PASEANDO POR UN MERCADO CHINO
Todo lo que nade, vuele
o camine que no sea un submarino, un avión o u tren, es apto para el consumo en
China. Debo confesarles que como le ha sucedido a todo el mundo, me he sentido
sorprendido con el consumo de los murciélagos, no lo vi en ninguno de mis
viajes a diferentes puertos de ese país.
Comencé a visitar China
en el año 1970 encontrándose en el poder Mao Tse Tung y su camarilla de
incondicionales. Es obvio que para esos tiempos en pleno apogeo de aquella
fatal “Revolución Cultural”, no existían esos mercados que se fueron abriendo después
de su muerte con el cambio económico experimentado.
China vivía entonces la misma miseria que han sufrido
en todo el campo socialista, solo que acompañada con una dosis de represión multiplicada.
Era un pueblo digno de lástima, sentimiento que compartí con el de Rumanía y,
cuando esto es expresado por un cubano, debe suponerse que ambas situaciones
superaban en miserias a las nuestras.
Luego del cambio realicé
varios viajes a ese país donde visité diferentes puertos de su geografía de
norte a sur. Les han cambiado el nombre a muchos de ellos y no puedo
identificarlos en mi memoria. Basta mencionar a los más importantes para
comprobar que no se trata de una simple improvisación, Dalian, Shanghái, Ningbo,
Hong Kong, Guangzhou y otros que no recuerdo.
Me llamó mucho la atención
la repentina aparición de productos que estuvieron perdidos durante años y que
no solo fueran capaces de satisfacer la demanda del mercado interno. Para nadie
es secreto que han invadido al mercado internacional y lograron convertirse en
una potencia económica con sus virtudes y defectos. La pregunta que se me
ocurre es la siguiente; ¿Dónde estaban todos esos productos cuando el mandato
de Mao Tse Tung? Pregunta que puede ser extensiva a todo el antiguo campo
socialista y a las fracasadas economías de países que los han imitado como Cuba
y Venezuela actualmente.
Los mercados chinos a
los que haré referencia eran similares en su funcionamiento al antiguo Mercado Único
de Cuatro Caminos. Iguales a él existen en todos los países del mundo, sitios
donde podía comprarse una gran variedad de productos a precios muy bajos. Los
visité en Holanda, España, Malasia, Tailandia, Japón y otros países hasta
convertirme en un asiduo consumidor de esos espacios comerciales.
Las razones fueron muy
variadas y la principal era nuestro pobre poder adquisitivo en la marina
mercante cubana, ya lo he mencionado en otros trabajos. Además de acudir a
ellos por razones económicas, siempre he sentido mucha curiosidad en comparar
productos, precios, calidad y comportamiento de los nacionales. Unas veces acudía
a ellos por necesidad y otras por placer, me divertía y mataba el tiempo. Deben
tener en cuenta que algunas ciudades chinas poseen millones de habitantes y que
esos mercados son verdaderos monstruos que multiplican en extensión al de otros
países.
Por aquellos tiempos
pude observar que los chinos no realizaban las compras como nosotros, o sea,
vamos al mercado y nos abastecemos de alimentos para una semana tal vez. Ellos
al parecer, compraban lo del consumo diario en pequeñas cantidades. Tampoco se
acostumbraba al uso de bolsas plásticas o cartuchos donde envolver sus compras
y era en este punto donde se ensañaba mi curiosidad. Mi vista se detenía en
decenas de bulticos cargados por la gente, casi todos aquellos productos iban
atados con bejuquitos de fibra vegetal. Un pedacito de carne de res, otro de
puerco, una pequeña fracción de un pollo, un pajarito, algún pulpo o calamar, carne de
perros, carnero, etc. Por las patas podían llevar colgada alguna rata común,
ranitas plataneras, las que abundan en cualquier jardín y son pequeñas. Un
trozo de serpiente o simple culebra, un pedazo de las Morenas que pescamos en
nuestras costas y botamos al mar, matamos o dejamos morir sobre los arrecifes,
etc. En esos mercados podían observarse la venta de huevos podridos casi negros,
quizás con los pichones adentro. Grillos y escorpiones formaron parte de aquellas ofertas.
Cuando observabas
aquellas compras, sentías pánico de sentarte en algunas de las fondas encontradas
a tu paso. Cuando yo lo hacía, solo consumía cerveza acompañada con un plato de
camarones. Andabas por la calle y chocabas con la imagen de un puesto de fritas
con un perro asado picado a la mitad y mostrando sus colmillos. A la entrada de
cualquier restaurante se exhibían peceras con Morenas vivas o culebras
dispuestas a la selección de los comensales. Terrible para el que no estuviera
adaptado a esa cultura culinaria.
En los baños públicos
para hombres, colocaban tanques plásticos donde debía orinarse y una vez llenos
los tapaban y se los llevaban, nadie sabe el uso que les daban a ese orine.
Cuando viajabas por carreteras que bordeaban campos sembrados, podías observar
que se encontraban abonados con la basura recogida en la ciudad. Por fortuna,
varias publicaciones de los tiempos nos alertaban sobre el consumo de verduras
y vegetales por esa razón.
En fin, lo único que me
faltó por ver en aquel país que se traga todo lo que nade, vuele o camine y no
sea un submarino, un avión o una locomotora, fueron estos putos murciélagos que
nos han jodido la vida.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2020-04-07
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