martes, 18 de julio de 2017

GAVIOTAS DE PRIMAVERA


GAVIOTAS DE PRIMAVERA





En una de sus clases el profesor de oceanografía nos decía que el mar, mientras más azul, era más desértico. Después comprobé lo que él nos había explicado en el libro de texto que poseíamos y aquello nunca se me olvidó.
Frecuentemente nos veíamos obligados a detenernos por cualquier razón, casi siempre para efectuar reparaciones eventuales en el departamento de máquinas. Las paradas más largas fueron las que hacíamos para cambiarle la camisa a cualquier pistón. En todas esas paradas, pude observar que no siempre la teoría aprendida en la escuela se ajustaba a la realidad. En aquellos parajes distantes a cientos de millas de la costa y de un azul increíblemente embriagador, donde se suponía era el desierto, aparecían de no se sabe dónde, aquellas hermosas figuras de perfecto corte aerodinámico que tanto teme el hombre, los tiburones. Los comí en muchas oportunidades, solo apetecí a los más jóvenes. Los tiburones viejos tienen la carne más dura y elástica, además de encontrarles un ligero olor parecido al orine.

Lo mismo sucedía con las aves, quién creería que a varios días de la costa más cercana se pueden encontrar aves. Un día de distancia de la costa eran 360 millas en un buque de 15 nudos de velocidad. ¿A cuántas millas se encontrarían? No hubo mares de la tierra donde no las encontrara. Rara vida la de esas aves que solo llegan a tierra en la época de celo y reproducción, tal vez son más inteligentes que los hombres, allí son mas libres y nadie las jode.
Gaviotas les decíamos a todas, no nos importaba el color ni el tamaño. Bastaba que estuviera en medio del mar y se alimentara de peces para que la llamáramos por este nombre, sabe Dios a cuantos pájaros hemos ofendidos por nuestra ignorancia. Había unas bien grandes de color negro, creo que de ancho entre sus alas en pleno vuelo podía medir más de un metro y medio. Eran especialistas en el arte de pescar, se embarcaban en los barcos que pasaban por su zona y viajaban volando paralelas al buque a la altura de la proa. Cuando algún pez volador salía disparado por el aire asustado por la presencia del buque, ellas se lanzaban en perfecta picada y los atrapaban en pleno vuelo. Volando, lo acomodaban en su pico y lo tragaban con facilidad. Esta acción yo la seguía con los binoculares y nunca me aburrí de observar la maestría de esas aves. Debo aclararle a muchos de los que leen estas narraciones, que los peces voladores solo utilizan las alas para planear y no las mueven en pleno vuelo, ellos se impulsan con la cola. Los he visto desplazarse fuera del agua a distancias que superan los cien metros y cuando el buque está muy cargado caen a bordo en horas de la noche. Como mis guardias eran de cuatro a ocho de la mañana, yo alumbraba la cubierta con la lámpara Aldis y cuando veía puntos luminosos sobre ella, salía con un cubo a recoger mi pesca. Eran deliciosos fritos, muy parecidos a las sardinas pero el doble de grandes.

Las gaviotas se mantenían volando con nuestro buque durante una semana aproximadamente y por cosas que son un misterio de la naturaleza, nos abandonaban y regresaban a su zona de origen. En varias ocasiones las observé volar hacia un barco que venía de vuelta encontrada, o sea, con un rumbo contrario al nuestro, así emprendían su regreso. Es un enigma el sentido de orientación de estos animales, capaces de establecer límites en el mar sin tener un punto de referencia.


Motonave "Renato Guitart", escenario de esta historia.


Navegando a bordo del buque Casablanca, embarcó en el puerto de La Habana una gata a la que le faltaba un ojo, la gente le decía “La Pirata”. A los pocos días de navegación se perdió de la vista de todos y volvió a aparecer cuando ya nos encontrábamos en el Pacífico. Parece que el hambre le resultó insoportable y ella fue directamente a la cocina. El cocinero, un viejo algo rarito en su hablar y de pelo teñido, le dio comida y me llamó al puente. Me puse a velarla y vi donde se metió, muy cerca de la chimenea del barco, dentro de un respiro del cuarto de máquinas donde había un motor eléctrico para ventilar parte del departamento. Le dije al cocinero que me avisara cuando ella volviera a la cocina para saber cuál era su misterio y al día siguiente fui directo a su escondite. Descubrí que La Pirata tenía dos gaticos, los saqué con mucho cuidado y los coloqué debajo de mi buró sobre una frazada. Cuando la gata regresó de comer y no encontró a sus crías, anduvo por todo el barco maullando hasta que los encontró, yo había dejado la puerta del camarote abierta. No le pareció mal el nuevo alojamiento y allí se quedó hasta que sus hijos crecieron. Después, era una verdadera complicación, si yo partía para el puente a mis guardias era seguido por tres gatos, si me dirigía al comedor, allá me seguían ellos. Los peces voladores que recogía no me los podía comer, los tenía que guardar para los gatos y la cosa se puso peor cuando la tripulación se encariñó con aquellos tres animalitos. A la hembrita le decían La Niña por su delicadeza y femineidad, al macho le pusieron El Ronco por el tono en que maullaba, la madre ya estaba bautizada.

Siendo aun pequeñitos, vino un día el camarero de los tripulantes a explicarme que necesitaba la presencia de la gata en el pantry porque estaba invadido de ratas. Le dije que los tomara a todos y se los llevara para el lugar. Eran tres pisos debajo de donde yo tenía el camarote, pues a la gata no le gustó su nueva acomodación y agarró con la boca a un cachorrito y lo puso de nuevo debajo de mi buró. Volvió a bajar y trajo consigo al otro, estaba decidido que ella había nacido para Primer Oficial como yo. Cuando el tiempo era bueno la gata salía por la cubierta a buscar peces voladores y se los comía en el lugar. Era tan decente que sus necesidades las hacía en la proa y yo observaba por los binoculares sus intenciones de tapar su caca como cualquier gato de vergüenza, solo que allí el terreno era de acero. Le puse en la cubierta de botes una caja de arena como servicio sanitario para los días en que había mal tiempo y no podía salir hasta allá, ella comprendió perfectamente.

Les hablé de los gatos porque ellos estaban vinculados a una gaviota, creo que a la gaviota más fatal que ha existido en la tierra. Imaginen que ustedes estén volando en medio del Pacífico durante muchos días y que se encuentren extremadamente agotados. Ven un barco en el horizonte y se dirán: ¡Coñó!, aquel barco me salvará la vida. Vuelas en su dirección a toda la velocidad que te dan las pocas fuerzas que te quedan y cuando estás muy próximo a él, observas además que tiene las portillas de los camarotes abiertas como si te dieran la bienvenida. Pensarás en medio de aquella mezcla de alucinaciones y agonía, ¡carajo!, de verdad que he llegado a un barco donde todos son buena gente y decides entrar por una de esas ventanas. ¡Que mala suerte!, estabas totalmente equivocado. Las portillas se encontraban abiertas no porque la gente fuera buena ni un carajo, estaban así porque el barco no tenía aire acondicionado y navegaba muy cerca del Ecuador, donde las temperaturas son parecidas a las del infierno. Y lo peor, cuando entraste a ese camarote te encontraste con una sorpresa muy difícil de esperar en medio de un océano, allí, donde elegiste meterte entre todas las posibilidades que se te ofrecían, había nada más y nada menos que tres gatos locos por comer carne fresca.

Cuando bajo de la guardia, encuentro que aquellos tres cabrones le tenían un cerco tendido a la pobre ave. Me puse un par de guantes para agarrarla cuando vi su afilado pico y la saqué ante la protesta de esos injustos e insaciables comelones.

Hoy, cuando me dirigía para el trabajo con la finalidad de hacer horas extras, llegué a la parada de la guagua y noto que estaba muy vacía. Era lógico, fueron cambiados los horarios por encontrarnos en verano y yo no había observado la nueva planificación de los mismos. No había nadie en aquella parada a esa hora, solo un cubano, que como siempre, está atrás del palo. Decidí prender un cigarrillo mientras observaba que el parquecito infantil, la calle y muy próximo a mi lugar, estaba lleno de gaviotas, palomas y unos pájaros negros que en realidad no se como se llaman. Estos animalitos y las palomas son las únicas aves que permanecen con nosotros en el invierno. Inviernos que han llegado a los 40 grados bajo cero y cuando el hielo me lo permite, los veo por la ventana reunidos alrededor de las chimeneas de los edificios vecinos tomando calor. Como todos se reúnen formando algo así como un círculo, no sé por cual razón los asocio con las reuniones del partido allá en Cuba. Después de esas reuniones ellos parten para los patios de los vecinos y con su fuerte pico rompen las bolsas plásticas de la basura para alimentarse. Las palomas son más decentes y la gente les ofrece alimentos durante todo el invierno. 

Fumándome aquel cigarrillo se aproximó una de estas gaviotas, son de color blanco con las alas grises y la cola negra. Las patas son de un amarillo pálido con una ligera tonalidad verde igual que el pico. Parece que cuando las estaban diseñando, al cabrón pintor se le fue un brochazo y le cayó un poco de pintura negra en el pico. La tipa se arrimó tanto a mí que solo nos separaron unos centímetros, llegó con un andar elegante y provocativo, algo seductor, como moviendo demasiado el culito. Aquello me hizo recordar a las cubanas, ese caminado sexy no se encuentra en todos lados. Allá notarás que con solo media libra de nalgas una mujer revuelve todo un barrio, acá es diferente, con varios kilogramos de culo y buen cuerpo, no lo saben utilizar, son caprichos de la naturaleza.

La tipa me mira interrogante y curiosa. Le doy una bocanada al cigarrillo, gira a mi alrededor unos 180 grados y la sigo observando. La muy descarada inclina la cabeza y me observa de arriba abajo y me pregunto, ¿qué coño le pasa a esta gaviota conmigo, será que le gusto? La muy cabrona me habla con tremenda tranquilidad.

-Ven acá tú, ¿tú no das na? 

-¿Na, cómo qué?, tú, descará.

-Cualquier cosa.

-Yo solo cargo caramelos y cigarrillos para el trabajo.

-Bueno, pues dame caramelos.

-No jodas, ¿quién te dijo que las gaviotas comen caramelos?

-¡Ay, viejo!, que atrasao estás. No comas tanta mierda, nosotras comemos de todo. De verdad que aquella respuesta me dejó perplejo y puse más atención en lo que sucedía a mi alrededor. Muy cerca, una de sus compañeras se disputaba la comida con una paloma que consistía en pan molido que le arrojaba un indio. Un poco más separada de ese grupo formado espontáneamente, había otra gaviota sacando una lombriz entre el césped del parque. En la acera vi que una trataba insistentemente de arrancar un pedazo de goma de mascar, después me acordé que las había visto en distintos lugares de Montreal. Unas veces comiendo pedazos de pan, pizzas y si vas a los parques donde la gente hace picnic, se disputan la comida con otras aves e incluso con las ardillas, es increíble lo que hacen estas gaviotas.

-¡Ven acá!, ¿ya ustedes no pescan? Le pregunté con la mirada y ella con toda la ecuanimidad y descaro del mundo me observó nuevamente de pies a cabeza.

-Para qué vamos a pasar trabajo, ésta que nos ofrecen está más sabrosa.

-Entonces, ¿De qué les sirven esas patas palmípedas?

-De nada, por presumir que somos unas gaviotas, pero en realidad no sabemos ni donde queda el mar, menos aun nadar. La tipa no dejaba de mirarme con frescura y yo no podía asociarla a aquellas laboriosas gaviotas que se ganaban la vida honradamente en los mares. Éstas, estaban un poco prostituidas, sin embargo, hay un detalle que resulta increíble, llegan todos los años en la misma fecha, siempre, ante la proximidad de la primavera. Acá nada está escrito, lo mismo nieva en Octubre que sucede en Mayo, pero ellas vienen y forman tremendo escándalo con algo que quieren hacer pasar por canto y no lo es. Parecen quejidos de mujeres que están por parir y las más afinadas, como gritos de esas mujeres próximas al orgasmo. Llegan casi siempre en horas de la tarde y se ponen a volar sobre el parque que está en la esquina de la casa. Aquella inusual algarabía, provoca que todos los vecinos saquemos la cabeza por las ventanas. De esta forma le damos las bienvenidas que ellas exigen, porque así son estas cabronas gaviotas.

Luego, cuando finaliza la primavera y el verano. En el otoño, si no se apuran las nevadas, ellas se van sin avisarle a nadie, tal vez avergonzadas por el escándalo que formaron en tan corto tiempo. Algunos las consideramos ingratas, tendrán sus razones para marcharse silenciosas, sin que nadie las vea. Aquí nos quedamos esperándolas hasta el año siguiente, mientras con su salida, todo se vuelve blanco, silencioso y aburrido, hasta que no regresen de nuevo aquellas descaradas gaviotas que nos visitan solo en la primavera.


Con mucho cariño para mi amigo el Capitán Jonás Gainza Figueredo, compañero de estudios desde 1967, para su esposa Carmen e hijos.
Para que vivan conmigo.



Esteban Casañas Lostal
Montreal. Canadá 
26-06-1999


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