Motonave Renato Guitart, escenario de esta historia.
Quién hubiera adivinado que treinta años después nos encontraríamos en Montreal y en medio de esas charlas nunca indiferentes a las nostalgias, nos acordaríamos de aquel viaje. Él se encontraba de oficial a bordo de la motonave “Moncada” y yo de segundo oficial en la “Renato Guitart”. Nos reímos mucho de aquel incidente y aparecían nombres de otros oficiales que con el tiempo permanecían guardados en el cajón del olvido, algunos se han convertido en simples fantasmas.
Cuando se hable de las tropas enviadas a la guerra de
Angola, la mayoría de ellas transportadas a bordo de nuestros buques mercantes,
no debe pasarse por alto aquel acontecimiento que detuvo un convoy en pleno
Océano Atlántico Sur. Yo desempeñaba las funciones de clavista durante aquella
misión militar, eso lo he manifestado en varias oportunidades. Un día, descifro
un mensaje donde se nos solicita regresar sobre nuestros pasos para
encontrarnos en un punto con el Moncada, nos enviaron sus coordenadas y solicitud
de establecer contacto con aquella nave por VHF cuando estuviéramos cerca.
Hasta esos instantes, las comunicaciones eran establecidas solamente con La
Habana y bajo el control de la contrainteligencia militar. Un poco más debajo
de aquel mensaje, se nos explica que tenían a un soldado en estado grave y
debía ser intervenido quirúrgicamente. Me refiero a un convoy de barcos
separados entre sí por períodos de tiempo de dos o tres días aproximadamente,
no todos zarparon del mismo puerto, pero no debe dejar de reconocerse que
fueron maniobras muy bien coordinadas. Nuestro buque lo hizo desde Cárdenas,
nunca le pregunté a él desde dónde lo hizo el Moncada. Yo iba realizando la
guardia del primer oficial y tomando como referencia la última posición obtenida
por las estrellas, realizamos un giro Williamsom para caer en el rumbo
contrario.
Se estableció contacto radiotelegráfico con el
Moncada por mediación de La Habana y periódicamente se transmitían las
posiciones de estima de cada barco. Ya deben imaginar toda aquella movilización
de inteligentes alrededor de una enorme mesa con un mapa del mundo de
dimensiones gigantes en el MINFAR, opiniones y estrategias sobrevolaban el
espacio aéreo dibujado ante ellos, roto a intervalos por la llegada de algún
mensaje ya descifrado que, describía la situación actual en aquel punto remoto
del Océano Atlántico, desconocido por todos aquellos almidonados estrategas. ¿Por
qué aquel encuentro en altamar? Porque no todos los buques estaban habilitados
de un salón de operaciones, todos poseían equipos médicos militares, pero los
salones fueron instalados cada dos o tres buques de los que participaban en el
convoy.
Cuando la distancia lo permitió, se establecieron
comunicaciones por VHF, esa distancia nunca fue superior a las veinte millas.
Como era de suponer, aquel contacto se hacía bajo la supervisión del
contrainteligente y para hablar lo necesario. El encuentro fue realizado con
exactitud casi cronométrica, vale la pena destacar que, en aquellos tiempos,
los buques mercantes cubanos no poseían el sistema de navegación por satélite,
pero en términos generales se contaba aún con buenos navegantes, salvo raras
excepciones que luego inundaron la flota.
Se realizaron las maniobras de rutina para hacer el
cambio de combustible y reducir las revoluciones de la máquina a régimen de
maniobra. La fuerza de la mar era de tres a cuatro y se le explicó al Capitán
del Moncada que nuestros botes salvavidas se encontraban en muy malas
condiciones, ellos manifestaron que bajarían al enfermo en uno de sus botes.
Por nuestra parte, se instruyó al contramaestre Bonachea que preparara los
puntales de la bodega número tres, tuviera aros salvavidas, jibilays, grampines
y redes dispuestos en el área donde se iba a recibir al enfermo. La parte militar
dispuso se prepararan varios buzos listos para lanzarse al mar en caso de
necesidad.
Motonave Moncada, buque con el que se realizara encuentro en alta mar.
Pudimos observar la maniobra de arrío del bote y con
los binoculares a cientos de personas siguiendo los pormenores de la maniobra
desde su banda de babor. Ellos observarían un espectáculo similar en nuestra
banda de estribor, más de mil doscientos hombres se habían concentrado para
disfrutar de un espectáculo que rompía la monotonía de aquel fatigoso viaje. El
bote se perdía de nuestra vista cada vez que caía en el seno de la ola,
mientras ambos buques se atravesaban al viento y la mar con sus máquinas
paradas. El Moncada abatía más rápido que nosotros y alejaba la posibilidad de
una posible colisión, los bandazos se hicieron sentir cuando estuvimos
totalmente atravesados. En el clinómetro llegaron a registrarse bandazos de 17
grados, nada peligrosos para un buque cuya estabilidad era excelente en esos
instantes, pero muy rápidos y violentos. Toda la carga pesada se encontraba en
los planes de las bodegas y en esas condiciones, el buque se encontraba muy
duro, como decimos en el argot marinero. Fueron largos minutos de angustia las
vividas entre los pasos por las crestas y senos de las olas, imagino que peor
tuvo que haber sido para los que tripulaban aquel bote.
Hora y media después o quizás un poco más, el bote se
encontraba a escasos metros de nuestro costado y se dispuso a bajar el gancho
del puntal para subir al enfermo en su camilla. Los buzos se sentaron en la
borda mientras eran sujetados por varios soldados, los marinos se encontraban
dispuestos con jibilays, salvavidas y grampines. Luego de varios intentos de
aproximación, lograron enganchar la camilla y Bonachea le hizo señal al
winchero para izarla, el bote se separó inmediatamente de ella, pero se mantuvo
a corta distancia del casco. Una ola provocó que el buque se escorara a
estribor con violencia y la camilla estuvo a punto de ser sumergida en el agua.
Bonachea le pidió al winchero que izara con más velocidad y aquella maniobra
evitó que el hombre se mojara. Desde el puente se podía observar el rostro
pálido del enfermo, quien, con sus escasas fuerzas, trataba de aferrarse a su
camilla cargado de angustia, pánico y terror.
La respuesta del buque hacia la banda contraria tomó
a todos de sorpresa, el bandazo fue violentísimo y sobrevino un ¡Coñoooooo, se
jodiooooó! general. La camilla chocó con violencia contra el casco mientras era
izada casi arrastrada contra él. Una vez que sobrepasó la borda, un grupo de
marinos se abalanzó sobre ella para evitar que diera contra las tapas de las
bodegas y lo acomodaron sobre cubierta. El bote regresaba a su barco ante la
mirada indiferente de algunos soldados, todos concentraron su atención en el
individuo que había detenido al convoy y con urgencia fue conducido al salón de
operaciones.
-¿Y cómo está el enfermo? Le pregunté al cirujano
jefe de la misión médica mientras nos tomábamos una botella de ron en el
camarote.
-¿El enfermo? No hubo que operarlo, tenía un bolo
fecal atravesado en el camino, pero lo soltó cuando el bandazo contra el casco.
-¡No te creo!
-¿Operarlo? Allá dejé a los enfermeros limpiando el
reguero de mierda.
-¡No jodas, compadre! Así que toda esta maniobra ha
sido por culpa de un mojón, esto hay que guardarlo muy bien para la historia.
Cualquier evento, casual o intencional, importante o
insignificante, puede cambiar el curso de una historia o el rumbo de una
guerra. Una oreja, un partido de futbol, una mujer, un mensaje, etc.,
justifican lo expuesto en estas líneas y se conservan en los anales de la
humanidad.
Los historiadores han sido muy cuidadosos en
conservar esos datos para el estudio y conocimiento de las presentes o futuras
generaciones. Sin embargo, esto pienso, ninguno de los historiadores cubanos,
mencionará aquel mojón que puso en aprietos las estrategias del comandante
Seboruco durante la guerra en Angola. ¡Si, Comandante! ¡Positivo, Comandante!
¡Comandante en Jefe, ordene! Se leerá en todos los textos escritos por estos
siempre obedientes escribanos. Ninguno reflejará los momentos de tensión vividos
a bordo de los dos barcos y alrededor de aquella mesa, donde se jugaba con el
destino de miles de hombres. Es muy probable que esta haya sido la mierda más
importante de todas las que ellos han producido en los últimos 62 años.
Esteban Casañas Lostal
2007-06-11
Montreal..Canadá.
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