♫...SI TENGO UN HERMANO...♫
SI TENGO UN HERMANO
♫...Si tengo un hermano, hermano de suerte,
Hermano de vida, de historia y de muerte,
No mido sus años, su poca fortuna,
No mido su facha, ni mido su altura,
Si tengo un hermano, si tengo un hermano, ooooh,
ooooh, oh!...
Silvio Rodríguez.
¿Qué será de ellos? ¿Cuáles serán sus fachas?
¿Cuántas serán sus arrugas? Hermanos postizos que me cayeron por fortuna,
hermanos divinos de la mala suerte, hermanos sin ojos que miren de frente. ¿Qué
será de ellos?, ¿qué será de Braulio, el Piri o Armando?
¡Braulio, coño! Tan flemático, casi siempre callado,
tan viejo, tan serio, casi amargado. Impecable en su trabajo y de una blancura
lechosa que permitía dibujar sus venas sin sangre. Extraño personaje para
llamarlo cubano, camarero excelente y antiguo, especie que se extinguió en su
trabajo. Y aquel día que entraba por la aduana y el viejo salía con su camión
de pacotilla. Y el aduanero zambullido entre tarecos y cajas buscando algo,
siempre buscando. Comparando mierdas con una lista, con una lista de mierdas en
sus manos, un inventario de porquerías importadas, parte del basurero de Tokio,
aquello que los narras botaban. Y su hija esperando la salida del camión en la
puerta de la aduana, temblando, asustada, como si el viejo pretendiera contrabandear
con mariguana.
-¡No sé por qué carga tantas mierdas! Dijo la hija y
tenía razón, el aduanero sacaba en ese momento pomos vacíos de dulces de
frutabomba. ¿De frutabomba? No existía la menor duda, ese había sido el viaje
de aquel dulce, el anterior fue realizado por unas bolitas negras importadas de
Bulgaria, eran de frutabomba. ¿Y para qué Braulio quería esos pomos en su casa?
Para cuando llegaran tiempos peores, para cuando desaparecieran los pomos del
mercado, todo era útil y el viejo lo sabía. Seguía sacando mierdas el aduanero
de sus cajas y apareció un desfile de paraguas con más colores de los
existentes en su arco iris. ¿Tanto llueve en la isla? Se preguntó el aduanero
mientras los observaba con envidia. ¿Y la sequía, y la escasez de agua, y el
manto freático? Pensó el aduanero mientras las contaba y comparaba cifras,
volvió a cambiarlas de lugar y repitió el conteo. Un camión de carga esperaba
detrás del camión con pacotilla de Braulio, el chofer protestaba y mencionaba
algo sobre una cadena, habló de eslabones, dijo que era más importante su
misión, puerto-transporte-economía interna. El aduanero no lo escuchó y si lo
hizo le importó un pepino, terminó con los paraguas y siguió investigando
encima de aquella plancha. Otra caja con pomos vacíos de dulce de frutabomba y
la hija impaciente y nerviosa que ya no soportaba el calor desesperante, aunque
estuviera a la sombra.
-¿Otra caja con paraguas? Protestó la hija al
observar como el aduanero las extraía de otra caja y colocaba sobre la plancha
del camión, contaba y volvía a contar pacientemente. -¡Coño, no sé para qué
carajo el viejo carga tanta mierda! Ya el balcón está repleto de pomos y
botellas, y la jodedera con los inspectores del mosquito, y la pesada de la
presidenta del comité. Y vuelve nuevamente con los paraguas de mierda, ¿no sabe
qué hace meses no llueve y apenas hay agua en la tubería?
-¡Paciencia, mija! Esto es así, si tú que eres su
hija no lo comprendes, menos aún lo entiendo yo. Ni te imaginas todas las
tragedias semanales cuando inspeccionaba el camarote de tu viejo. Va y las
compró para protegerlas del sol cuando hagan sus colas. Traté de calmarla.
-¿Colas, sol? En medio de su desespero no coordinaba
ideas.
-¡Sí! La cola en la farmacia para comprar íntimas, la
cola en el punto de leche, la cola del periódico para garantizar el papel, ya
tú sabes. La cola cuando llegue el café, la cola del pan, la cola de la
carnicería para agarrar el pollo aunque sea cada nueve días, la cola de la
piloto, la de la guagua, la del cementerio, la de la posada, la cola, cualquier
cola que se haga bajo el sol. El viejo lo ha calculado todo, no lo condenes
injustamente. Ella escuchaba y no apartaba la vista del camión.
-¿Y en el barco cómo es?
-¿Tu padre? Yo diría que un magnífico trabajador,
solo que…
-¿Solo qué? Esta vez apartó la mirada del camión y me
prestó atención. Poseía unos ojazos encantadores y mi inspección no se detuvo
en su rostro, yo no me había percatado que hablábamos en paralelo, descubrí en
ese instante a una hermosa mujer.
-Solo que, si tú protestas por toda su carga de
mierda, podrás imaginar mis reacciones a la hora de realizar las inspecciones.
Tenía que pasar caminando de lado por un estrecho pasillito dejado entre sus
basuras y las de Armando. Solo existía el espacio necesario para encaramarse en
sus camas. ¿Te das cuenta? No quise decirle que su padre y el compañero de
camarote se habían convertido en el terror de los paraguas de Tokio. Allá la
gente tenía la sana costumbre de dejarlos fuera de los mercados, nadie se
atrevía a tomar el que no fuera suyo, nadie que no fuera de ellos, nadie que no
hubiera nacido en una isla del Caribe. Luego, se fueron un poco más allá del
simple paraguas, pero nada de eso le dije a la muchacha, tal vez tenía como un
héroe a su padre y no deseaba destruirle aquellos pensamientos. Braulio
militaba en el partido, sabe Dios cuántas órdenes habrá recibido.
Armando llegó una mañana cargando en su cabeza un
colchón con escandalosas marcas de sorpresivas visitas mensuales femeninas.
Pudo ocurrir a señoritas inexpertas que no consultaban el almanaque o
realizaran marcas sobre él para tomar sus precauciones. Aquel colchón guardaba
las huellas del paso de tres o cuatro meses, quién sabe, quién pudiera adivinar
sobre esa supuesta virginidad en una ciudad tan populosa como Tokio. Poco me
hubiera interesado la carga de aquel colchón con rastros de un asesinato, si no
coincidiera con la llegada de los estibadores. Armando era el camarero de los
tripulantes, un gordo que siempre olía rancio, aunque se bañara. Era sucio por
naturaleza y me obligaba a realizar inspecciones extras a las horas de almuerzo
y comida. El contramaestre era el jefe del comedor de tripulantes y sobre él
cayó siempre mi ira, nunca simpaticé con las pendejadas y menos aún con los
pendejos. Por una cuestión de ética debía llamarle la atención aparte, donde
los tripulantes no tuvieran participación. Pero como dice el refrán, a la
tercera va la vencida y se agotó mi paciencia, la cojonada se la soltaba
delante de todos y mandaba a Armando a bañar y cambiar de ropa. Nunca comprendí
ese miedo que existe por reclamar sus derechos, hasta los más insignificantes.
Armando también era militante, el tipo que una vez en el seno de sus reuniones
podía levantar su mano y voz en contra mía, siempre sucedió eso, yo era
calificado como el individuo anti-partido, así constaba en todas las
evaluaciones que esa gente me realizaba al finalizar cada viaje y que yo no
firmaba.
Equipo de Cámara en el buque "Aracelio Iglesias", de derecha a izquierda se encuentran Braulio, Germán Piris, el Chino y Rufino.
-¡Parece mentira, coño! Hace solo unos días esta
ciudad aplaudió y llenó de medallas los pechos de varios atletas cubanos. ¿Y
mira ahora? Tú cagas esas medallas, te cagas en esos atletas con la burla de
todos los estibadores por un singado colchón lleno de periodos y leche. Armando
no se inmutó con mi condena y realizando un sobrehumano esfuerzo logró penetrar
su pieza por la puerta de la superestructura. Los que estaban allí, militantes
como él, no quisieron cagarse al escuchar mis palabras y le negaron ayuda.
Luego, levantarían sus manos en mi contra junto a él, los votos eran por
unanimidad, poco serviría que yo tuviera la razón o no, yo era un comemierda
anti-partido que defendía y protegía las propiedades del pueblo, porque todo
era nuestro, eso pensé siempre, hasta que un día dejé de comer tanta mierda y
me dejé llevar por la corriente.
-¿Quién pudiera acordarse de tu nombre? Hoy lo
necesito para contar estas historias, para hablar de mis hermanos. Solo
recuerdo que eras primo de los Angafios, y que al final del camino, casi al
final de nuestra historia, la historia de una marina que existió y desapareció por arte de magia, te convertiste
en Comisario Político. Yo sé que si estas líneas llegan a tus manos te
identificarás
inmediatamente, recordarás
que eras el ayudante de máquinas
del barco, no olvidarás
que eras militante y secretario del sindicato y que no te había elegido nadie. Bueno, sí, te había
colocado el partido en esa posición y abusaste de ella, nada anormal entonces
en un buque tripulado por carneros. ¿Dónde estarán todos ahora que no tienen
barcos? ¿Recuerdas cuando en medio de una borrachera le caíste a golpes al
ayudante de cocina? Te hablo del Chino, uno que combatió con el Che en su invasión hasta La Habana y que perdió sus huevos en Santa Clara. Porque
coño, con esos antecedentes te hubiera
abierto la panza y siempre escaparía con esa historia. Tú sabes que los combatientes siempre escapaban, pero
el Chino era pendejo. No me lo imagino en medio del fragor de una batalla, pero
la guerra había pasado hacía mucho tiempo. Y cuando lo tuve sentado en mi
camarote con el rostro inflamado y lleno de contusiones, no tenía timbales para
denunciarte a ti, que siempre fuiste una plasta de mierda cubana. Entonces
llamé a la doctora y le exigí un certificado médico donde se reflejara todos
los daños que le causaste, incluyendo la rajadura de sus labios y los enfrenté
en mi camarote, y el Chino no podía ocultar su miedo. Nunca pude comprender de
cuál manera tipos como él nos liberaron y de qué, porque para luchar hay que
tener cojones cuando hay guerra, los mismos que se necesitan para hablar
después de su paso.
La doctora, sí, esa era una mujer valiente, le
sobraban los ovarios que a nosotros nos faltaban. ¡Ojalá lleguen un día estas
líneas a sus manos! Respeto mucho a las mujeres cubanas, las conocí muy bien y
reconozco su valor. Cualquier jinetera es más valiente que el más güevon de
nosotros y espero me disculpen los excelentísimos machos. Hasta para putear hay
que tener valor y ellas han dado muestras de ello, y no todas lo hacen por
placer, que han llenado muchas panzas con sus gemidos fingidos. Tengo más
amigas que amigos, confío más en ellas que en ellos. ¡Dora! Ya me acordé de su
nombre y la hijaputada que le quiso hacer Miguelito el Capitán cuando no pudo conquistarla.
-Ya sabes, te la jamas en la evaluación. Me dijo el
muy hijoputa porque ella no quiso caminar con él.
-Creo que te equivocaste, yo no entro en esa, ella no
estaba para ti y esto no es un problema laboral. Otros le hubieran hecho la
segunda, pero yo no entraba en mariconerías de ese tipo, al más puro estilo
cubano de aquellos tiempos. Por esas hijaputadas por poco lo matan viajes
después, yo estaba disfrutando de mi exilio y me enteré.
-¡Suaviza un poco la evaluación que le hiciste al
Angafio!
-Suavizarla, ¿cómo?
-¡Escribe que la agresión fue verbal!
-¡Ah, sí! Voy a escribir que ese hijoputa le dio un
besito en la boca al Chino y en su acto de mariconería le rajó el labio.
Miguelito estuvo varias veces por Montreal y le advertía a un pariente suyo que
tratara de no verme. Yo visité a su madre en diferentes oportunidades durantes
mis vacaciones en Miami y tenía que soportarle a la señora que me hablara de su
hijito. Nunca le hablé sobre la verdadera personalidad de aquel cabrón, otro de
los hermanitos que me regalara Silvio. Angafio salía cada noche con un
escuadrón hacia el basurero de Tokio, de día era una persona respetable en el
barco, era el secretario del sindicato.
Me dejé arrastrar por la corriente a mi manera, robé y lo hice por los míos, por mis hermanos que no eran míos, mientras ellos solo robaban para sí. Di palos como el mejor sin mancharme las manos, solo firmando papeles y dejándome llevar por la marea. Una sola pregunta yo hacía donde podía realizarse, ¿cuánto piden normalmente? Porque la corrupción había viajado varios continentes o siempre existió y yo la descubrí un poco tarde. Los militantes, los mismos hermanitos que me regaló Silvio, perecieron ante el color y olor de un dólar, y lo jodido del caso, yo era el que los luchaba como la más excelente jinetera de La Habana y el Capitán era mi proxeneta. Sin embargo, sacrificaba parte de lo mío para mi gente y siempre tocaba a mis subordinados. Era un caso extraño que ocurría en un mundo bajo, dominado por la envidia y la avaricia, distinguido por la simpleza de un mundo independiente o comprometida por una militancia estúpida y corrupta, hipócrita.
Es muy probable que Braulio haya partido en un viaje
sin regreso, ya era muy mayor y no lo critico por esa decisión, me asombraría
una noticia diferente. En el cielo debe estar contando todos los pomos que se
usaron para envasar dulce de frutabomba, o retirando todos aquellos paraguas
para que llueva un poco en Cuba. Armando, aunque era relativamente joven en
aquellos tiempos, nadie podía asegurarle un prolongado futuro debido a su
temprana obesidad. Angafio no era tan viejo tampoco y es probable que se
resista como el viejo hijo de hijoputa que gobierna la isla, me alegraría
leyera algún día estas páginas. Miguelito seguirá siendo el mismo pendejo que
conocí de estudiante cuando realizara un viaje de instrucción a bordo del buque
Jiguaní. No ha envejecido en mi memoria, con sus complejos de lindo y tarros
acumulados en su expediente, no en el partidista, en el de la calle. Continuará
siendo acusado de pertenecer al equipo de hombres que se miran el culo en un
charco de agua. El Chino, desertó una vez y nadie lo creyó, alguien lo encontró
de paseo por las calles de La Habana y pensó que era de la seguridad.
Remigio no forma parte de esta historia, estudió
conmigo y trabajamos juntos en la Academia Naval del Mariel. Se ganó el bombo
de lotería de visas y me lo encontré en uno de mis viajes a Miami. No tuvo
valor para mantener relaciones conmigo y Eduardo Ríos, al enterarse de mis
escrituras se apartó de nosotros y borró decenas de años de relaciones
fraternas, teme perder el derecho a viajar a la isla. Allí le recordé que le
había trabajado en Luyanó para transformarle una carnicería en la sala de su hogar
y nunca me pagó, nunca le cobré, se borró.
Pancho tampoco forma parte de esta historia, me
escribió muchas veces y era uno de mis fervientes lectores. Una vez se perdió y
no me interesó saber de su paradero. Navegamos juntos en el Casablanca, él como
Capitán y yo como Primer Oficial. Un día pensó que yo era comemierda y me le
embasé en el camarote para discutirle la mascada. Se apendejó y regresó a mi
camarote con un sobre cargado de dólares, no eran tantos, pero los suficientes
para calmar mis inquietudes. Estoy convencido de que me sigue leyendo por
noticias que me han dado y me alegraría le llegaran estas notas, solo le diría
una cosa; ¡Sigues siendo un pendejo! Pancho se encuentra comprometido en la
compra de un barco que estuvo reparando en La Habana y con parte de la
tripulación cubana. ¿Qué raro?
Arturo, Luís, Roberto, Mario, Andrés, Martínez,
Papucho y muchos más, viven en Miami. Saben de mi existencia y la de Eduardo,
pero nos evaden. Saben que les pueden meter un cuento a los americanos con la
CIA y FBI comprendidos, bueno, si no hay pactos ocultos de intercambios de
chivatos. Y Arturo, ¿sigue en Venezuela apoyando a Chávez?
Te convido a creerme cuando digo futuro,
Si no crees en mis palabras, en el brillo de un
gesto,
Cree en mi cuerpo, cree en mis manos que se acaban,
Te convido a creerme cuando digo futuro.
Hay veinte mil buenas semillas en el valle desde
ayer.
Silvio Rodríguez
¡Yo no creo!
Y aquella muchachita vuelve a recortar su saya.
Post Data.-
2023-06-10
Varios de aquellos hermanitos que Silvio me regaló
con aquella canción se reúnen en Miami a cada rato, lo hacen en una especie de
ritual o mitin de consuelo, se esconden uno detrás del otro y entre muchos de
ellos no reflejan la sombra de un hombre cuando les da el sol. De vez en cuando
me dedican algunas palabras, dicen que no soy “ético”. ¡Siguen siendo unos
pendejos!
Hace unos años me vi obligado a expulsar al Majá de
un grupo que administro en Facebook, nunca habíamos navegado juntos y se le
destapó su veta de chivato, si está vivo debe estar comiendo sogas como todo imbécil
“revolucionario”. ¡Que se joda!
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2006-11-21
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