcto sería escuchar que estabas en ese barco estudiando ruso, ¿francés?


-Te resulta ilógico, ¿verdad?


-Para serte franco, algo difícil de creer.


-Así mismo es, ni yo mismo acabo de comprenderlo.


-¿Y qué justificación existió para embarcarte en un buque ruso y aprender esa lengua?


-Mi aspecto físico, ¿no parezco un africano?, ahí encontrarás toda respuesta a tus dudas. Aquellas palabras las expresó con desgano, casi se escuchó como un lamento del hombre que había perdido algo en su vida que nunca encontraría. Después continuó hablando y pude comprenderlo. Vila había extraviado una parte de su juventud en las selvas africanas como guerrillero.


-¿Entre gorilas y leones? Mi pregunta le pudo arrancar una sonrisa y mostró su blanca y perfecta dentadura, fui algo infantil, tal vez pudo cautivarme aquella aventura narrada con ese dolor oscuro y oculto que ningún escritor puede describir con exactitud.


-En el Congo, vagando en la selva, desafiando sus peligros y enfermedades, atacando pueblos y aldeas, dejando una estela de muerte y desolación a nuestro paso.


-¿Y todos eran negros como tú?


-Los que pertenecíamos a la tropa, la gente de retaguardia que vivía en las ciudades eran de corte francés, blanquitos todos y en apariencias gente de plata que mantenía ciertas posiciones dentro de la sociedad.


-¡Ñó, tremendo número! ¿Ya regresaron todos?


-No todos, siempre queda gente regada cuando ocurre una guerra. Gente que cae en combate, desertores, traidores y otros… Hizo una larga pausa y me miró fijo a los ojos, como queriendo asegurarse de que ese secreto se mantendría guardado por el resto del viaje. -Un día tuvimos que cumplir la misión de ajusticiar a uno de los nuestros.


-¿A un cubano?


-Sí, había tomado el camino equivocado y nos abandonó, la orden fue esa.


-¿Qué andan secreteando? No nos dimos cuenta que El Sapo Menéndez se había aproximado a nosotros y Vila detuvo inmediatamente su narración o confesión, quedé con deseos de preguntarle cómo habían ejecutado a ese compañero de ellos, me pasó como en aquellas películas rusas donde el fin debes imaginarlo.


-¡Nada! Hablando un poco de las gallegas, ¿has visto las piernas que tienen?, son perniles.


-Me cambiaron la bola, pero no importa. Vila se levantó con disimulo y se dirigió hasta el timón de respeto del barco. Extrajo la bandera que se encontraba cuidadosamente doblada y acomodada en su rueda. Zafó la driza del mástil de popa y la izó dulcemente, solemnemente, la siguió con la vista hasta que el mosquetón de la driza chocó con el motón del tope. Lentamente fue dándole vueltas de ocho a la driza en la pequeña cornamusa soldada en la base del asta, después fingió revisar los guardarratas de los cabos dados al muelle y partió por la banda contraria al atraque, como queriendo disfrutar la imagen matutina que ofrecía la hermosa bahía de La Coruña, como si le importara algo. El Sapo sacó un cigarrillo y me ofreció otro, se sentó en el puesto abandonado por Vila.


-¡Compadre! Ese Nocedo tiene la mano pesada, no hay quién coño le batee la bola. Le dije para cambiar el giro del tema que quedó inconcluso y evitar cualquier tipo de preguntas inoportunas.


-La verdad es que a su padre se podía tolerar, pero este gordo de mierda es lo más ruin e incompetente que ha parido la tierra. El Sapo mordió el anzuelo y no preguntó nada sobre la conversación mantenida con el negro. Se llevó el cigarrillo a la boca y aspiró profundamente, como queriendo reventarse los pulmones.


-Lo de este tipo no tiene nombre, es un reverendo hijoputa, ¿Viste el numerito de los otros días con los garbanzos?


-¡Insoportable! En el tiempo de los piratas hacía rato que lo hubieran lanzado al mar. El viejo Nocedo era un individuo de carácter afable, muy complaciente con los gustos y exigencias de la tripulación, tenía muy buena sazón. No era una estrella que pudiera brillar en el firmamento de aquellos magníficos mayordomos de su época, pero su comida se podía comer sin dificultad. Su hijo era todo lo contrario, ni parecía hijo suyo, ni en el físico, ni en su carácter, y menos aún en sus conocimientos culinarios. Era un gordo que apestaba a rancio cuando sudaba y el color de la piel no se aproximaba a la de su padre, pero esa diferencia no era alarmante en una isla tan mestiza como la nuestra. Como cocinero solo se podía comparar con los conocidos e improvisados del ejército, campamentos de cañeros o las prisiones cubanas. Como ser humano era una calamidad que nos condenó innecesariamente a uno de los peores viajes a bordo del Habana. Aquellos garbanzos escribieron su historia en nuestro diario de bitácora, los preparó como un potaje que toda la tripulación rechazó. No conforme, preparó sopa de garbanzo por la tarde y garbanzos fritos. Ambas fuentes regresaron intactas hacia la cocina. A la mañana siguiente Nocedo no se dio por vencido, el desayuno que ofreció estaba compuesto entre otras cosas por frituras de garbanzos.


-¡Abre la portilla, cojones! Gritó muy alterado El Sapo Bernardo. -¡Sapo! Le dijo a Lobaina, ellos le llamaban Sapo a todo el mundo y la gente les respondía sin incomodarse por ello. ¡Lanza todas estas fuentes de pinga al mar! Este hijoputa no va a obligarnos a jamarnos estos garbanzos de mierda. Una a una pasaron las fuentes de la mesa de cubierta y la de máquinas, Lobaina las fue arrojando al mar ante la mirada casi perdida del camarero Chirino.

Motonave "Habana", escenario de esta historia.

-¡Joer, morenos! ¿Quieren que les lea la buena nueva? Aquella voz femenina nos sacó de la abstracción que provoca un cigarrillo Populares a las siete y media de la mañana, mezclado con todas las ideas de disfrutar un poco del puto mundo en medio de aquellas listicas que todos guardábamos con las necesidades por satisfacer en nuestros hogares. Casi hasta nosotros habían llegado dos mujeres, una de ellas bastante mayorcita y la otra rondaba los dieciséis años de edad. La vieja cargaba una niña sobre su cadera y dejaba al descubierto la existencia de dos grandes tetas que daban la imagen de enormes ubres cargadas de leche. Sus cabezas se encontraban cubiertas por pañuelos de colores llamativos y su vestimenta resultaba algo extravagante. Sus sayas eran largas y casi la arrastraban por el piso, el color del dobladillo manifestaba que habían limpiado toda la ciudad a su paso. -¿Me entienden, acho e’locos? Casi gritó la vieja sin necesidad, la separación entre nosotros era de solo unos tres metros pues la popa del barco quedaba casi paralela a la altura del muelle.

-¿Morenos, nosotros? Le respondí por decirle algo.


-¿Quién más está sentao junto a ustedes? ¿Quieren que les lea la mano? Soy buena adivinadora. Parece que la muchacha no estaba autorizada a participar en el negocio o era aprendiz de gitana, mi vista de joven hambriento fue recorriendo su menuda figura mientras le quitaba todos los trapos del cuerpo. Por el borde del pañuelo podía observarse un anillo de pelos bien negros y brillantes, algo rizados.


-¿Y tú cobras por eso? Le preguntó El Sapo.


-Cualquier cosa, unas pelas para alimentar a la cría. Respondió siempre la más vieja.


-Pero no tenemos plata, ya el barco está de salida y lo gastamos todo en tierra.


-Cigarrillos, jabones, lo que tengan a mano. Todo es bien recibido.


-Sapo, voy a buscar una caja de Populares y se la voy a dar a esa gitana para que me lea la suerte.


-¿Tú crees en eso?


-No tanto, pero no me hará mal tampoco. Además, voy a vacilar un poco a la chamaquita, como que se ha puesto pa’mi calavera.


-Estás loco, esas gitanas son una trampa.


-Entonces, moreno, ¿les leo la suerte o no?


-¡Pérate ahí! Voy por una cajetilla de cigarrillos, no tengo más. Me levanté y bajé corriendo hasta el camarote, segundos después estaba junto a ellas. Le entregué los cigarros y ella me pidió le extendiera la palma de una mano, le ofrecí la derecha.


-¡Hummmm! Vas a ser muy afortunado en el amor y el dinero siempre tocará a tus puertas. Muchos peligros aparecerán a lo largo de tu vida, pero no temas, estás protegido y nunca te pasará nada, frío, frío, mucho frío se vislumbra en tu futuro. Mi vista no se apartaba de la muchacha y descubrí detrás de su rostro una leve sonrisa, hablábamos con los ojos. No me había dado cuenta que la gitana se detuvo en aquella lectura y soltaba mi mano.


-¿Ya?


-¿Y qué rayos quieres que te lea por una cajetilla de cigarros, la biblia? Joer, moreno, ya has sido servido.


-¡Coño, si llego a saber que era tan poco no me hubiera molestado en bajar.


-Veo que eres protestón y te brillan las pupilas cuando miras a mi chica.


-No se puede negar que es bella.


-Por dos mil pelas es tuya.


-¡No jodas, gitana! Por trescientas pelas se echa un polvo con cama incluida.


-Pero esta es virgen y la pureza hay que pagarla.


-Será todo lo virgen que quieras, pero hay que bañarla, está bien sucia.


-Sucia y too lo que quieras, no hay rebajas, esta niña es más santa que la santísima patrona del Carmen, eso cuesta.


-No tengo plata gitana, la niña va a continuar con su virginidad.


-¡Moreno! Invita a tu amigo para que venga, que traiga lo que pueda, un jabón si es posible para bañar a la cría.


-¡Sapo! Trae un jabón Nácar para que te lean la suerte.


-¡No jodas! Tú sabes cómo está la situación del jabón en Cuba, yo no quiero oírle la boca a Belkis si llego con las manos vacías.


-Trae una caja de Populares.


-Yo no creo mucho en eso.


-Yo tampoco, pero no deja de ser divertido. Va y la gitana tiene poderes.


-De que los tengo, los tengo. Casi protestó la vieja mientras El Sapo desaparecía de la popa. Pocos minutos después se encontraba con la palma de la mano extendida y ella le daba su lectura.


-Tu pasado es algo nebuloso…


-¡El pasado, no! ¡El pasado, no! La interrumpió El Sapo y ella se sintió algo molesta.


-¡Concéntrate en el futuro! Aún con su mano extendida, apareció en el portalón el camarero de los oficiales. Era un individuo que rondaba el buque con una agenda donde hacía anotaciones, ocupaba la plaza de secretario del partido a bordo.


-¿Er futuro solamente? Veo muchas calamidades, hambre, engaños, infidelidades. Tienes que alimentarte bien. Allí se detuvo nuevamente la gitana.


-¡Ño! Estás peor que yo, creo que Belkis te va a arañar la carrocería.


-Dale pal carajo, he perdido un jabón.


-¡Moreno! ¿Quieres que te lea la buena suerte? Esta vez se había dirigido al sordo, era el electricista abordo. Con el índice le respondió que no y lo comprendí. No acababa de superar el trauma producido por el abandono de su mujer, vagaba solitario por todas las cubiertas, su esposa lo había dejado por otra mujer. -¡Tú, moreno! El del al lao, el de al lao, ¿quieres que te lea la buena nueva?


-Eso es desviación ideológica. Le respondió Lobaina y lo comprendimos, pero nos cagaba. Él militaba en la juventud comunista y a su lado se encontraba aquel hombre tenebroso de la agenda negra.


-Y tú, negro. La gitana desvió su mirada hacia la popa, allí se encontraba nuevamente Vila. ¿Quieres que te lea la buena nueva? Solo sonrió y le mostró la dentadura.


-Creo que te has quedado sin clientes, hay un chivato en el portalón y la gente tiene miedo.


-¡Ven acá, moreno de mi arma! Puedes conseguirme un pedazo de pan para la cría. El Sapo me miró y pude leer sus pensamientos, casi siempre andábamos sintonizados en la misma frecuencia. Miré hacia la portilla de la cocina que se encontraba abierta y él aprobó con una maliciosa sonrisa lo que había pasado por mi mente


-¿Ves aquella portilla? Llégate hasta allí y pídele pan al cocinero, él es muy generoso y puede que se te pegue algo más. Nos despedimos de la vieja gitana y subimos al barco nuevamente, el tiempo de comenzar la faena se aproximaba, ya el portalón se encontraba algo concurrido.


-¡Moreno! ¿Podéis darme un pedazo de pan para mi niña? La vieja gitana le pasó la niña a su hija mayor y se inclinó un poco hacia la portilla de la cocina. No necesitaba esforzarse mucho, se encontraba casi a la altura de ésta y su rostro estaba a punto de penetrar por ella. -¡Moreno! ¡Levanta la cabeza y mírame! Solo te pido un pedazo de pan para mi niña. Esta vez alzó un poco más la voz y un silencio sepulcral se impuso entre los presentes en el portalón. Ella nos buscó en la popa buscando nuestra aprobación y con los ojos le pedimos que continuara. -¡Moreno! ¿Tienes hijos? El pan se caga, hombre. Eso no es tuyo, dame un pedazo de pan para mijita que tiene hambre. El Sapo y yo decidimos bajar hasta la puerta de la cocina, Nocedo se encontraba picando cebollas en una mesita que quedaba justo frente a la portilla, el rostro de la gitana se presentaba como un retrato ampliado de marco redondo. Nos miró y le pedimos que continuara su solicitud. -¡Joer, acho loco! ¿No me entiende? ¡Levanta la mirada y respóndeme! El pan no es tuyo y se caga, ¡mardita sea tu estampa de hijoputa redomao! Nocedo continuaba su labor con frialdad absoluta, ajeno totalmente a lo que expresaban a solo unas pulgadas de su rostro.


-¡Ojalá se te sicatrice el ojo del culo y la picha se te caiga en pedazos! Mardito tú y la mae que te parió! El pan se caga, hijoputa, ¡mecagüen tus muertos pisaos! ¡Ojalá tenrabe un viejo sifilítico y tu mujer te ponga los cuernos! Vas a pasar mucha hambre y sabrás lo que es negarle un mendrugo de pan a un hambriento. El contramaestre vino por nosotros y tuvimos que salir a cubierta.


La maldición de aquella gitana afectó a toda nuestra flota durante muchos años, hasta que los barcos desaparecieron totalmente y se perdieron sus hombres entre las marañas y trampas de sus ciudades. Los Nocedos se multiplicaron como plaga y cada día se hacía más difícil encontrar pan en nuestras comidas, aquellos malditos garbanzos arrojados por la portilla se convertirían en un sueño casi inalcanzable durante muchos viajes posteriores. Centenares de Vilas con diferentes colores perdieron la vida en África sin poder comprender que el pan se caga y las balas entran. No se equivocó mucho aquella sucia gitana, miro por la ventana de mi oficina y el paisaje es desoladoramente blanco, frío, muy frío. No puedo quejarme.




Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-02-08


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