miércoles, 28 de junio de 2017

MOTÍN A BORDO


MOTÍN A BORDO


Motonave "N'Gola", buque insignia de la marina mercante angolana.


De poco me sirvieron aquellas clases de psicopedagogía en la Academia Naval, creo más bien que eran una especie de tortura donde luchábamos contra el sueño y el empeño de la profesora por salvarnos en aquel aburrido naufragio. Al final, siempre se resumía la clase con algún inoportuno ronquido, la profesora había perdido su batalla.

Cuando pasaba aquellos cursos de recalificación siendo Primer Oficial y muy distante en el tiempo de aquellas clases en la academia, la psicóloga se empeñaba en hacernos comprender decenas de reglas teóricas con pocas aplicaciones en la práctica. Tal vez la tenían o tuvieron, quizás éramos brutos, probablemente los tiempos habían cambiado y nosotros no nos dimos cuenta de ello, mi teoría era otra, muy ajena a la explicada por la doctora.

Para mandar hay que tener güevos, nada que ver con las posturas de aves, eso me enseñó la experiencia a través de los años. Con tripulaciones cubanas se rompían todas las teorías de psicólogos y psiquiatras, se perdían teoremas, pronósticos, tesis, análisis, etc. Conocía muy bien al marino porque yo había comenzado desde cero, como un simple marinero, sabía lo que pensaba, lo que deseaba, lo que soñaba y cómo respondía ante eventualidades. Luego y con el paso de los años, todos esos conocimientos se iban desvaneciendo, no conocía al hombre y menos aún al marinero.

Un jefe, siempre me dije, “debe ser un individuo respetado y querido a la vez”. Muchas veces comprobé estar equivocado y aquel pensamiento se transformaba en lo siguiente, “un jefe, debe ser respetado y temido”. Siempre tuve la oportunidad de diferenciar cuando era necesario aplicar una de las dos variantes.

Nunca creí en los “guapos”, esa guapería yo la eliminaba antes de salir de puerto. El Primer Oficial de un buque es el artífice de su buen funcionamiento, no solo en sus operaciones mercantiles, creo que lo más importante y difícil resulta, su directa vinculación con el personal a bordo como sustituto del Capitán. Un buque con un Primer Oficial o Capitán cobardes obtiene viajes catastróficos. No hay necesidad de aplicar medidas extremas y menos aún, utilizar el trabajo como arma de venganza en contra de los hombres, algo muy frecuente en nuestra marina mercante. En términos generales, muchos de aquellos tripulantes afectados por esas medidas, tomaban su desquite en tierra donde ambos eran simples ciudadanos ante las leyes. Otros, no tenían la ecuanimidad suficiente para esperar este momento y tomaban las leyes por sus manos en cualquier lugar donde se encontrara el buque. Existen muchos hechos que confirmarían lo que expreso, pero nos apartaríamos del fin de este trabajo. Por lo general, los capitanes u oficiales que actuaban de esa manera eran cobardes y yo aprobaba los resultados finales.

Cuando al fin me gradué de oficial viví un período de transición muy difícil de superar, era cowboy y pensaba como indio. Esto no le sucedería a un egresado directo de la academia, esa persona sabe perfectamente que se había graduado de cowboy y nunca había vivido la experiencia de ser un simple indio. Aquello me produjo infinidad de dificultades, protestaba como cualquier tripulante ante medidas que consideraba injusta, sin darme cuenta de la posición que ocupaba. Eso traía como consecuencia el rechazo de algunos superiores y con toda su razón, porque más tarde y a golpe de trancazos, llegué a comprender que era un oficial y no un dirigente sindical. Por encima de aquellos golpes sobresalieron las traiciones de aquellos por los cuales yo alzaba mi voz, hasta que un día me dije: ¿Qué rayos estoy haciendo? Yo soy un oficial y debo actuar como tal, tengo que defender mi comida y posición, al carajo con todos aquellos que temen defender sus derechos, ese es su problema. Poco a poco fui entrando en caja y mi mentalidad cambió de la misma manera que iban cambiando los hombres.

Un día pude llegar a Primer Oficial y me tocaba recibir los documentos de los nuevos enrolados, yo los sentaba en mi oficina y éstas eran nuestras primeras palabras.

-¿Tú eres guapo? Era una pregunta inusual e inesperada que el otro recibía con sorpresa.

-No, Primero, yo no entro en guaperías. Fue la respuesta que siempre me dieron, era lógico, decir lo contrario significaba mi rechazo a su aceptación a bordo.

-Te lo digo porque yo no creo en guapos, mi guapería es con el trabajo, esa es la guapería de todos mis subordinados. Tienes tiempo para pensarlo muy bien antes de partir de viaje. En términos generales allí quedaba aquella conversación. Al tipo guapetón se conoce por la ropa, el andar, la manera en que se expresa, el pelado, la forma en que mira a los otros, etc. Cuando salía de mi camarote sabía que no podía alardear de esa cualidad o defecto, entre nosotros dos se establecía un silencioso pacto que muy pocas veces rompieron. Él, por sus deseos o necesidades de embarcarse y dar aquel u otros viajes, había renunciado a su condición de guapo y sabía que si rompiera aquellas normas yo se lo recordaría.

No cuenta en mis antecedentes haber expulsado a ningún marino de la flota, aunque les confieso que hubo casos en los que no me faltaron deseos. Nunca le hice un informe a nadie que pudiera arrastrar en su expediente como una condena impagable, basta recordar que no fue hasta los años ochenta, donde se decidiera borrar las manchas de esos expedientes que se cargaran como un crucifijo durante tu vida laboral. Muchas personas debieron morir con su expediente sucio por cualquier bobería o arbitrariedad, seres que fueron víctimas del acoso constante de cobardes dirigentes siendo buenos trabajadores.

Mi práctica era otra y muy aceptada entre los hombres. A la hora de tomar una medida en contra de un tripulante, siempre pensé mucho en su familia, cosa que no hacía el propio tripulante y yo sentía rabia por ello, lo llevaba hasta mi oficina.

-Sabes que metiste la pata hasta los mameyes, debes suponer que si te hago un informe pararías en Justicia Laboral y allí no perdonan, vas directico a la calle. Le decía mirándole a los ojos.

-Fallé, de verdad que fallé, Primero. Me decían dando muestras de arrepentimiento casi siempre.

-Mira, yo no soy hombre de informes ni de expulsiones, esa tarea se la dejo a otro. ¿Sabes por qué no te boto a la calle? Porque conozco a tu familia, cuando salgamos del buque nos encontraremos con todos ellos en el muelle esperándonos. ¿Crees que pudiera saludar con afecto a tu madre o esposa? Por supuesto que lo haría porque ellos no saben nada de esto, luego me quedaría el remordimiento de haberlos privado de muchas cositas que no disfrutan en el pueblo, porque al hijo o marido estúpido se le ocurrió meter la pata.

-Tienes toda la razón. Era lo único que alcanzaban a decir.

-Bien, no tengo intenciones de joderte, pero no puedes continuar en este barco. En cuanto llegues a Cuba presenta crisis con la enfermedad de cualquier pariente, sea madre, esposa o hija, en fin, yo sé que me entiendes. Saldrás desenrolado y que otro se encargue de pasarte la cuenta si reincides. Hubo muchos que rectificaron su actitud, otros fueron un desastre y pararon en la calle. Alguno de aquellos seres coincidió conmigo en la calle y siempre me saludaron con afecto, todo lo contrario a lo ocurrido a varios capitanes y oficiales de la flota.

Yo robé para mi barco y mis hombres, fueron muchas las ocasiones en las cuales no llegaba el dinero para pagarnos, y peor aún, no llegaba para comprar víveres. Pasamos mucha hambre a bordo de nuestros buques, una vez que te encuentras en mar abierto no existen posibilidades de aliviarla. No fueron pocas las veces en las que cambié material del barco por comida. Tampoco escasearon aquellas en las que alteraba una factura y conseguía materiales para dar mantenimiento a nuestros buques, siempre buscando la manera de estimular a los hombres que trabajan conmigo, me resulta increíble hoy que vivo aquí. Hacía felices a aquellos hombres con una cajita de Coca Cola o una botellita de ron, cuando la cantidad no alcanzaba para todos me la bebía con ellos, puede ser considerado insignificante y hasta ridículo mencionarlo, pero en aquellos tiempos donde la mayoría de los capitanes, jefes de máquinas y sobrecargos eran unos verdaderos ladrones, esos sencillos gestos eran muy bien valorados por nuestras tripulaciones. Por eso decía que prefería a un jefe querido y respetado.

El tiempo cambió y con ellos los hombres también, llegué a dudar entonces si existían hombres en nuestros barcos en el verdadero sentido que le dábamos los cubanos a esa palabra.

La marina se vio invadida de seres con rostros falsos y doble moralidad, hombres por los cuales luchabas y luego recibías como premio la traición. Dejaba de tener efecto aquel criterio anteriormente expuesto y cobraba valor el otro, “era bueno el jefe querido y temido”. Navegué con tripulaciones muy buenas, gente marina y enamoradas de su profesión, individuos que muy pronto iban desapareciendo del escenario marítimo cubano. Le dieron paso a los “idóneos”, los barcos se llenaron de militantes comunistas, ellos solo entendían el vocabulario del látigo.

Hay personas que formaron parte de tripulaciones sumamente malas que todavía deban acordarse de mí, un ejemplo de ellas lo es aquella que integró el buque “Otto Parellada”. Casi todos eran negros y tenían en un pedestal o altar a su Capitán, negro también. Éramos poquísimos los blancos en el primer viaje que di a bordo de aquella nave, allí la vida resultaba ser un infierno, claro, por encima de mí solo existía el Capitán, pero debo imaginar las penurias sufridas por los subalternos. Gozaron como quisieron aquellos cabrones todo ese viaje, pero todo tiene un límite en la vida y ese para ellos resultó muy corto. Embarcó otro capitán blanco y de ojos verdes, fue fatal para aquellos cabrones desde el momento de su enrolo. Aún recuerdo sus palabras minutos después de firmar el acta de entrega, llegó a mi camarote y me dijo: ¡Látigo con todos estos negros desde ahora hasta que nos bajemos de este buque! Así mismo fue, saqué mi fusta y cada vez que pasaba por el lado de alguno de ellos le daba un latigazo.

¿Racismo? ¿Qué rayos saben ustedes lo que sucede en Cuba? Hoy existe mucho más racismo que el encontrado por Fidel cuando asumió el poder. Hoy existe mucho odio entre habaneros y orientales nunca vividos cuando el gobierno de Batista, no quieran saber tampoco cómo funciona un barco repleto de orientales. Solo puedo asegurarles una cosa, ese viaje cagaron pelos conmigo, me temían y respetaban como a nadie, y lo más lindo de todo, la mayoría de ellos era militante del partido. Recuerdo que al final de ese viaje se personó en mi camarote el Secretario del Partido, era un negro como de unos seis pies de estatura. Traía en sus manos una evaluación que el partido realizaba a los oficiales de importancia cada viaje, era un mecanismo devorador de hombres. Yo podía tener una larga trayectoria en la marina mercante, una historia de años de servicio larguísima, y un día, un solo día de esa puta vida, le caía mal a un individuo que ocupara la plaza de Secretario, me hacía una mala evaluación y todo se venía a la mierda.

En la Empresa se limpiaban el fondillo con todos los antecedentes de mi servicio a la flota, solo tenía valor la palabra de aquellos hijoputas en su momento. Pues ese día se aparece el negro Scull con su evaluación sobre mi persona, después de leerla lo expulsé de mi camarote sin filmarla. Creo que mi expediente con ese tipo de evaluaciones era más grueso que la Biblia, ninguna estaba firmada y cada vez que me citaban para ello yo me negaba a firmarlas, carecían de valor.

Con relación al problema de los negros en la marina mercante cubana y las afirmaciones de que en Cuba antes de Castro existía racismo, argumento solo usado para sumarse la simpatía de los negros a su causa, vale destacar un acontecimiento que fue conocido en toda la flota, pero ignorado por la ciudadanía.

A finales de los años ochenta y con la caída del bloque comunista, la isla se vio obligada al flete o arriendo de naves que sustituyeran los servicios prestados por las de aquellos países. En una de esas oportunidades arriendan un buque a casco desnudo, es decir, sin tripulación, pero al parecer en las cláusulas de aquel contrato el armador (propietario del buque) exigió la presencia de un Capitán puesto por él en su barco.

Qué les cuento, el individuo era de origen inglés y cuando comenzaron a enrolar a los marinos cubanos, comprobó que la mayoría de ellos eran negros. Paralizó aquella maniobra y le expresó a Navegación Mambisa (Única empresa estatal que operaba buques de travesía) que no deseaba a ningún negro a bordo. Se indignaron los prietos, se movilizó el partido, hablaron infinidad de mierdas, pero tuvieron que bajar a todos los negros del barco. Bueno, esto parece algo insignificante, pero no es tan simple como ustedes piensan. Cuba había alquilado un barco, como bien pudo ser un autobús, en ningún contrato se estipula el color de la piel de los marinos, porque eso sería una aceptación a prácticas racistas. Práctica que fuera aceptada por el gobierno cubano sin ningún tipo de explicación para los afectados.

En mis veinticuatro años como marino de la flota mercante cubana, nunca existió insubordinación o motín a bordo de nuestras naves, aun cuando sobraron razones para ello. No fueron pocos los viajes dados donde no se nos pagara nuestros míseros salarios, no llegara el dinero para comprar los necesarios víveres para continuar viaje, o no se enviara un enfermo al hospital para no incurrir en gastos. Los hombres se mantenían soportando esas extremas condiciones (me incluyo), con toda la pasividad que pueda acumularse en el mundo. Una muestra reciente de esto que expreso ha ocurrido en Holanda donde en un barco retenido por más de un año, su tripulación se mantuvo aferrada a la nave soportando un crudo invierno y viviendo a expensas de la caridad pública. Esa actitud general refleja el estado de destrucción en los valores humanos de nuestros hombres, que se comportan como simples carneros allí donde la hombría era motivo de orgullo. Solo existió un buque en toda nuestra historia donde se realizó una demanda colectiva, me refiero al “Renato Guitart”, creo que capitaneado por Macías. Ganaron su demanda, pero luego les aplicaron la ley de “Divide y vencerás”.

...Unos días antes de la partida de Luanda a bordo del buque “N’Gola”, la compañía Angonave puso una circular en uno de los murales existentes en el barco. En ella se expresaba cual sería el estipendio que recibiría la tripulación en puertos extranjeros. Los simples marinos y maestranza cobrarían $9.00 dólares diarios a partir de la salida del último puerto angolano, incluyendo navegación de regreso. La Oficialidad cobraría la fabulosa suma de $11.00 dólares, como es de suponer, nadie podía imaginar el júbilo existente entre todos nosotros los cubanos. Era lógico que aquella cifra representara mucho para hombres acostumbrados a cobrar un dólar diario. Pero la felicidad del pobre dura muy poco como dice el refrán, el mismo día de nuestra anunciada salida con destino a Argelia, se estacionó muy cerca de nuestra escala un hermoso Mercedes Benz de color negro. Embarcó un individuo al que nadie conocía y se mantuvo reunido con el Capitán durante más de media hora. Pocos minutos después de su partida fuimos citados al camarote de Calero, y allí nos comunicó o leyó la orden recibida de aquel individuo que resultó ser el delegado del Ministro de Transporte cubano en Angola, su nombre, bueno, ese nunca se me olvidó, Amador del Valle.

Aquel entusiasmo cayó con más violencia que las aguas en las cataratas del Niágara, se nos informaba que nuestro salario sería de un dólar diario a partir de la salida del último puerto angolano. O sea, ganaríamos mucho menos que si nos encontráramos navegando en buques cubanos, porque el tiempo gastado en Angola no contaría, así partimos.

Debo confesar sin embargo que las condiciones de vida en esa nave superaban con creces a la de los buques cubanos, comíamos a la carta y los cocineros eran experimentados, teníamos un panadero a bordo cuyo trabajo consistía en elaborar el pan del desayuno, almuerzo y comida (un verdadero lujo impuesto por los portugueses) Tenía el buque un lavandero que se encargaba de la ropa de cama y la de todos los tripulantes (otro lujo). En este barco se entregaba una caja de cerveza semanal, una botella de bebida espirituosa, una caja de refrescos, medio litro de vino en las comidas diarias, dos cartones de cigarro, y mensualmente nos entregaban un botiquín (una cajita), con jabones de baño, loción para después de rasurarse, colonia, talco, cuchillas de afeitar, ambientador para el camarote, desodorante, máquina de afeitar, papel sanitario, detergente, etc. Algunos de esos artículos eran pagados por los tripulantes en moneda angolana (Kwanzas), sin embargo, por generosidad de la compañía, se les entregaba a los tripulantes cubanos totalmente gratis.

Aquellas condiciones exquisitas para nosotros no lograron cambiar nuestro estado de ánimo, era absurdo que un simple marinero cobrara nueve veces lo que recibía un oficial y todo en nombre de eso que llamaban internacionalismo proletario.

Durante la navegación yo iría impartiéndole clases de navegación a dos agregados angolanos, uno de ellos era bien negro y con nivel universitario, un individuo al que el racismo le brotara por los poros y nunca te miraba de frente, éste hacía sus guardias con Miyares. El otro era un mulato claro y de ojos pardos, se llamaba Piedade y era de origen pequeño burgués en Angola, su padre era Capitán de los pequeños barcos dedicados al cabotaje en el país. Era un muchacho bastante débil de cuerpo y carácter, apenas comía muy bien y era su primera experiencia alejado de la familia. Yo no sé si le metía a la mariguana, pero siempre andaba por las nubes, una vez le pedí una pastilla para el dolor de cabeza y tuve que llamar otro oficial para que me relevara en el puente, todo parece indicar que se equivocó y me sonó una de aquellas con las cuales se elevaba, quedé totalmente endrogado y al día siguiente sentí deseos de matarlo. Como quiera que fuese, Piedade era miembro del pequeño círculo de mulatos a bordo, blanco de todos los ataques racistas de los negros y llegué a sentir compasión por este ser tan inofensivo.

Cada vez que existía una agresión entre tripulantes, todos los trompones aterrizaban en el rostro de algún mulato. Uno de esos días y en plena maniobra de entrada al puerto de Cádiz, pude observar como un negro abusaba de un viejo mulato. Nosotros teníamos orientaciones de no intervenir en esos problemas directamente, para ello contaban con un comisario político angolano. De todas maneras y poniendo el parche antes de que saliera el grano, reuní a todo el personal de cubierta en la popa y les mostré una barra de acero de un metro de longitud.

-Sépanlo bien, el que solo intente levantarme la mano se la voy a jorobar en la cabeza. Fue todo lo que expresé.

-Mire, camarada… Intentó explicarme uno y le corté la inspiración.

-Yo no soy camarada, soy el Segundo Piloto y vine a trabajar, el que trate de tocarme la va a pasar muy mal. No acepté explicaciones y ordené que ocuparan puestos de maniobra.

Arribamos al puerto de Bejaijia en Argelia para descargar unas dos mil toneladas de café en sacos. Llegamos en un mal momento, se encontraban en período de Ramadán, las operaciones eran sumamente lentas. En cualquier país esa descarga nos tomaría unos dos o tres días, allí se aproximaron al mes. Compartíamos desgracias con un barco de bandera española y por ese mutuo imán nos visitábamos casi a diario, existían pocos lugares para visitar en ese pequeño puerto. Así un día, hablando de negocios comunes entre marinos, les propusimos café como mercancía y ellos aceptaron. En horas de la madrugada, nunca antes de las dos y cuando todos se encontraban durmiendo, transportábamos nuestras mercancías con el uso de carretillas, era un constante ir y venir de sacos de café desde nuestro buque al español. Todo esto ante la mirada atónita del tripulante de guardia en el portalón, quién no podía comprender nada, menos aún que fuera la propia oficialidad la dedicada a estos vulgares menesteres. Días después el tráfico fue intenso, por poco era necesario establecer leyes de tránsito para carretillas, los negros eran buenos conductores también. Mis ventas y las de ellos continuaron por varios países europeos, el resumen de nuestra descarga sería en Rótterdam y allí mismo procederíamos a la carga del buque con destino Angola.

Las operaciones habían concluido y se estaban limpiando las bodegas para recibir nuevo cargamento, hubo dos días de inactividad y lo empleábamos de acuerdo con nuestras posibilidades. Lazarito el sobrecargo y yo, nos dimos vida de millonarios en Polonia. Con el remanente de nuestro dinero continuamos nuestras aventuras en Rótterdam, la última borrachera nos dio por alquilar una limusina en la entrada del hotel Hilton y con ella nos aparecimos a las seis de la mañana en el barco. Éramos los únicos jóvenes entre los cubanos y no escatimábamos a la hora de vivir nuevas experiencias, ese día la borrachera nos dio por eso, fuimos felices y nada más.

Una de esas dos tardes estábamos en la sala de juego del buque, competíamos con Amílcar al ping pong, no hubo forma de ganarle a aquel portugués, era buenísimo jugando. En una de esas se aparece Miyares y pregunta por el Oficial de Guardia, era pendejo hasta para eso, lo digo porque él sabía que yo era el que estaba de guardia.

-Soy yo, ¿qué pasó? Le pregunté mientras le indicaba con un gesto a Amílcar que detuviera la bola.

-No sé, pero creo que los negros están amotinados y subieron la escala del buque. Me respondió el tipo mientras se retiraba sin tiempo a solicitar explicación. Le pedí al portugués que aplazara la partida y me dirigí a la cubierta. Junto a la bodega número cuatro se encontraban un numeroso grupo de tripulantes y me llamó la atención, no les hice caso y continué hasta el portalón. Pude comprobar que la escala había sido izada y en su lugar se encontraba el timonel de guardia, era un tipo bastante noble. Nunca he olvidado los efectos producidos por el factor sorpresa y la primera impresión que se pueda causar ante un adversario. Eso no falla, es como dice ese refrán: “El que da primero, da dos veces” y me le adelanté cuando vi que se dirigía hacia mí.

-¿Por qué cojones la escala se encuentra izada? El tipo frenó en seco ante esa manifestación expresada en una mezcla de portugués y español.

-El camarada Oficial de Guardia me ordenó que la subiera. Respondió algo desconcertado, oportunidad que supe aprovechar para continuar a la ofensiva.

-¡Arríe inmediatamente la escala! Le ordené sin ocultar algo de agresividad.

-Es que el Oficial de Guardia me ordenó… No lo dejé concluir.

-Aquí no hay más Oficial de Guardia que yo, arríe la escala ahora mismo.

-Es que el camarada Piedade me dijo… Tampoco lo dejé concluir.

-¡Cojones! Que arríe inmediatamente la escala le he dicho, aquí no hay más Oficial de Guardia que yo. En ese momento de turbación por parte del tripulante, Piedade abre la puerta que da al portalón y lo agarré por el cuello, fue una sorpresa para él conocer también ese estado de agresividad en mí. –¡Baje la escala cojones! Le repetí al timonel y vi cuando se dirigía al chigre, lo accionó mientras yo conservaba a Piedade agarrado por el cuello y apoyado contra el mamparo junto a la puerta con el puño levantado y apuntado directamente a su rostro.

Cuando la escala descansó en el muelle me llevé a Piedade hasta la cubierta del Capitán y lo encerré en un camarote con llaves. Una vez con Calero, lo puse al corriente de la situación y mandó a buscar al político del buque, era un muchacho que perteneció a las FAPLA y de apellido Webber, otro de los escasos tripulantes con cultura en el buque y que luego fuera amigo mío.

-Político, desenrola a todos los tripulantes de este buque por motín a bordo Le dijo Calero. Webber trató de explicarle algo y Calero no lo dejó terminar.

-Te he ordenado que desenroles a todos los tripulantes, los ocho cubanos que habemos aquí nos llevamos el buque para Angola. El político no le replicó y abandonó el camarote del Capitán, minutos después subía con Leandro, era un fornido negro de la zona de La Ilha en Luanda, un pequeño caserío próximo a la base de la marina de guerra en lo que era el rompeolas natural que daba forma a la bahía de aquella ciudad. Leandro era el secretario del sindicato a bordo y gozaba de popularidad entre los marinos, era un líder espontáneo al que todos respetaban.

-Camarada Capitán, nadie desea quedarse en Rótterdam. Fue lo primero que expresó Leandro al llegar al camarote.

-Lo siento Leandro, pero toda esa gente amotinada se queda aquí. Le contestó con firmeza.

-Camarada Capitán, vamos a negociar. Casi suplicó el negro.

-Aquí no hay negociaciones que valgan, van a ser todos desenrolados inmediatamente por traidores.

-Camarada Capitán, es que los tripulantes tienen sus razones para actuar así.

-¿Cuáles razones, Leandro?

-La gente se encuentra disgustada porque cuando el buque era comandado por los portugueses, todo el fruto de la barredura de las bodegas era vendido y el dinero repartido entre la tripulación. Le explicó el sindicalero.

-Pues bien, puedes decirle a la tripulación que a partir de ahora todas esas costumbres quedan suspendidas, el que no esté de acuerdo que avise para darle su desenrolo.

-Déjeme hablar con ellos antes de que usted tome esas medidas.

-Claro que sí, pero explícale que ese dinero se va a emplear en artículos para el buque. Leandro se retiró por varios minutos, los suficientes para que yo también comprendiera que la tripulación tenía toda la razón del mundo para actuar así. Los anteriores, los portugueses, los colonialistas, los explotadores, les ofrecían esas simples migajas a los tripulantes y los hacían felices. No eran tan simples esas migajas cuando el valor de aquellas barreduras ascendió a unos 18 000 florines, monto que era respetable en aquellos tiempos. No tocarían a mucho, pero era una manera de estimular a los hombres, la misma que yo utilizaba con tripulaciones cubanas, pero mucho más humildes. Creo que ese fue el solo punto de discordancia que tuve con Calero en el año y medio de permanencia en aquel barco. Fue una decisión muy particular que no se encontraba comprendida en ninguna de las reglamentaciones que regían nuestras vidas, sentí una verdadera pena por aquellos tripulantes, me avergoncé de haber agarrado a Piedade por el cuello, sin embargo, no creo que existiera otra opción. En momentos como esos se debe reaccionar con suma rapidez, porque se encuentra en juego algo mucho más valioso que la barredura del café. Nosotros éramos ocho cubanos y numéricamente tocábamos a seis angolanos per cápita, descontando a los pendejos esa cifra aumentaría, fue necesario ser violento entonces. Con aquel dinero se compraron televisores y videocaseteras, no creo tampoco que el valor de esos equipos ascendiera a la suma mencionada.

Angola continuó comprando barcos en la medida que trataba de incrementar su flota, en esa misma medida tenía que contratar oficialidad cubana. Aquellas tripulaciones nuestras y posteriores a nosotros, se vieron privadas de aquellos beneficios que nosotros disfrutamos. Cada Capitán y en aras de obtener méritos individuales, suspendía la adquisición de artículos sin que nadie se lo orientara, tal es el caso del Capitán Ervitti y otros que sucedieron a Calero. Suspendieron el medio litro de vino diario, luego la cerveza semanal, luego el botiquín y así, hasta conducir la vida en esos buques a niveles de miseria comparables con las de los cubanos. Esto no me lo contó nadie, pude palparlo en mi última visita a Angola. A las censuras y privacidades impuestas por el gobierno cubano, hay que sumarle también la de seres que la aplican en busca de méritos personales. Las condiciones de vida de las tripulaciones posteriores fueron pésimas, se sometieron a sacrificios innecesarios, y por supuesto, eso trajo consigo un aumento de los actos delictivos cometidos por aquellos oficiales que regresaron a la isla con un diploma de “Internacionalista”.

 


Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá
2002-11-16


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