EL MAYORDOMO
Motonave "Habana".
El Mayordomo fue un artículo de lujo que solo disfrutó una pequeña parte de la flota, los últimos sobrevivientes de esa plaza llegarían vivos hasta la mitad de la década de los setenta. Eran un vicio o rezagos del pasado, así se expresarían los viejos comunistas que lo eliminaron sin ofrecer explicaciones. Pertenecieron a la época dorada de nuestra flota donde el desayuno, almuerzo y comida, se servían con todas las reverencias y honores que merecían. Fueron tiempos donde los buques no habían sido atacados por los avances de la tecnología y requerían tripulaciones numerosas en hombres. Plantillas que si se analizan fríamente en nuestros tiempos, llegaríamos a la conclusión de que estaban infladas.
La formación de ellos corría a cargo de la escuela de gastronomía con sede en el Hotel Sevilla de La Habana. Por allí desfilaban los cocineros y camareros que nos harían la vida más agradable en el mar. Después, todo se borró, era imprescindible eliminar cualquier huella del pasado, así actúan las “revoluciones”. Como consecuencia, el impacto negativo en la vida de los marinos no se hizo esperar, la comida y los servicios fueron muy malos. Si existía una persona que podía darse el lujo de transformar a una tripulación buena en mala o conflictiva, ese era precisamente el cocinero. No fueron pocos los viajes donde sufrí esa experiencia, porque al final del camino, teníamos trabajando a seres que muy bien podían calificarse como cocineros de presidios.
Tuve el privilegio de navegar con los mejores y más famosos de la flota, muy pocos. También con los peores y de ellos siempre se guardan malos recuerdos. Después de la mitad de los años setenta, ellos ocuparon las plazas de “Primer Cocinero”, pero si fueron malos como Mayordomos, nunca se esperaría que mejorasen cuando habían sido afectados en cargo, salarios y privilegios.
En los tiempos de su existencia, los buques navegaban con ellos, un Primer Cocinero, un Segundo Cocinero y el Ayudante de Cocina. Creo que era demasiada gente para tan poco contenido de trabajo, aún, cuando las ofertas del menú resultaban amplias y variadas. El Mayordomo tenía la responsabilidad de confeccionar el menú semanal junto al Sobrecargo y de paso, supervisar todo el trabajo de los tripulantes que laboraban en el departamento de cámara. Función delegada posteriormente al Sobrecargo y que definitivamente pertenecía al Primer Oficial del buque.
Durante las grandes celebraciones y banquetes ofrecidos a bordo de nuestras naves, como en cualquier restaurante espectacular o palacio, el Capitán se daba el lujo de presentar a sus invitados al autor de aquellas obras maestras ofrecidas a los visitantes. Les recuerdo, no todos los tiempos de la flota fueron malos, los peores nacieron y se desarrollaron a partir de esa década fatal para todos nosotros. Como he manifestado con anterioridad en algunos de mis trabajos, aquellos capitanes fueron muy exigentes y de gustos frívolos heredados de la vieja escuela y régimen anterior.
El primer Mayordomo con el que me tocó navegar fue uno de los más famosos y demandados por los capitanes de la flota, aquel encuentro ocurrió a bordo de la motonave “Habana”. Ya le dediqué un trabajo completo y no solo nuestras relaciones se desarrollan en esos primeros viajes. Posteriormente y siendo Primer Oficial, lo tuve como Primer Cocinero a bordo de los buques “Frank País”, “Otto Parellada” y por último en el “Viñales”, barco en el cual desertara. Me refiero a su excelencia el “Vicent”, solo uno entre todos los conocidos podía competir con él, el negro “Baró”. Otro personaje muy famoso entre nosotros, al que también dediqué unas líneas merecidas.
Después de haber navegado con el “Vicent” en el buque “Habana”, me tocó la desgracia de sufrir una inolvidable experiencia con uno de los mayordomos más ruines de la flota. El gordo “Nocedo” se hizo sentir, tal vez nos enseñó a apreciar lo bueno. Con él no se aplicaba esa filosofía popular que dice: “De tal palo, tal astilla”. El gordo era único y no se parecía en nada a su padre, otro de los buenos mayordomos que desfiló por nuestra flota.
Del “Vicent” recuerdo aquel buffet preparado para celebrar el fin de año a bordo del buque “Otto Parellada” en Tailandia, todo un lujo creado con escasos recursos y mucho arte culinario. Baró fue soberbio en el viaje del “Jiguaní” a Venezuela, lo enrolaron ese viaje con toda la intención del mundo. Sabían que al ser el primer buque cubano en visitar ese país, aún cuando no existían relaciones diplomáticas, nuestra nave sería invadida por cientos de curiosos a los que se debía sutilmente engañar. Quizás él nunca lo supo y trabajó con la calidad acostumbrada. Como seres humanos ambos eran excepcionales y nos hacían la vida sumamente agradable a bordo de cualquier nave.
Entre los regulares recuerdo a dos de ellos, Godinez y Rufino. No se destacaron como estrellas, pero sus bondades les reservaron un lugarcito en el firmamento, fueron seres que se dieron a querer entre los tripulantes.
Durante mi estancia en el buque escuela “Viet Nam Heroico”, recuerdo a un Mayordomo muy popular y simpático, era además muy complaciente en esas difíciles y anormales situaciones a las que no se hallaban acostumbrados. “El Diente” nunca dejó de satisfacer las demandas de un alumnado que, conocía muy cerca nuestra época de oro. Navegando en un buque con más de ciento cincuenta personas a bordo, puedo asegurarles que la comida era exquisita y variada. Nuestra flota no sabía aún de los rigores de austeridad y hambruna experimentada años posteriores.
El más bandolero de todos fue el último con el que compartí suerte, “García” era un viejo rechoncho que siempre olía acre. Muy similar a la figura de un castor y con actitudes similares. Aquellos animales trasladan ramas de árboles para construir sus diques en lagos y ríos. “García” atrapaba todo lo que estuviera a su alcance para llevarlo a casa y luego lucrar. Vivía en La Loma del pueblo ultramarino de Regla y era bien conocido por sus vecinos. Ya lo he mencionado en alguno de mis trabajos, pero no me cuesta trabajo repetir aquella historia.
Una vez y durante mis aventuras por La Habana, me empaté en El Conejito con una chamaca joven y sensual. Me la presentó un Tercer Oficial que se hallaba en esos momentos enrolado en el buque “Renato Guitart”. Estuvimos bebiendo hasta el momento que cerraron el local y consumimos toda la plata que teníamos en nuestros bolsillos. Al salir de allí, él me propuso ir para una posada u hotel y mi respuesta era de esperar: “Estamos en carne, mi hermano”. Yo no quería dejar pasar aquel momento y perder a la muchacha, entonces, le propuse ir para el buque que se encontraba reparando en el dique de Casablanca. Saltamos la cerca que separa los terrenos del astillero de la carretera que conduce al pueblo. Lo hicimos sabiendo que nos arriesgábamos a disparos de fusiles M-52, los usados por la milicia en aquellos tiempos. Gracias al alcohol vencimos nuestros miedos y llegamos sin dificultad al buque. El oficial de guardia era “Cebollas”, uno de mis mejores amigos. Lo desperté y le pedí que sacara de las neveras una caja de cerveza de veinticuatro botellas. Le dije que en la mañana yo iría hasta el mercado a comprar una y la restituiría. El Cebo aceptó mi propuesta y aquella noche fue fenomenal. La chica, que había sido gimnasta y modelo de Tropicana, justificaba cualquier tipo de riesgo o peligro. En la mañana y cuando embarca García, lo pongo al corriente de todo y le manifiesto que iría hasta Casablanca a comprar la caja de cerveza consumida. García va al poco rato hasta el camarote del Primer Oficial y le comenta que la noche anterior se habían robado una banda o pernil de puerco de la nevera. Pineda, quien era el Primer Oficial, me llamó a constar esa mañana a su camarote y le conté la verdad. Yo no había salido del buque y resultaba casi imposible que cometiera ese hurto, lo mío era vacilar con una jevita. Llamó a García y le dijo que yo estaba autorizado a tomar la caja de cerveza y que además, él debía regresar el pernil o banda de puerco robada. En pocas palabras le dijo ladrón y García se cagó. Yo pienso que él no se había robado nada y estaba preparando condiciones para hacerlo. Aún así, no le guardé rencor y las relaciones continuaron normales, pero aprendí de la pata que cojeaba aquel gordo cabrón.
La última vez que tuve contacto con la presencia de un Mayordomo fue en el buque angolano “N’Gola. No tuve dudas de tratarse de un vicio o rezagos del pasado, aquellos oficiales portugueses tenían los mismos gustos de la vieja oficialidad cubana. Creo que ellos nos superaron mucho, además de esa plaza, tenían a bordo un lavandero y un panadero. La ropa siempre estaba limpia y se comía pan fresco tres veces al día, ¡vaya lujo el de aquellos portugueses!
Finalmente no hacían falta los mayordomos, ¿para qué? Los avituallamientos eran un desastre y pasamos hambre a bordo de nuestras naves, no era necesario confeccionar un menú. Aquellos platos del almuerzo se convirtieron en manjares durante las comidas. Ellos fueron sustituidos por latería importada del “campo socialista” y eso fue lo que conoció las nuevas generaciones de marinos cubanos. Siempre he dicho que, si se fundieran todas las latas que consumí en mis últimos años, daría metal suficiente para fabricar un tanque de guerra.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2011-11-23
xxxxxxxxx
No hay comentarios:
Publicar un comentario