domingo, 2 de noviembre de 2025

“AÑOS DUROS” CAPITULO NR.2 GUANABACOA

“AÑOS DUROS”

CAPITULO NR.2 GUANABACOA


Parroquia de Guanabacoa donde fui bautizado.

 

El camioncito subía agotado por el terraplén sin nombre que hoy se llama calle Lucero y frente al parabrisas, aparecía pintado ante mis ojos un cuadro paisajista imborrable por muchos años, el principio de aquel casi intransitable sendero con un fondo más moderno, el cine Chic de Mantilla. Rugía con rabia buscando la única vía que le daba acceso a Giralt. Dobló a la derecha en Santa Flora, otra de las pocas callecitas asfaltadas de ese barrio, quizás solo esa cuadra, pudo ser la siguiente también, solo que no lo recuerdo. Cuando dobló a la izquierda en Giralt en demanda de la Calzada de Managua, vi con tristeza la pequeña iglesia de madera donde nos reuníamos cada tarde con el seminarista o con su sacerdote. Tampoco comprendí mucho ese sentimiento repentino de tristeza, no debe ser muy normal sentirla cuando abandonas un escenario tan deprimente, doloroso. La iglesia quedaba a pocos metros de Santa Flora, años más tarde desaparecía devorada por un incendio. En la esquina con Santa Hortensia estaba otra casita que visité con frecuencia, la salita era la metáfora de lo que podía llamarse una escuelita. A ella asistí de Pascuas a San Juan por el módico precio de 0.25 centavos a la semana que, no siempre estuvieron disponible y provocaron continuas ausencias. La salita era pequeña y la señora que impartía las clases lograba -si acaso- reunir a unos 10 estudiantes, lo que significaba una ganancia semanal de $2.50 pesos, pero como les dije, esa cifra nunca logró reunirla en un barrio tan pobre, o sea, podía considerarse un milagro lograr ganar $10. 00 pesos al mes.

 

Una vez en la Calzada de Managua se detuvo varios minutos y contrario a lo que yo esperaba, el camioncito giró a la izquierda. Yo sabía que doblando a la derecha quedaba la casa de mi madrina Haydee próxima a la Casa de Socorros y más adelante La Habana, ciudad que visité muchas veces cuando Luisito estuvo ingresado en el hospital infantil. Por cierto, y espero que mis primos maternos no me lo discutan, al único primo materno que conocía era Enriquito, hijo de mi tía y mi padrino Chicho (Enrique Mitjans).

 

Pasamos frente al cine Chic y luego doblamos a la izquierda en la Carretera de Lucero. La conocía perfectamente porque nuestra madre en aquellos arranques depresivos o de hambre, nos llevó en un macabro paseo hasta “La Virgen del Camino” caminando. No sé si tuvo en mente solicitarle a la Virgen algunas monedas de su fuente para alimentarnos o no. Lo cierto fue que el regreso resultó muy agotador y llegamos a Mantilla muy entrada la noche. Por Lucero se detuvo una guagua y nos pidió que subiéramos, aquel generoso chofer le preguntó a mi madre si estaba loca. Durante aquella disparatada aventura nos acompañaba una hija de Chepa, no recuerdo si Isabel o Yolandita.

 

Lechería “Lucero”, “Ali” Bar y Campo Armada. Luego de cruzar suavemente la línea del tren que atraviesa a la calle Dolores después de pasado Campo Armada, aquel destartalado camioncito dobló a la izquierda en lo que era el hermoso Bar-Restaurante Cuatro Ruedas. Nunca imaginé que una década más tarde, yo entraría diariamente como aprendiz de carrocería en lo que sería después del 59 en el Taller Nro.1 “Camilo Cienfuegos” de la Empresa de Transporte por Carretera, contaría yo con unos 13 años de edad y exigían 16 años para matricular como aprendiz con un pago mensual de $30.00 pesos. Pude entrar mintiendo, gracias a que entonces no existía un carnet de identidad nacional. Esa callecita es de una longitud aproximada a las dos cuadras y muere en la Carretera Central, el camioncito dobló a la izquierda en demanda de la misma Virgen del Camino que habíamos conocido por medio de nuestra madre. Luego el hombre dobló a la derecha y nos transportó con nuestra carga de tristeza, hambre y miserias hacia un mundo totalmente desconocido.

 

Devoraba cada tramo de nuestro recorrido al que finalmente pude identificar varios años más tarde. Ya el sol había vencido la meridiana y el clima era bastante caliente, una vez el camioncito estacionado frente a la puerta de una casita, se apareció un señor algo obeso y le entregó las llaves del candado de la puerta a mi madre. No cruzaron palabras innecesarias, él la llamó por su nombre y fue suficiente un “sí” para identificarla. No era mucho lo que debíamos descargar y en esa operación participamos Ernesto y yo. No podíamos ocultar nuestra alegría, la casita era nueva y al abrir la puerta trasera descubrimos un patio bastante amplio. A unos 10 metros de distancia de la casita, se encontraba una caseta que al abrirla descubrimos era nuestra letrina. Una vez solos, nuestra madre se dispuso a prepararnos algo para aliviar nuestras tripas, lo hizo usando el legendario y anciano reverbero, fiel compañero de toda nuestra infancia. La noche nos sorprendió ayudando a nuestra madre en la organización de los pocos tarecos disponibles, sabrá Dios a qué hora caímos rendidos de cansancio.

 

El amanecer nos sorprendió con el cantío de los gallos, así sucedía en todos los barrios periféricos de La Habana como pude comprobar años más tarde. Así sucedió también en Hialeah, como pude sentirlo cinco décadas más tarde, es parte de lo poco que extraño de ese clima. Es muy difícil, por no decir imposible, ver a un gallo levantarse temprano en esta ciudad de Canadá para despertarnos y si es en invierno, ya saben. Nuestra madre siempre fue algo entretenida, ya de adolescente me enteré con alguna tía que ella había sufrido el “tifus” cuando joven o niña. Aquella enfermedad se llevó a dos hermanos suyos que eran gemelos y ella sobrevivió milagrosamente, solo que no quedó muy bien que digamos. Pues en medio de esa distracción crónica, ella nos dio permiso para que realizáramos una breve exploración por las cercanías. Algo que nos encantó fue la presencia de un arroyuelo, un río para nosotros que estábamos acostumbrados a la zanja que pasaba por detrás de la casa de Caridad en Mantilla, hablo de la hermana de mi abuela paterna y abuela de todos mis primos en ese barrio. Por ser nuevos en aquellos contornos no nos alejamos mucho hasta tener dominio del terreno y el ambiente allí reinante. Sabíamos que teníamos algunos sitios de aquel río donde pescar guajacones, cazar cocuyos en la noche y soltar a navegar algunos de los barquitos construidos por nuestra madre, quien nos brindaba un medio de entretenimiento gratuito.

 

Mientras pasaban los días ganábamos en confianza y nos sentíamos más seguros, comenzamos a conocer a los chamas del barrio y ellos se encargarían de orientarnos. Ya teníamos donde conseguir mangos sin pagar por ellos, recuerdo algunos árboles que pertenecían a una finca localizada al lado de una línea de tren que pasaba por una parte de Guanabacoa llamada “El Roble”. Nosotros vivimos exactamente en una parte conocida como Reparto “Mambí”, hermano gemelo de aquella parte humilde de Mantilla. Pues en uno de aquellos viajes buscando mangos nos encontramos con una hija o nuera de Rosa la jamaicana quien, conociendo la rica historia de nuestras calamidades, enseguida nos regaló pan y otras golosinas. No quiso aceptar algunos mangos que le ofrecíamos como reciprocidad por su noble gesto y nos pidió que cada vez que estuviéramos cerca nos llegáramos a su casa por otras cositas, no tuvo que insistir. Recuerdo que su casita quedaba próxima al antiguo paradero de la ruta cinco, situado entonces muy cerca de una fábrica de cintas que existía en la misma calle. Vale destacar que las casitas de “El Roble” eran nuevas en su mayoria y que en el barrio “Mambí” no se respiraba la pobreza extrema de “El Moro” en Mantilla. Cercana al paradero existió una escuelita pública a la que asistí con el uniforme exigido, claro, el shorcito estaba teñido con una pastilla de añil, no había para más.

 

Muy pronto comenzamos a conocer a miembros de nuestra familia materna, muy cerca de nosotros vivía mi tía Bertha y su esposo Fausto. Radicaban exactamente al lado de la casa de una señora llamada Violeta, quien tenía un hijo con su esposo, no recuerdo su nombre, pero sí qué años después, su esposo moriría cuando la explosión del buque “La Coubre”. El hombre era estibador en esa parte del puerto habanero. La casa de Violeta lindaba con una bodega que hacía esquina entre las calles Santa María y Lebredo. Aquella prole creada por mis tíos fueron unos primos excelentes, el primogénito se llama Fausto igual que el padre, le seguían Octavito, Zaida, Jorge y Edda. De ellos han fallecido Octavito en Cuba y Jorge en Chile, bueno, nuestro abuelo materno se encargó de ponerles un apodo a cada uno de sus nietos. Recuerdo que a Faustico le puso “El Curita”, Octavito fue bautizado como “Mi retrato”, no recuerdo bien si a Zaida le llamo “La Monga” y a Jorge “El Bombero” porque se orinaba mucho en la cama y eso no me lo dijo mi abuelo. Fueron muchas las veces que me orinó mientras dormíamos en la misma cama poco tiempo más tarde, cuando mi tía me sacaba de pase en la Beneficencia, no recuerdo el apodo de Edda, el mío fue “Monosabio”. Jorgito y yo por poco nacemos en la misma fecha, él vio la luz el 2 de septiembre de 1949 y yo cuatro días más tarde. Me dolió muchísimo cuando dejó de tratarme por problemas políticos, he escrito mucho desde que aprendí a mover los teclados de una computadora con dos dedos y gran parte de mi tiempo lo he dedicado a publicar todas mis experiencias bajo ese régimen. Desafortunadamente él pensaba y admiraba el lado opuesto con vehemencia, con irracionalidad. Estaba viviendo en Chile y desde allá se mostró más agresivo e intransigente. De muy poco valió haber compartido juntos parte de muestra infancia, mandó políticamente todo a la mierda y se sumó a la misma posición o acción absurda de muchos amigos y conocidos que me traicionaron cuando deserté.


 Mi tía Bertha.


Nunca le manifesté a él o a cualquiera de sus hermanos algo que he guardado con celo durante tantos años, hoy pienso que vale la pena. Nunca les he solicitado amistad o conexión en cualquiera de las redes sociales a las que tienen acceso por una sola razón, siempre he tratado de proteger a los que viven dentro de la isla, pero eso no quiere decir que los haya olvidado o dejado de querer. Hace unos días recibí una foto en la que aparecen Faustico y Zaida, créanme que me dio mucho sentimiento ver las condiciones en las que se encuentran actualmente.

 

Quiero que sepan que antes de abandonar la isla y estando el buque en el puerto pesquero, yo decidí llegarme una mañana hasta el puente del ahorcado donde vivía su mamá, mi tía Bertha. Créanme, me partió el alma encontrarla viviendo en un nivel de miseria que ella nunca había experimentado. Regresé hasta un lejano pasado, ese que hoy trato de rescatar en estas líneas y me encuentro en una casa humilde de Guanabacoa que contaba en esos años con televisor, refrigerador, cocina de gas y un auto del año 48 0 49, o sea, contaba con menos de 10 años de uso y servía para trasladar a toda la familia semanalmente a diferentes excursiones. Aquellos viajes para pescar en Arroyo Bermejo fueron los que más disfruté, ni se lo imaginan. Tres de sus hijos estudiaban en los Escolapios de Guanabacoa y cuando no había excursiones programadas, nos íbamos en las guaguas de los Escolapios a “La finca de los curas”, un área de esparcimiento que poseían en el terreno existente entre La Villa Panamericana y el Estadio Panamericano situados en La Habana del Este. Yo viajaba con ellos pagando el módico precio de 20 centavos que me daba mi tía y allí pasábamos medio día de aventuras. No quisiera mencionarles cómo se comía en esa casa, ni como vestían sus cinco hijos. Es cierto que trabajaban muy duro, durísimo, pero veían en su hogar el fruto de sus trabajos. ¿Desde dónde les llegó esas enfermizas ideas revolucionarias? ¡Vayan a saber! Porque no podrán negar que las adoptaron con exceso de fervor y allí me encontraba yo, visitando a mi tía para despedirme de ella, solo que no podía decírselo por una sola razón, no confiaba en ella. La alegría y tristeza fue mutua en aquel encuentro, estuvimos conversando más de una hora y yo solo esperaba una respuesta a ese inmerecido estado de pobreza, la que no vivió antes de la llegada de Castro al poder.

 

-Mi tía, solo vine a despedirme de ti, mañana salgo de viaje para Canada. Le dije y creo que ella leyó mis pensamientos, yo nunca la había visitado para despedirme en veinticuatro años navegados.

 

-Mi sobrino, te deseo lo mejor del mundo, cuídate mucho y si logras salir este viaje, trata de no regresar. Este país es una mierda y no hay futuro para nadie. Escuchar decir aquellas palabras de alguien que confiado se haya entregado en cuerpo y alma por una causa que consideró justa, me partió el alma. Cuando logramos separarnos pasé por el primer apartamento de aquella cuartería donde vivía su hija Edda, ella me presentó a su hijito y continué mi viaje hacia la nada. Jorge murió en Chile lejos de su familia y su hermano Octavito en Cuba, después murieron hermanos, tíos, madre y otros primos con los cuales perdí todo lazo familiar por las mismas razones. No pude ir a despedir a ninguno de ellos y las causas deben imaginarlas.

 

Siempre tuve una opinión equivocada de mi abuelo materno, quizás se debió a las pocas muestras de cariño con las que premiara a cualquiera de sus nietos. Sin embargo, ahora que me encuentro quizás con más edad de la que él poseía en aquellos tiempos, comprendo que fui injusto y estaba totalmente equivocado. ¿Quién pagó el alquiler del camioncito y la casita donde vivimos? ¿Quién nos sacó de aquel infierno donde nos abandonara nuestro padre? Claro que cuando lo comparabas con aquel ángel bondadoso y tierno que fue nuestra abuela, la primera reacción sería la de condenarlo.


Mi tía y madrina Haydee, mi tío Macho al Fondo, mi tía Lidia con chaqueta color beige y Roberto, el esposo de mi madrina.


Después de los hijos de Bertha y Fausto conocimos a dos primas hijas de mi tía Lidia, ambas concebidas con padres diferentes. Yo conocí al padre de la mayor, Teresita. Creo haber sido un privilegiado, no todos sus primos tuvieron esa oportunidad. Lilita era la menor de ellas y vivía junto a su progenitor, Miguel, un hombre amante de la composición musical, solo que su mejor bolero fue la pobreza en que vivían en es parte tristemente pobre de Guanabacoa conocida como “La Jata”. Nos llevamos muy bien desde que nos conocimos, pero ese cariño crecería unos años más tarde, aun éramos muy pequeños para compartir aventuras con ellos.

 

 

Los últimos en conocer vivían en el poblado de Regla, me refiero a los hijos de mi tía Martha, uno de ellos, el mayor, concebido con otro hombre al que no conocimos, creo que Pedrito tampoco conoció a su padre. Le seguían Marcelito, Ileana y Mercedita. Éramos más o menos contemporáneos y las temporadas vividas con ellos fueron espectaculares. El padre de esos tres primos se llamó Marcelo, gran hombre, padre y trabajador. Eran humilde, vivían en una vieja casa de madera en La Loma de Regla, la que se encuentra frente al antiguo matadero. Pobreza de una generosidad impecable a quienes les debo mucho de la felicidad que correspondió a una infancia prácticamente destrozada y sin techo, apartado de mis hermanos. Marcelo trabajada en un Van dedicado a la distribución de las galletas “Gilda”, muy conocidas en La Habana y que luego de tantos años de ausencia encontrara nuevamente en Miami. Además de ese trabajo fijo, Marcelo poseía un puesto de fritas en el Emboque de Regla, justo en la acera del frente, al costado de la lomita de la iglesia. Allí existían más de cinco puestos como el de él que competían en franca armonía. Vivían porque nunca carecían de clientes, cada lancha descargaba grupos de viajeros, muchas veces agotados y hambrientos que carecían de fuerzas para continuar sus viajes con el estómago vacío. Yo disfrutaba muchísimo mis vacaciones en casa de tía Martha, por el día los varones nos encargábamos de atender el negocio y de paso comíamos cualquiera de sus ofertas, que resultaban muy variadas, tanto, que muchos puestos de fritas tenían a veces un menú más amplio y variado que muchos restaurantes post 59. En la noche el servicio continuaba a manos de Marcelo, quien se encargaba de cerrarlo. Nunca escuché a propietario alguno quejarse de robo, la gente era pobre, no de la pobreza y hambruna actual, pero sí más honesta. Mi tía también era una luchadora espectacular y siempre estaba inventando algo, la recuerdo armando ramitas de Paraíso que cortaba del árbol existente en su patio. Luego nos enviaba a cada uno con una cajita o jabita para vender aquellas ramitas a dos centavos durante el Cabildo de Regla que finalizaba con un despojo frente al cementerio. El único trabajo que no nos gustaba realizar, era el de lavar los panteones de sus hermanos gemelos en el cementerio. Era una verdadera delicia los días que yo pasaba entre ellos, no recuerdo como estaban distribuidas las camas ni con quien yo dormía. Las comidas eran espectaculares, ambos cocinaban muy rico y servían en grandes cantidades.


Mis tíos Martha y Marcelo.

La felicidad dura muy poco en la casa del pobre, así nos pasó con aquella casita que aun despedía el aroma de las maderas usadas en su construcción. Mi mamá no podía pagar su alquiler, nuestra comida y a una mujer para que nos cuidara mientras ella trabajaba. No vivimos mucho tiempo en aquel humilde palacio, creo que fue el mismo tiempo necesario para una cosecha de los tomaticos de cocina. Nuestros vecinos más cercanos era un matrimonio de personas bien mayores que poseían huertos en su patio y aquel señor me enseñó a cultivar y preparar mi pequeño huertico. El me dio las semillas o hijitos de plantas que yo cuidaba con mucho esmero, contaba con tomates, ajíes, lechugas y dos o tres plantas de maíz. Solo me viene a la memoria el recuerdo de haber disfrutado el sabor de aquellos tomaticos una sola vez, no haber regresado a la escuela que se encontraba cerca del paradero de la ruta 5 y tampoco haber cargado con los pocos tarecos que eran de nuestra propiedad. Solo recuerdo que, a partir de una noche, amanecimos los siguientes días, que tampoco fueron muchos, dentro de una casa bastante grande que mi abuelo había alquilado en la calle Lebredo. Me llega muy lejana su imagen en una esquina a dos o tres cuadras de la calle Santa Maria, poseía un patio inmenso protegido por una cerca de ladrillos superior a los dos metros y rematada con trozos de vidrio en su borde superior. Al lado derecho de su puerta de entrada poseía un pequeño árbol de Ceiba.

 

Vivimos muy poco tiempo con mis abuelos, mi tío Octavio (Macho), mi mamá, Ernesto y yo. La única nota agradable de aquella casona fueron las doce campanadas escuchadas por la radio a las doce de una noche esperando el año que se nos venía encima y que ahora no recuerdo, apuradas uvas que por poco me atragantan. Antes de la Navidad mi hermano Ernesto y yo acompañamos a nuestra madre hasta la estación de policía que existía en las calles Santo Domingo y Lebredo. Luego de varias vueltas a las manzanas cercanas y deslastrar un poco el miedo que transpiraba por cada poro, ella nos tomó fuerte de las manos y con paso temerario se aproximó al hombre que estaba de posta y le preguntó si era cierto que estaban entregando Canasta de Navidad a los pobres. Recuerdo también que Macho había sacrificado un chivito de un batazo en la cabeza, no me pregunten por juguetes que nunca llegaron o dejaron en la puerta equivocada. Si grande era aquella casa antigua, así era también el infierno en que se convirtió con el ácido carácter de mi abuelo.

 

Poco tiempo más tarde, serían algunas semanas, me veía viajando en una guagua por la carretera vieja de Guanabacoa hacia el sitio del que guardo mis peores recuerdos de la infancia, “La Creche de Chaple”. Deben existir, solo que no los he conocido personalmente, sitios mas horrendos e infernales a los que pueda ser condenado un niño, yo estuve en uno de ellos con ese nombre. Chaple era un policía de Batista, obeso como la mayoria de los que aparecen en viejas fotos o revistas de aquellos tiempos que, dudo hayan sobrevivido a la escases de papel sanitario tan crónico en la isla durante estos mas de sesenta años de dictadura. No puedo describirlo, no sé si fue bueno o malo, no recuerdo su rostro, solo su rancia obesidad. Si puedo hablar mucho tiempo de su mujer, tan gorda como él, la representación femenina del mismo demonio en la tierra. Nunca he conocido a una mujer tan malvada, degenerada y abusadora con los niños, no creo que aquel ser tan inhumano haya sido concebida por otra mujer.

 

La Creche carecía de todo lo indispensable para hacer pasar a cualquier infante de momentos felices propios para su edad. La mayoria de los niños allí mantenidos en calidad de rehenes poseían una edad promedio entre los cuatro a seis años. Solo una muchachita de aproximadamente once o doce años, se encontraba en esa especie de prisión desempeñando el trabajo de cocinera. No era una labor muy complicada que exigiera demasiados conocimientos culinarios, el menú no era muy variado, mas bien era pobre. El desayuno era un jarrito de leche blanca con un pedazo de pan viejo y para los almuerzos o comidas el plato dominante sería la harina de maíz, acompañado de  boniato, frijoles y escasamente alguna proteína una vez a la semana, comíamos con el plato en la mano o sobre el suelo del dormitorio sentados en el piso. Dormíamos sobre unos catres podridos por el orine con su insoportable mal olor y para colmo, sus telas se encontraban en muchos de ellos rajados. Aquel dormitorio contaba solamente con un bombillo incandescente, sus ventanas rotas por donde penetraba el viento, la lluvia y los mosquitos. Nuestras necesidades debíamos hacerlas en lo que simulaba ser un bañito dentro del mismo dormitorio. Un lugar oscuro y sucio que bien pudo ser un taller y mantuvo sus paredes con el color original de viejos tiempos, allí coincidían a la vez hembras y varones apurados por evacuar.

 

La sola presencia de aquel animal salvaje vestida de mujer nos hacía temblar de miedo, ¿Qué niño o niña de cuatro o seis años tendría el valor de protestar ante aquella fiera capaz de golpearte con una fina vara a criaturas indefensas? Nadie se atrevía, vivíamos con un miedo permanente que no se apartaba de nosotros ni en presencia de nuestras madres o padres. Los días que teníamos visitas, aquel monstruo trataba de mantenerse bien cerca de nosotros muy atenta a las preguntas que nos hacia nuestras madres, las que ella se encargaba de responder con premura, siempre mintiendo o fingiendo sentimientos de cariño hacia nosotros falsos. Igual comportamiento mantenía en presencia de inspectores, ese día nos pasaban a un salón de su casa y nos sentaban en una mesa larga donde muy bien cabían unos doce comensales. Ella colocaba una pizarrita sobre un trípode especial para soportarla y fingía darnos clases. Nosotros debíamos fingir estar atendiendo a las falsas clases y mantenernos con unas libretas abiertas que ya tenían anotaciones con letras propias de principiantes, era toda una macabra tramposa.

 

De aquella jaula insalubre y asquerosa nos sacaban a tomar sol igual que hacen con los presos en horas de la mañana. Increíblemente podíamos andar sin vigilancia en la callecita de tierra donde tenían su casa, recuerdo que yo siempre caminaba al lado de una niña muy linda que me enseñó a pelar y comer las semillas de calabaza que encontrábamos en esos cortos recorridos. Nunca pude contarle a mi madre nada de nuestros sufrimientos en aquella especie de purgatorio, donde cumplíamos penas unos veinte niños inocentes de ambos sexos.

 

Aquel día llegó, mi madre me trajo una muda de ropa limpia que no me pertenecía, muy bien pudo ser de algunos de mis primos o de los niños de las casas donde ella trabajaba como sirvienta. Me vistió sin que cruzáramos palabras y se despidió de ella. Mi madre nunca fue muy buena explicando algo y te obligaba a completar frase o adivinar lo que decía entre varios significados diferentes. Ese día me dijo que iba para otra escuela mejor y me alegré en el alma. Me dijo; “Tu lugar en “La Creche de Chaple” va a ser ocupada por tu hermano Ernesto y tú vas a ocupar el lugar de tu hermano Luís en la escuela donde te quedaras hoy”. Sentí una pena muy grande al escuchar cada una de sus palabras y adopté una posición egoísta y miserable. No le mencioné nada de los sufrimientos por los que pasé y sometería a mi hermano, sentí mucho miedo en que me regresara nuevamente para aquel infierno.

 

A los pocos días de entrar en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana solicitaron la presencia de mi madre, me encontró ojeroso y con señales de haber llorado mucho. Ella le suplicó a la monjita que me atendía le diera diez minutos para hablar conmigo a solas y el permiso fue concedido.

 

-Ya te expliqué que estas aquí para sustituir a Luís, tu hermanito se quedó sordo con todos los medicamentos que le pusieron para salvarlo cuando estuvo enfermito. Como no tengo casa donde tenerlos he suplicado y llorado lo que no imaginas para que aceptaran el cambio. ¿Es que te maltratan? ¿No te gusta la escuela? ¿Comes mal?... Fue entonces cuando rompí a llorar desconsoladamente y al escuchar mi llanto se acercó la monjita que me cuidaba.

 

-¿Le ha sucedido algo al niño? Le preguntó a mi madre y ella le respondió en silencio muy sorprendida.

 

-Mima, saca rápido a Ernesto de aquella Creche, lo deben estar maltratando mucho y se pasa mucha hambre.

 

-¿Por qué no me lo dijiste el día que te traje?

 

-Porque tenía miedo de que me regresaras nuevamente para ese infierno. Yo me siento muy bien en esta escuela y las monjitas nos tratan con mucho cariño.

 

-Hija, solo ha sido el cargo de conciencia por su silencio el que ha provocado esta situación. Ya descargó todo el dolor que lo abrumaba y se calmará. ¡Vete tranquila a rescatar a su hermanito!

 

 

Continuará……….




 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2025-11-01

 

 

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martes, 28 de octubre de 2025

EL HISTORIADOR



EL HISTORIADOR




Yo sabía que tarde o temprano llegaría este momento, lo siento por sus descendientes y amigos, pero es algo que no puedo ni debo callar. Hay un país destruido donde mueren decenas de persona por falta de alimentos y medicamentos. Hay un país secuestrado por una banda de delincuentes que les han negado una vida decorosa a su pueblo y le niegan una muerte digna. Y tomando estas situaciones como escenario, se les ocurren a varias personas rendir un inmerecido tributo a un ser que murió siendo cómplice de ese régimen. Lo siento mucho por esa señora a la que admiro y respeto, quien hoy dirige esa organización deseosa -como todos los verdaderos cubanos- en rescatar nuestras verdaderas historias y no las prostituidas por ese régimen con su enorme ejército de cómplices y mamporreros.

 

Creo y ya lo expuse una vez, el programa trasmitido por la televisión cubana, donde se presenta a un “supuesto historiador” exponiendo una avalancha de disparates que, pueden calificarse como un atentado a la inteligencia humana, lo encontré publicado precisamente en el muro del difunto “historiador” Maximino Gomez. Muy bien vale una oportuna pregunta; ¿Puede un verdadero historiador prestarse para avalar tamaña porquería “histórica”? Lo dudo, un historiador que se respete no se prestaría nunca para servir de cómplice a tan absurda manipulación. Recuerden que ese programa pudo ser visto por millones de seres en una isla sin muchas opciones de entretenimiento. Aquí les dejo el link para los que deseen refrescar su memoria.

 

EL CASO DE LOS SUBMARINOS ALEMANES Y CUBA

https://estebancl1949.blogspot.com/2021/08/el-caso-de-los-submarinos-alemanes-y.html

 

Esto fue lo último que encontré en la página de ese señor al que luego yo sacara de mi lista de amistades y lo expulsara del grupo de Facebook que administro y lleva por nombre: “Graduados de las Academias Navales de Cuba, marinos todos y amigos del mar”. Pero aquí no se detiene toda la aventura del historiador, existieron razones más poderosas que me impulsaron a tomar esas drásticas decisiones.

 

Durante las elecciones en las que Donald Trump disputaba la presidencia de los EEUU con la oponente Hilary Clinton, el señor Maximino se transformó en un verdugo contra cuanto conservador manifestaba algo a favor del Partido Republicano o Donald Trump. Fue entonces cuando decidí evacuar algunas dudas y me encontraba en todo mi derecho. Lo hice porque él había integrado el grupo de internet llamado: Foro Naval (Cubano) donde logró escalar a posiciones de dirección. Posteriormente integró el grupo llamado: “Grupo seguidores de la AIDHNC”.

 

Pues bien, le hice una pregunta incómoda pero necesaria: Si usted vive en España ¿Por qué se encuentra tan activo en los Estados Unidos en estas elecciones? ¿Por qué no participa un poco en la situación política de España, pais donde vive? “Porque España es un caso perdido”, fue toda su respuesta. Deduzco entonces que deseaba que los Estados Unidos de perdiera también, porque atacaba a quienes presentaban una línea totalmente opuesta al PSOE. Indudablemente hay que ser muy ingenuo o inocente como para no darse cuenta inmediatamente estar en presencia de un “presunto” comunista que realizaba trabajos proselitistas en España y Europa bajo la apariencia del simple “historiador”. Un caso similar es el del exjefe de Catedra de Navegación en la Academia Naval del Mariel de apellido Gordillo y como ellos, existe un nutrido grupo de cubanos con igual función dispersos por todo el mundo. Fue en este instante que tomé las decisiones mencionadas.

 

Para profundizar un poco en la labor realizada por este señor, vale destacar que perteneciendo al “Grupo seguidores de la AIDHNC”, viajaba a Cuba (No puedo precisar las frecuencias o cantidades de viajes) y mientras lo hacía realizaba “Bojeos” alrededor de la isla autorizados por el régimen, tenia acceso a documentaciones históricas, realizaba actos públicos como ponerle flores al monumento a los marinos caídos durante la II Guerra Mundial con discursos incluidos, etc.

 

Una vez fallecido, ese grupo experimentó ciertas presiones y acoso  injustificados por la Seguridad del Estado y se vieron obligados a suspenderlas. (Esto que manifiesto es una información que me brindó una persona a la que respeto mucho y que integra ese grupo).

 

Por otra parte, una persona de respeto muy conocido por todos los marinos me informó que, la desaparición del grupo “Foro Naval”, dirigida por Andrés Vázquez, estuvo vinculada a la presencia de este señor en la mencionada organización, integrada por personas algo mayores de una o dos generaciones anteriores a la nuestra. El propio Andrés lo comentó conmigo un tiempo antes de su muerte y desintegración del grupo. Organización que poseía un amplio caudal de información marítima cubana y que no supo preparar un relevo al cual entregarle la antorcha para continuar tan importante labor. Una de esas personas aun con vida me manifestó un día que yo me había convertido en un referente de la historia de las flotas cubanas y mi respuesta fue muy simple: “Nunca he realizado estas búsquedas por ambiciones personales o fama. Hubiera preferido que cada hombre de mar contara algo de sus historias para guardarlas y evitar fuera manipulada por “inescrupulosos y falsos historiadores”.

 

Existen en la actualidad dos cofradías de marinos en la isla con muy poca aceptación, algunos miserables sobrevivientes de la generación pasada se encuentran agrupados en ellas, no todos sus miembros gozan de la misma categoría. Indudablemente que los hay muy buenos y no capten el fin perseguido por otros que los rodean, entre ellos se encuentra un auto-titulado “Comodoro” quien radica en Barlovento lavándole el rostro a ese régimen que, está cometiendo un silencioso genocidio contra el pueblo cubano. He leído que uno u otro de esos individuos tiene intenciones de escribir la historia marítima de Cuba, uno u otro que han ocupado altos cargos en la marina de guerra y nunca estuvo vinculado a nuestras vidas. ¿Cuál historia escribirán? La que les acomode a quienes los gobiernan. ¿De qué pudiera servir ocupar libreros, librerías y bibliotecas con una historia harto masticada como lo es la perteneciente a la II Guerra Mundial, cuando no se han ocupado de escribir algo de la nuestra con sus puntos y comas?

 

En Resumen, han elevado en ese homenaje al señor Maximino a la categoría (simbólica) de “Capitán”, cargo que nunca ocupara. Lo mismo han hecho con Andrés Vázquez y tampoco fue “Capitán”. Yo no lo he sido y si me llaman así, es por muestras de cariño y porque los que me conocieron saben que mientras unos cuantos de los que hoy viven en Miami gozaron de ese cargo, me lo negaron por no pertenecer al asqueroso Partido Comunista de Cuba. Estas han sido líneas escritas a deshoras, pero las considero necesarias para un pueblo enfermo y hambriento, muy agotado de consumir y producir héroes o mártires que solo les han causado angustias, sufrimientos y falta de esperanzas. Tiempo ha sobrado para manifestar arrepentimientos por el legado que le dejamos a las nuevas generaciones, después de muertos no hay espacio para los perdones.

Los hijos de las víctimas también se merecen una explicación.

 

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2025-10-28

 

 

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lunes, 22 de septiembre de 2025

FALLECE EL JEFE DE MÁQUINAS EDGARDO MARTÍNEZ CALDERÍN.



 

FALLECE EL JEFE DE MÁQUINAS EDGARDO MARTÍNEZ CALDERÍN.

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“Una muerte poco anunciada”


Motonave "Jiguaní, donde compartiéramos singladuras.

 

Lamento llegar tarde, he estado atravesando algunos contratiempos con la salud y me prometí -cuando regresara- dedicarle unas pocas líneas a este gran hombre.

 

La noticia de su muerte me llegó como llegan casi todas en este mundo cibernético, la compartió Yraida, una amiga suya que está en mis contactos el día 13 de Agosto del 2025. Lo sentí como en casos anteriores, donde he cumplido la sagrada labor de despedirlos. Sin embargo, una nota de condolencia encubriendo un acto de hipocresía o cobardía, logró disparar ese enojo que me caracteriza. decía aquella nota de condolencias que; el amigo Edgardo había sido “fundador” de un grupo de exes, donde se agrupa de todo, lo bueno y lo malo de nuestro nada inmaculado mundo.

 

Entonces me pregunté enseguida; ¿Por qué no le dedicaron un obituario similar al empleado con otros exes que integraron la misma cofradía? Recorro gran parte de la página perteneciente a quien dirige ese grupo y es redactor de los mencionados obituarios, lo comprendo inmediatamente. Edgardo no falleció en Cuba, dejó de respirar en la lejana Uruguay. Tierra que ha abrazado a muchos cubanos que abandonaron la isla en la búsqueda de esa libertad o futuro inexistente. ¿Se convirtió en un “Traidor a la Patria”? Ya ese término no se usa mucho entre las nuevas generaciones, pero sobrevive en las mentes enfermizas de algunos degenerados de la nuestra. Es muy probable que por igual motivo dejaran de comunicarse conmigo algunos timoratos de esa pandilla, fracasaron en sus intentos por corregir la historia, se requiere de inteligencia, voluntad y pantalones, ya lo dije, se trata de unos infelices timoratos. Solo basta recorrer las biografías de unos cuantos para comprender lo que manifiesto, allí entre ellos se destaca ese gordo con su perrito, siempre dispuesto y colaborador para lavarle el rostro al régimen. Él se auto titula Comodoro, yo no dejo de llamarlo Inodoro. En fin, Edgardo no calificaba como toda la “pléyade” a la que esos individuos han despedido con sus fanfarrias y salvas disparadas. Es mejor que así sea, parte limpio de todas estas impurezas contaminantes.

 

Navegamos juntos a bordo del buque “Habana” o del “Jiguaní”, no `puedo recordarlo con claridad, ya los años me van traicionando. Si puedo afirmar que en esos viajes mantuve unas excelentes relaciones con aquel Edgardo joven como yo. Iba subordinado de otro gran hombre, me refiero al Jefe de Máquinas Orlando del Río, yo era un inquieto Tercer Oficial que apenas acababa de descubrir al universo.


Tal como aparece en la página de Yraida.

 

Edgardo tenía un carácter muy especial y aunque más tarde solo coincidíamos en muelles, la acera de la Empresa de Navegación Mambisa, las lanchas para abordar a nuestros buques fondeados, etc. Siempre sobrevino el abrazo o el fuerte apretón de manos, nunca, fíjense bien, nunca escuché a nadie hablar mal de él. Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos y no creo haya cambiado durante mi ausencia. Como tampoco lo han hecho muchos miserables que hoy viven en el exterior sin ocultar sus añoranzas por aquellos tiempos de calamidades. Como tampoco lo han hecho algunos miserables que viven en la isla, ciegos a la destrucción que han causado a su tierra y su gente.

 

Hoy apuramos una jarra de cerveza en la piloto del “Two Brother's” mientras esperamos una lancha que nos lleve a nuestras naves. Lo hacemos sin complejos, aunque vestimos charreteras, lo hacemos sin imaginar que tan profundo andamos hundidos dentro de aquella podrida sociedad. Nos gritan desde la entrada al muelle Sierra maestra Nr.3 Sur, vemos como se aproximan las lanchas y cruzamos la avenida del puerto desafiando al tráfico de aquellos tiempos. Masacote nos saluda con su boca de sábalo; ¡Colaboren, colaboren, colaboren! Siempre pide algo, cualquier cosa es útil y necesaria en aquella insaciable tierra. Edgardo aborda la lancha para el área norte de la bahía, ya su buque se encuentra de salida. Yo me dirijo al sur y antes de desaparecernos nos saludamos.

 

Dos horas mas tarde escucho cuando su buque se desliza por el canal de entrada a la bahía, imagino a los niños corriendo por el malecón paralelos al muelle. Hoy son muchachos viejos dispersos por gran parte del mundo, a unos pocos no les importa la suerte corrida por sus parientes. Se escucha una pitada larga que estremece toda la bahía, ya no hay barcos entrando o saliendo, los Prácticos mueren de viejos o aburrimiento. Los imagino desapareciendo entre la bruma de la nada y su nave cae a estribor una vez vencida la bolla nr.1. Otro buen hombre que se nos va, ya quedamos pocos.

 

Mis sentidas y sinceras condolencias a toda su familia, amigos y colegas de profesión. Hay cosas que debían decirse y las dije sin remordimientos o arrepentimientos.

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2025-09-22

 

 

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domingo, 3 de agosto de 2025

“ALGO ANDA MAL”, Pedro González al cuadrado.



 

“ALGO ANDA MAL”, “ALGO ANDA MAL”, Pedro González al cuadrado.




Ilustrísimo Pedro González.-


Disculpe no lo llame “Compañero”, detesto y siento repugnancia cuando menciono esa palabra, quizás sea injusto. Menos aún puedo llamarlo amigo, hermano, colega, mi socio, asere, mi panga, brother y una u otra manera inventada por los cubanos. Muy simple, nada nos acerca.


Lamento mucho no haber tenido tiempo para redactar y publicar la respuesta por la que vino a este grupo con su mamotreto dirigido al actual ministro de transporte. Otro de los administradores del grupo consideró sin valor su reclamo y lo retiró. Yo en lo personal lo considero inmoral y muy apartado de nuestro contexto, paso a explicar.


El primer párrafo de su carta amorosa no tiene desperdicio, yo la considero épica y fosforescente, “osease”, es tan brillante y poderosa que se puede leer en todo el universo. Creo que pudo causarle varios orgasmos al destinatario, no es para menos, tantas inusuales alabanzas no son fáciles de conseguir en estos tiempos de cólera, hambre e histeria. ¿Así que tu amoroso ministro va resolviendo la situación? Espero que al menos sepas lo que dices, porque en mi modesto modo de pensar, no lo creo así. No sé a cuál generación perteneces, lo que has vivido y visto, pero te aseguro que le resultará en extremo difícil volver a poner los servicios de las guaguas cada tres minutos en horas pico y que la Ruta 4 de Mantilla vuelva a ser la mejor del país. ¡Ya sabes los contratiempos! Si no es el bloqueo son los huracanes. ¡Oh, se me olvidaba! Como tuvo que arrancar cabezas tu ministrico para llegar a ese cargo. No sé hasta dónde esa parte del problema al que rindes pleitesía forma parte de la solución. Creo que 66 años de existencia de ese sistema ha demostrado lo contrario, es muy brillante tu optimismo.


¿Así que le escribiste para plantearle las inquietudes de “varios marineros”? Ya imagino las expresiones de los “marineros” de allá que comparten tus inquietudes; ¿Vieron eso? ¡El loco de Pedrito se ha inmolado por todos nosotros, le haaaa escrito una carta al ministro! ¡Nada menos que al ministro! ¡Como reconforta ese apoyo moral y silencioso de los nuestros! Dirás… Nada que ver con el silencio guardado por los “marinos” de allá, digo, de la otra orilla, donde nos encontramos muchos. Puede que te sientas defraudado y hasta traicionado, pero nosotros tenemos unas razones poderosas para no apoyarte, creo que mereces ser condenado por toda la comunidad de hombres de mar y por tu propio pueblo. ¡Veamos!


Nosotros no somos un grupo integrado por “marineros”, los hay, como es de suponer, pero nuestro grupo está formado por “marinos”, donde se incluyen esos marineros. Una pregunta; ¿Eres militante del partido? Te lo pregunto porque como hay tan pocos barcos, navegar es algo así como ganarse la lotería en ese mercado laboral. Veo que mencionas a Selecmar y nosotros hemos recibido muchas denuncias contra ella por estafas, sobornos para poder enrolarse y cualquier tipo de abusos en contra de los hombres de mar en ese nido de bandoleros corruptos. Sin embargo, escapan de esas arbitrariedades los militantes del partido (no todos), los que dan un toque fuerte e incluso algunos que no militan en nada y son “chivatos” de la seguridad del estado. ¡Qué raro, no mencionas nada de eso! En tu carta solo mencionas la preocupación por el carro ahora que se va cerrando el cuadro con la compra de productos en MLC, ¿verdad? Tampoco te solicitamos que lo menciones, esa acción debe ser voluntaria y se requiere un poco de valor.


Bueno, como acá leen mucha gente, no les explicaste que eres un trabajador que estás recibiendo tu salario en MLC y que los trabajadores cubanos lo ganan en Renmimbi que no le sirve ni de papel sanitario. ¡Oh, se me olvidaba! Explícale a la gente que cuando te contratan de esclavo a compañías extranjeras el gobierno se queda con gran parte de lo que tú sudaste. ¡Disculpa, se me olvidaba que solo te preocupas por tener un carro!


Me sobran argumentos para contarte a ti y a los que leen, pero no deseo gastar mi tiempo. Es una verdadera vergüenza que, mientras muchos cubanos donde se incluyen a niños y ancianos mueren por la falta de una ambulancia, tengamos que soportar leer unas notas tan despreciables como las que trajiste a este grupo. No solo fallecen por falta de esos vehículos, parece que no vives en Cuba, están falleciendo por falta de medicamentos y pésima alimentación. Mientras estas desgracias son sufridas por nuestra gente, vienes tú con ese inmoral reclamo sin deseos de mirar para el lado o para arriba. Averigua como vive la clase gobernante, como lo hacen sus hijos, donde estudian. ¿Crees de verdad que ese ministrico al que has dedicado una carta tan amorosa no forma parte de esa pandilla? Es una vergüenza que seas marino, pero no te sientas tan solo. Acá los tenemos sufriendo todas esas enfermas y malvadas nostalgias por la mierda que han dejado atrás. Algo anda muy mal en la mente de gente como tú.


 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2025-08-03

 


 

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CARTA ENVIADA POR EL ILUSTRÍSIMO MARINERO PEDRO GONZÁLEZ AL MINISTRO DE TRANSPORTE EN CUBA.



La Habana, 28 de junio de 2025

 

Señor

Eduardo Rodríguez Dávila

Ministro de Transporte

República de Cuba

 

Estimado Ministro:

 

Ante todo, reciba un cordial saludo y mi reconocimiento por la labor que usted y su equipo vienen realizando al frente del Ministerio de Transporte. Es evidente el esfuerzo por modernizar y optimizar los servicios, así como la dedicación para enfrentar los desafíos actuales del sector. Agradezco especialmente las iniciativas recientes que han permitido mejorar la infraestructura y la conectividad en nuestro país.

 

Aprovecho la ocasión para trasladarle una inquietud que comparten varios marineros cubanos, quienes reciben su salario en Moneda Libremente Convertible (MLC). Si bien comprendemos la importancia de este sistema salarial, existe preocupación porque, a pesar de recibir sus ingresos en MLC, los marineros no pueden acceder a la compra de autos mediante esta moneda, lo cual limita significativamente el aprovechamiento de su remuneración. Y nuestras compañías y Agencia empleadora Selecmar, no nos dan ninguna respuesta, pese a nuestra persistencia.

 

Por tal motivo, le agradecería, si fuera posible, pudiera aclarar si existen planes para permitir que los marineros que cobran en MLC puedan utilizar estos fondos en la adquisición de vehículos, o si se prevén alternativas para facilitar el acceso a este importante recurso.

 

Agradezco de antemano su atención a esta solicitud y reitero mi respeto y admiración por la gestión que realiza. Quedo a la espera de su amable respuesta.

 

Atentamente,

 

Pedro González

La Habana, Cuba.


 


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jueves, 22 de mayo de 2025

DESPUÉS DE LA GALERNA




DESPUÉS DE LA GALERNA






DESPUÉS DE LA GALERNA

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…En su vida marinera pudo conocer a una serie de personajes que cubrían todo el espectro de colores y matices de la personalidad humana. Unos humildes y laboriosos, otros muy vivos o pendencieros, algunos indisciplinados, borrachos y casi todos expertos en burlar los métodos y reglas de las aduanas. Es decir, una típica marina mercante.

Tal es la masa heterogénea que conforma y aglutina a los marinos, que esa estrecha vinculación con el medio influyo notablemente en la carrera y la personalidad de Esteban Casañas. Para resumir, es un lobo de mar por cuyas venas corre tanto la sangre como el agua salada, cuya forma de pensar, léxico y manera de actuar, son totalmente las de un marino de la cabeza a los pies. Casañas describe a hombres (y mujeres) y hechos con una narrativa apasionante, bien hilvanada y absolutamente realista. Tanto, que a medida que leemos cada línea, nos parece balancearnos en el puente o la cubierta de un barco o ensordecer con la algarabía de un bar portuario entre los aromas del humo de tabaco, los vapores de las bebidas alcohólicas y la presencia de las meretrices locales…

 

Capitán Augusto Juarrero

Fragmento del prólogo al libro “Después de la Galerna”

 

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He leído accidentalmente que “algunos” de igual tendencia y diferentes colores en sus uniformes, intentan incursionar en la historia de los hombres de mar en Cuba. Como era de esperar, siempre aparecerán aquellos difuntos colegas desaparecidos cuando la II Guerra Mundial, quizás los últimos en navegar gobernados por la vergüenza de sus conciencias. Continuará después de ellos algo de la historia inventada por los autores del estado miserable en el que han sumido a la isla, aplausos, loas y vivas resaltados por signos de admiración y la manifestación perruna de los presentes encandilados por nombres y apellidos. Es algo así como si el Lobo se sentara a escribir la historia de la Caperucita y se presentara como custodio de las ovejas. ¿No recuerdan la historia de los submarinos alemanes presentadas en la televisión cubana por un supuesto “historiador”? Necesito una sola razón para confiar en estos individuos.

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Algo he podido rescatar del olvido que indudablemente pertenece a la verdadera historia del hombre de mar cubano y en este libro se pueden encontrar algunas notas de eso que esa gentuza no te mencionará por una sola razón, ellos forman parte de esa maquinaria que ha trabajado incansablemente para silenciar a la verdadera historia o distorsionarla.

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“Pueden buscar el libro en Amazon, Barnes & Noble, Google y muchas páginas de Internet”.

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viernes, 9 de mayo de 2025

TAL COMO ERES. "FELIZ DIA DE LAS MADRES"



TAL COMO ERES



TAL COMO ERES


 Si hubieras sido Reina, yo sería tu heredero,
 me perdería en tu castillo, fuera propiedad de la corona,
 nunca supiera de tu existencia, ni tú de mi paradero,
 aprendería muchas cosas, cenaría con mil cubiertos,
 manejaría el florete y el sable, casi no seríamos hijo y madre,
 y el tiempo se perdería, entre reverencias reales,
 no sabes cuanto lo sentiría, como me dolería, no poderte dar un beso.

 Si hubieras sido una artista muy famosa y bella,
 tus senos pudieran estar en millones asegurados,
 quizás fueran artificiales, de esos que llaman siliconas,
 cuanto dolor sentiría, que no me hubieras amamantado por esas frivolidades.

 Si hubieras sido una mujer rica e importante, nos veríamos pocas veces,
 viajaríamos en limusinas o en aviones particulares,
 nunca me sentarías en tus piernas, para no arruinar tu carísima ropa,
 ni me dejarías besarte para cuidar tu maquillaje,
 hablaríamos por celulares, te mandaría rosas por computadora,
 y en la medida que pase el tiempo, dejarías de ser mi madre.

 Te prefiero así, guajira, india, morena, blanca y hasta negra como el azabache,
 que comparta mis sueños y me regale su alegría,
 que siempre esté a mi lado, en las malas y las buenas,
 cuando tenga fiebre, cuando pueda estar preso y que nunca se avergüence.
 Así te quiero, modesta, humilde, sencilla, bonita o fea,
 siempre dispuesta a defenderme, que no use tantos coloretes,
 que tenga un rostro para besar y esté dispuesta a alimentarme con su leche.
 Así vales más que una Reina, en este palacio de solo cuatro paredes,
 por eso te quiero tanto madre, te prefiero tal y como eres.




Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
13-5-2000


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domingo, 30 de marzo de 2025

“AÑOS DUROS” CAPÍTULO Nr.1.- “MANTILLA”

“AÑOS DUROS”

CAPÍTULO Nr.1.- “MANTILLA”



 En la playa de Varadero año 1950, de derecha-izquierda mi padre, mi hermano Ernesto sin cumplir un año, mi madre, mi prima Isabel, mi primita Sonia (aun viva), mi querida Chepa (prima de mi padre) y mi primo Miguelito.




…La Mayoría de las amistades de Carlitos y sus primos maternos y paternos, ya no están en Cuba.

Así que, cuñado, yo te agradecería que escribieras la infancia de ustedes y toda su primera juventud en Luyanó. Los nietos de tu hermano y tu sobrino Carlitos te lo agradecerán por toda la vida.

Cuídate mucho… Besitos a toda la familia y a tus nietos, por supuesto.

Feliz lunes y mejor martes.

Bye Bye…

 

Tahimi C. M.

La Habana..Cuba

08-10-2024

 

 

 

… ¡No sé! Nunca me lo había propuesto, he derramado como arena varios granos a mi paso, pero luego han sido arrastrados por el viento. ¿Quién pudiera saber a cuál playa fueron a recalar? Tampoco me he sentido muy animado en hacerlo, los tiempos han cambiado y el recuerdo de los abuelos a perdido su sentido hasta significar muy poco, casi nada.


No pude disfrutar las existencias de mis abuelos mucho tiempo, porque mi verdadera infancia la gasté en un orfelinato muy famoso que existió en Cuba, ellos irán apareciendo de acuerdo con el lugar que ocuparon en mi vida. Sin embargo, luego de pensarlo muchas veces, creo que pudieran servir de algo unas pocas líneas, las que se refieran a mi anterior infancia, la de los años duros…

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal..Canadá

20-10-2024

 

 

 

Los recuerdos de mi dura infancia se esconden en un viejo y destartalado cuartucho de madera que existió en lo que hoy tiene nombre de una calle. No estoy muy seguro de si las carcomidas tablas que dieran forma a sus paredes estuvieran amachimbradas. Si estoy muy convencido de que entre ellas penetraban los primeros rayos de luz en las mañanas y en las noches dejaban escapar algo de nuestros dolores en medio de una horrible fotosíntesis inhumana. Hoy aparece en Google Maps que, aquel sendero de tierra tantas veces recorrido junto a mis primos tiene un nombre, se llama calle “Lucero” y en mis tiempos no lo era. Por Lucero solo se conocía a la “Carretera de Lucero” la que nacía en la Calzada de Managua y moría en la calle Dolores, justo donde se encuentra situado aquel histórico “Alí Bar”. Esa callecita que nace en la calzada de Managua frente al que fuera el cine Chic, fue en aquellos años un terraplén inaccesible para cualquier tipo de transporte y solo usado por quienes construyeron sus casas a ambos lados de las supuestas e inexistentes aceras. Cuando llovía y dependiendo de la intensidad, toda la basura y el lodo arrastrado por la lluvia, descendía con violencia en forma de riachuelo a lo largo de ese terraplén que desaparecía unas cinco cuadras más abajo en lo que simulaba ser otra calle perpendicular con el nombre de Rodríguez de Armas, más allá solo existían algunas humildes casas dispersas.

 

Yo me enteré de haber vivido en otro sitio por mi prima Teresita, contando con solo unos meses de nacido y sentado en un portal -al parecer imaginario para mi madre- un vecino encendió un montón de basura y se formó de pronto un remolino que trajo volando un papel ardiendo para colocarlo en mi tierno rostro. Me contó mi madre que ese accidente había ocurrido en Mantilla y así lo conté desde niño hasta los otros días en que mi prima Teresita me aclaró que aquella desgracia que me dejara marcado con una cicatriz y un pequeño desvío del tabique, sucedió en el portal de mi tía Bertha en Guanabacoa. Sin embargo, no recuerdo o encuentro a otro barrio asociado conmigo anterior a ese pedacito de tierra donde fuera infelizmente feliz, pudo ser que mi madre se encontrara de visita en casa de mi tía.

 

De niño y tal vez amparado por esa mágica inocencia que te acompaña, el dolor desaparece o nunca existió durante ese importante período de vida, así ocurrió en la mía, no sé en la de ustedes. Mas tarde -para bien o para mal- resucita con mucha fuerza una vez adquirida cierta dosis de conciencia. Ya de mayor es que sufrí aquella miserable infancia regalada por el progenitor de mis días, pero es mejor no adelantarnos, prefiero volver a vivirla por pasos.

 

A Mantilla puedo afirmar que la recuerdo con mucho cariño, es que allí conté con excelentes primos que colaboraron muchísimo -sin proponérselos- en borrar cualquier huella de dolor capaz de dejar marcado a un niño. Una buena parte de la familia de mi padre se encontraban localizados en apenas una cuadra de aquel terraplén hoy conocido como la calle Lucero. Supongan que bajan por esa callecita desde el cine Chic, la primera calle perpendicular se llama Santa Hortensia, deben continuar bajando y encontraran a la segunda calle en interceptarla para morir en ella, esa calle se llama Santa Flora. Unos cuantos metros más abajo y quedando a la derecha de la calle Lucero, aparece el nacimiento de una estrecha callecita con el nombre de Abelardo en Google Map. En mi infancia ese tramito de Abelardo existente entre la calle Lucero y la carretera de Lucero era una especie de pasadizo de tierra intransitable cuando llovía y era conocido como “El Callejón de Lucero”. En su unión con la carretera de Lucero existió una bodega donde el vecindario hacía parte de sus compras. Detrás de la bodega existió un bar llamado “Mi Bohío” si la memoria no me traiciona, la propiedad contaba con un amplio terreno sembrado de árboles frutales que se extendía desde la carretera de Lucero hasta la calle con el mismo nombre por el lado izquierdo del callejón en esa misma dirección. Aquel pasadizo fue el lugar preferido de muchos vecinos para arrojar sus despojos de santería, muchos de los cuales orinábamos para tomar los quilos prietos incluidos en las ofrendas. No recuerdo quién fue el portador de aquel mensaje donde nos explicaba que el orine era capaz de neutralizar cualquier maleficio en un trabajo de brujería o santería.

 

Volvamos a marchar nuevamente por el Callejón de Lucero viniendo desde la carretera con igual nombre, ya les dije que a mano izquierda se encontraba la bodega seguida del Bar “Mi Bohío”, el que resultara en pérdida total por un incendio. Bueno, antes de que se quemara y según le conté a mi prima Isabel (madre de mi prima Lucía), yo recordaba que ella había tenido un pretendiente, quien estando en el bar ponía en su vitrola el número “Santa Isabel de las Lajas” de Benny Moré y ella se arrebataba. Hoy he hablado con mi prima Lucía, (28-10-2024) y le hice esta historia que años atrás yo le recordé a su madre entre carcajadas. Me dijo mi Prima Lucía que, en vida, Isabel le había contado esa misma historia relacionada con su padre. ¡Mira que el mundo es pequeño, su existencia cabe en un grano de arroz!

 

Dejamos la música y nos aproximamos nuevamente a la calle “Lucero”, como vemos en el mapa de Google, el Callejón nace o muere en esa intersección. Pues bien, el lado derecho del Callejón pertenecía a una finca y en el punto de encuentro con la calle, existió una pequeña elevación donde se encontraba la vieja casona de Georgina y Manolo. Ella era prima de mi padre biológico, tenían en ese tiempo a mi primito Manolito, no recuerdo si ya había nacido Nancy, lo averiguaré. Mi prima Lucía me afirma que sí, Nancy nació en aquella casa a la que fui tantas veces a ver televisión, todo un lujo en el hogar de cualquier pobre. Recuerdo que a Manolo se le ocurrió la fantástica idea de pegarle a la pantalla un papel de plástico transparente con la parte superior bañada con un color azul translúcido, el centro lo mantuvo sin colorear y el extremo inferior de un color rojo. Las tres partes de la pantalla tenían las mismas dimensiones, más o menos.

 

Nos dijo y así le creímos, que se trataba de un televisor a color, cabe pensar que se trataba de una predicción de Manolo, un simple trabajador del Mercado Único y posible pariente de Nostradamus, quien se adelantó algo en el tiempo. Corría el principio de la década del 50 y la televisión a color se inauguraría en Cuba el 19 de Marzo de 1958 gracias a Gaspar Pumarejo. Manolo poseía una tarima de pescado (Aplicación especial de esta palabra en Cuba a las mesas de ventas en Mercados) que, le permitía vivir con cierta holgura dentro del escalafón de pobreza reinante en esa área familiar radicada en Mantilla, pero no nos detengamos mucho en nuestro recorrido.

La casa de Georgina y Manolo donde nacieran mis primos Manolito y Nancy. Chepa sentada con su hijo Miguelito y posiblemente mi hermano Luis.


 

Frente a la casa de Georgina y casi de frente a donde desembocaba el Callejón de Lucero, se encuentra hasta hoy la casa de Caridad -hermana de mi abuela- tía de mi padre y abuela de mis primos. Recuerdo que al lado izquierdo de la casa (mirándola de frente) tenía un árbol algo viejo de mangas blancas cuyos frutos eran bastante grandecitos, dulces como la miel. Bajando unos escalones y en la parte posterior de la casa, poseían un pozo, no recuerdo el uso que le daban a esa agua, la que supongo haya estado contaminada por la existencia de un arroyito de aguas albañales que corría unos metros más abajo. Después del arroyito ellos tenían una casita de desahogo donde Reinaldo, el más pequeño de sus hijos guardaba su bicicleta y otros tarecos.

 

Hoy he hablado con mi primita Regli Alfonso, hija de mi primo Reinaldo. Le pregunté si poseía fotos antiguas de aquella casita con el árbol de mangas y el pozo. Me respondió que nada de eso existía porque su abuela una vez botó todas las fotos familiares y que ella, Regli, había eliminado el pozo buscando ganar espacio para construir un cuarto. Era muy lógico que así sucediera, le estaba preguntando por cosas que existieron hace 70 años, hoy solo ocupan un lugar en mis recuerdos, tengo 75 y yo me fui de Mantilla antes de cumplir los 5.

 

Caridad se destacaba por ser una mujer algo gruñona desde mi punto de vista infantil muy particular, veo que algunos de sus nietos la recuerdan con cariño y les recomiendo que no se dejen influenciar por mis palabras, pudiera estar equivocado. La suerte la premió con la compañía de un buen hombre, muy pacífico y cariñoso con todos sus nietos, fue lo que todos llamamos un pedazo de pan. Así recuerdo al viejo Cayetano, siempre complaciente con todos sus nietos, esa es la imagen que me llega desde un pasado algo lejano.

 

Arriba Caridad y Cayetano, abuelos de mis primos, abajo Mi abuela Adolfina, hermana de Caridad.

 

Bajando por la actual calle Lucero y continuando por la supuesta acera donde Caridad tuvo su casa con el viejo Cayetano sentado eternamente en su portal, le seguía una casa en muy buenas condiciones. Contaba con una cerca alta y plantas ornamentales que bloqueaban todo intento de curiosear a su interior, no recuerdo si la buganvilia, el Mar Pacífico y alguna que otra rosa formaran parte de aquel escenario algo misterioso para nosotros los pequeños. Aquella casa que no puedo describir si era hermosa o fea fue seguidas por un pequeño complejo de viviendas de madera, todas ellas en penosas condiciones. Un cuartucho en estado deplorable donde se vivía en condiciones infrahumanas fue el nido donde crearon a mis tres hermanos menores que yo en este orden, Ernesto, Carlos y Luís. Solo que ahora saltaré este capítulo para tratar de describirle el barrio donde infelizmente fui muy feliz.

 

Continuando el mismo rumbo, unimos la pared de aquel cuartucho con la casa de Chepa. Deberán abstraerse y pensar en todo momento que, los cubanos llamamos “casa” a cualquier cosa que posea cuatro paredes y un techo que nos proteja del sol y la lluvia. Chepa era hija de Caridad, sobrina de mi abuela y prima de mi padre. Debo averiguar su nombre verdadero, me ocurre con ella lo mismo que a mis primos de Mantilla conmigo. Yo solo sé que ella se llama “Chepa” y ellos solo saben que yo me llamo “Papum”. No fue bellamente agraciada, aunque dijeron quienes la conocieron joven que Chepa fue una hermosa mujer. Si puedo dar fe de su belleza interior, demasiado fueron los mimos y cariño que nos regaló a mí y mis hermanos, casi siempre acompañado de algún mendrugo, luego bajado con una limonada hecha con azúcar prieta. Si se estableciera hoy un escalafón de pobreza en nuestra familia paterna, creo que solo nosotros venceríamos su nivel de miseria. Chepa fue la madre de unos primos maravillosos a los que quise mucho y quienes con tanto amor lograron colgar una niebla muy densa en mis tiernos ojos para mantenerme alejado de la dura realidad que vivía. Sus hijas mayores fueron dos gemelas, Isabel y Regla, muy bellas muchachitas, quienes me durmieron en su regazo con mucha frecuencia, como si se tratara de algún juguete pendiente, le siguió Yolandita y luego Miguelito. Mas tarde y ya ausente del barrio, nacieron Eduardito y Sandra. Para agrandar un poco más a la familia, mi prima Isabel le regaló a Chepa su primera nieta, así llegó Lucía, vino al mundo cuando no habían podido escapar de aquella mísera guarida donde tantas veces fui muy feliz. Me contó Lucía que vivió en aquella destartalada casa hasta la edad de cinco años en que se mudaron para Buenavista.

Nuestra querida Chepa, prima de mi padre y madre de varios primitos. De Izq. a derech posiblemente sea Jorgito le siguen Lucia con el rostro oculto, mi primita Sandrita y su hermanito Eduardito. Al frente de todos nuestro primito Miguelito, hijo de Chepa.

 

A esta casa asistía diariamente, pienso que en busca de cariño y algo que echar en mi insaciable pancita, también para jugar con mis primas. En esos tiempos el piso de aquella madriguera era de tierra. Hoy me viene a la mente el día en que lo hicieron de cemento y luego, aun fresca la mezcla, lo tiñeran con un polvo de azul o rojo, no puedo describirlo correctamente luego de transcurridos unos setenta años. Sentados en el piso y en la misma puerta de entrada, Teodoro, el rostro paterno de aquella familia, me enseñó a escribir mi nombre. Clases que fueron premiadas con alguna oportuna limonada o acompañadas del olor etílico que desprendía Teodoro. Un poco mayorcito descubrí algunos curiosos aportes que le hizo el viejo a nuestra lengua o exactamente a su caligrafía. Mientras yo escribía, me corregía constantemente la altura que debían mantener la L, la B y la T. Según sus conocimientos y aportes a la Real Academia de la Lengua Española, la L y la B tenían la misma altura y la T era algo más baja. Como quiera que sea y gracias a su empeño, yo sabía escribir mi nombre a la edad de unos tres años. Así que una vez graduado en la escuela de Chepa, me tomé unas vacaciones indefinidas para mataperrear con mis primos.

 

Continuamos andando por aquella humilde calle de tierra inaccesible a cualquier vehículo, claro, menos al de Luís y penetramos en el siguiente hogar. Tampoco era muy amplio, pero se destacaba por su pulcritud y orden. Allí vivía una de las primas más bellas de mi padre e hija de Caridad, me refiero a Mercedita. Ella aún no se había casado y siempre que hacía puré de papas me invitaba a comerlo. Creo haya sido el puré más delicioso del mundo, bueno, si el hambre crónica padecida no afectó mi paladar. Su novio era Luís, con quien se casaría poco tiempo después y fundaran una familia compuesta por otra pandilla de excelentes primos a los que conocí años posteriores a mi partida o desaparición de aquel noble barrio. Creo que en aquellos tiempos trabajaba como chofer de un lujoso auto con el que visitara frecuentemente a su bella novia por aquella intransitable guardarraya. De aquella linda familia que también recordé con cariño especial, llegó Esmeralda, luego dos bellas hermanas gemelas y por último el travieso Luisito. A todos ellos los conocí muchos años más tarde cuando vivían en una callecita paralela a la Calzada de Managua y cerca del paradero de Mantilla. Con gran pesar asistí al funeral de una de las gemelas en la funeraria Mauline y luego volví a perderme por muchos años. Antes de fallecer yo fui a verla en diferentes oportunidades a la Quinta Dependientes, durante el último intento por visitarla, me crucé en el camino con mi primo Felito antes de llegar a su pabellón y me dio la mala noticia. Recuerdo que con Luisito volví a encontrarme en Miami y disfruté la primera visita que le hicieran sus padres pocos años más tarde, luego fallecieron.


De izq-derech Mercedita embarazada de nuestra prima Esmeralda al lado de su mama Caridad,. Delante se encuentran mis primos Albertico, Felito, nuestra primita Yolandita hija de Chepa y  nuestra prima Sonia.


 

La pared de Mercedita y Luis lindaba con la de una señora mayor de edad que vivía con su único hijo, no recuerdo si su nombre era Josefa. Aquel varón solitario se desplazaba primero en una bicicleta, luego le agregó un motorcito y finalmente poseyó una moto de poco cubicaje. Eran personas que vivían su mundo y no recuerdo que hayan tenido controversias con nuestros parientes.

 

A continuación, existió la última vivienda de esa acera y guarida de unos primos inolvidables con los que pasé estos dulces recuerdos mataperreando por el barrio. La figura varonil de aquel dulce hogar correspondió a Alberto, primo hermano de mi progenitor. Creo que se dedicaba a la albañilería, era un hombre alto, fuerte y bien parecido. La figura maternal le correspondió a Lidia, pero además de ella, aquel humilde hogar contó con otra presencia femenina. No recuerdo si Cuqui era hermana de Lidia, muy joven aun, la ayudaba en todos los quehaceres de la casa. Contrastaba mucho con Lidia, ella era una trigueña intensa muy velluda mientras la supuesta hermana tendía a un castaño bien claro muy próximo al rubio si la memoria no me falla. Lo cierto en esta historia es que Cuqui ayudó en la crianza de todos los hijos de Lidia y Alberto, prole que en aquellos tiempos antes de yo partir estaba formada por Albertico, Felito y Jorge, luego llegaría una niña a la que bautizaron como Teresita, pero ya se habían mudado a una casa más amplia en la esquina de las calles Abelardo y Tamarindo. En la parte frontal de la casa de Alberto y Lidia tenían una mata de cocos.

 

A la derecha de la casa de Alberto y cruzando la supuesta calle, existe una pequeña elevación donde se encontraba la casa de Rosa la jamaicana, ella hablaba su español con un simpático acento y casi diariamente acudíamos a ella por algún pedazo de pan viejo o uno de los deliciosos mangos de chupeta que nos ofrecía de su árbol. Rosa era madre de Pancracio, un mulato mayor que nosotros y al que gustaba hacernos algunas travesuras. Hubo noches en los que acudíamos a cazar cocuyos en el terreno próximo a su casa y muchas veces emprendimos muy asustados una loca carrera escapando de los fantasmas. Resulta que Pancracio pasaba cordeles entre los árboles existentes, les amarraba un trapo blanco y cuando más entretenidos andábamos con los cocuyos, se nos aparecía volando aquel supuesto fantasma. Algo que realizaba con extrema maestría era volar “Coroneles”, así le llamábamos a una especie de papalotes de dimensiones más grandes que los normales. Recuerdo que una vez empinó uno desde la lomita donde vivía y llegó hasta el cine Chic, hablo de una distancia superior a las dos cuadras, los pequeños no teníamos fuerza para sostenerlo. Los otros días conversando con Albertico se acordaba de todas estas travesuras de Pancracio y nuestras aventuras en ese humilde barrio. El bueno de Pancracio falleció en un accidente aéreo siendo piloto de combate, me enteré muchos años después.

 

Lucia no recuerda el pasaje que existía a la izquierda de la casa de Alberto y Lidia, bueno, debo aclarar que esa casa existió en la misma esquina con la calle Santa Celia, la que en aquellos tiempos era también inaccesible. No se podía cruzar en vehículo alguno hasta Giral por culpa del arroyito mencionado que pasaba por detrás de la casa de Caridad. El primer apartamento de aquel pasaje y el único en poseer portal estaba habitado por Juan el policía y Martha su esposa. Ese negro obeso perteneció a la policía de Batista y no tuvo problema alguno con los extremistas sedientos de venganza llamados “revolucionarios”. Ambos eran un pedazo de pan muy queridos por los vecinos, Albertico mi primo se acuerda perfectamente del pasaje y del negro Juan, quien antes de mudarnos de ese barrio bautizó a mi hermano Ernesto junto a mi tía Milagros, hermana de mi padre. En ese pasaje viví con mi madre y padre, aún no habían nacido ninguno de mis hermanos. Convirtiéndose un poco más tarde en el punto donde nacieran nuestras desgracias, pero lo reservaré para más adelante.

 

A la derecha del pasaje presidido por Juan el policía, mirándolo de frente, existió un enorme árbol de Ceiba y detrás de él una enorme casona muy vieja algo inclinada, cuya puerta se encontraba cerrada con una cadena y un candado. Aquella era una casa encantada repleta de fantasmas y dragones para nosotros, quienes en actos temerarios desafiábamos los malignos poderes de esos monstruos y penetrábamos en ella para combatirlos y tomar de paso algunos huevos que las gallinas ponían en su interior. La Ceiba, como era de suponer, fue sede también de muchos despojos de santería que orinábamos para tomar uno que otro quilo prieto. Monedita que gastábamos unos metros más abajo, porque justo cruzando el arroyito por una loza de cemento colocada como puentecito, existía un diminuto kiosquito donde comprábamos algún matahambre, nuestro dulce favorito y el único capaz de saciar ese voraz apetito que siempre nos perseguía.

 

Esa foto mía pudo ser del año 1950 sin haber cumplido aun el año. Estoy sentado encima de una mesita de noche perteneciente a un juego de cuarto comprado a plazos en la tienda "Flogar" y que fuera decomisado por impago. La foto fue tomada en un cuarto del pasaje encabezado por Juan el policía, padrino de mi hermano Ernesto.



Cruzando el arroyito y subiendo en demanda de la calle Giral a mano derecha, vivió uno de mis mejores amigos de la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, me refiero a Luciano Pinto, eso lo supe varios años después, cuando en uno de nuestros pases dominicales me llevó hasta su humilde hogar. A Pinto le dediqué un trabajo titulado “Entre gorriones”. Siendo marino me lo encontré como mensajero del correo situado en La Palma.

 

Mi abuela paterna se llamó Adolfina y era, como dije antes, hermana de Caridad la abuela de todos mis primos. Ella también tuvo su hogar en Mantilla y me obliga a regresar sobre mis pasos para indicarles donde vivió ella con mi bisabuela Agustina, también con mi tía Fina, su esposo y mi prima Sonia, creo que pudo haber nacido mi primita Grisel, pero no estoy muy seguro. Toda aquella tropa se acomodó un tiempo en una enorme y confortable casona con un techo de tejas de dos aguas y un patio inmenso aislado del mundo exterior por un muro de ladrillos, que imagino superaba los dos metros de altura. Pues la casona donde falleciera mi bisabuela y donde también fuera velada, funeral que recuerdo perfectamente y desde donde me llega la imagen de mi abuelo materno como protagonista del panegírico. No encuentro vínculo alguno entre mi abuelo Octavio y la familia de mi padre, pero allí estaba parado frente al sarcófago con un impecable traje oscuro con unas apenas perceptibles rayas amarillas y saco de abotonadura cruzada.

 

Disfruté de esa enorme casa por algunos períodos cortos de tiempo, tampoco recuerdo la extensión ni las causas de mi presencia allí. Recuerdo a mi bisabuela Agustina, una dulce viejita siempre sentada en su antigua máquina de coser confeccionándonos algún trapito y pegada a su jarrito conteniendo anís, su bebida favorita. Hoy acudo a Google Maps y encuentro dos manzanas de calles en lo que antes fuera un potrero, esas manzanas están comprendidas entre las calles Calzada de Managua y Santa Flora, sus calles perpendiculares son Giral y Bernal, manzana dividida en dos por la calle Santa Hortensia, paralela a Calzada de Managua. Puedo estar equivocado y que esa manzana estuviera comprendida entre las calles Giral y Bernal, limitada por la Calzada de Managua y Santa Hortensia, me hace dudar por la existencia de la ferretería en la esquina de Giral y Calzada de Managua y aquella casa Villa Jabón Candado o FAB construida casi en la esquina de Giral con Santa Hortensia, detrás de esas construcciones no existían las casas que hoy se pueden observar en Google. Duda que se disipa cuando viajo mentalmente en la ruta 4 en cualquier dirección por la Calzada de Managua y disfruto de la vista de aquella casona con techo de tejas erguida como un oasis en medio de aquel despoblado potrero. Luego confirmo que fue así con mis primas Lucia y Sonia.

 

Ya les mencioné que la calle Santa Flora era la segunda paralela a la calzada de Managua que moría precisamente en la calle Lucero, andemos por ella y crucemos a la calle Giral, solo unos metros antes de llegar a Bernal vivieron todos ellos al lado de una bodega que perteneció a un español conocido por los vecinos como Pepe, esta información, además de la existencia en la acera del frente de una negra santera llamada Nereyda, me fueron aportadas por mi prima Sonia, quien aún conserva casi vírgenes aquellas memorias. Ella me peleaba por haberlo olvidado y la comprendo muy bien, sus recuerdos quedaron en esa fecha donde la vida se detuvo para ella en la isla, mientras yo iba acumulando nuevos paisajes, nombres, dolores y tristezas. Dentro de aquel apartamento veo los rostros de mi primita Grisel y la última parida en Cuba por mi tía Fina, me refiero a Piliana, quien de niña y luego de mayor tuvo un gran parecido con mi hermano Luís.

 

Hasta aquel apartamento con portal situado al lado de una bodega, viajaba yo diariamente con un jarro para buscar leche de unas chivas que mi abuela ordeñaba cada mañana. Aquellos animalitos andaban sueltos por todo el barrio y nadie se atrevía a robárselos u ordeñar. Aquella chivita que tanto nos ayudara a sobrevivir se llamaba Cuca, me dijo Sonia que cuando ellos se quedaban dormidos en las mañanas, la chivita tocaba la puerta con sus cuernos para que la vieja las ordeñaran. Ahora regreso nuevamente al pasaje donde vivió el negro Juan, aquel adorable y bondadoso policía con su esposa Martha.

 

El apartamentico quedaba más o menos a mitad de la longitud del pasillo, era de pequeñas dimensiones, creo que inmenso para cualquier inocente niño sin conciencia o ambiciones. Yo sé que muchos no creerán sobre mis recuerdos de las fotos tomadas en la época, es normal que así sea. Sin embargo, han existido decenas de niños, algunos de ellos bebé aun, que se han hecho virales tocando piano con una edad similar a la mía en esas fotos o hablando varios idiomas con dos o tres añitos. ¿Por qué yo no puedo recordar el sitio o momento en que me fueran tomadas? Los que me conocieron en mi etapa de estudiante para oficial de la Marina Mercante, deben recordar que en clases yo solo escribía en una libreta todas las asignaturas impartidas en el día. Luego al pasarlas para las libretas correspondientes a cada asignatura, era capaz de grabarlas en mi mente al extremo de repetirlas cuando repasaba a uno u otro amigo tal y como fueran impartidas por los profesores. O sea, aun cuando esa memoria comienza a faltarme poco a poco con el avance de la edad, yo puedo manifestar que he poseído una memoria fotográfica fuera de lo normal desde que nací.

 

Imagino que aquel cuartico que solo contaba con una cocinita y baño, fuera el punto de partida de una inmensa y casi infinita travesía preñada de sinsabores en esa etapa de la vida tan sensible para cualquier ser humano, la infancia. Hambre, miserias, dolores, enfermedades, llantos acompañados por las constantes picadas de mosquitos, olores nauseabundos que desprendía una fosa sin techo y, aquel fuerte olor de una aquella pomada negra iodex que, mi madre me puso con la hoja de una planta en uno o ambos lados de mi carita cuando tuve paperas. etc. Todo me iba llegando un tiempo más tarde cuando adquirí conciencia y regresé sobre mis pasos hasta encontrar este punto del que partí al sonar ese disparo por el que ansiosos esperamos para iniciar nuestras vidas. Fue a partir de esos instantes en los que verdaderamente comencé a sentir dolor, esa angustia que te deja heridas sin cicatrizar y te arranca entre lágrimas una promesa; “Mis hijos no pasarán por estas amargas experiencias”.

 

De aquel cuartico perteneciente al pasaje presidido por el negro Juan recuerdo mis primeras lágrimas, ellas llegaron a mis ojos en un viaje que dimos a la playa de Varadero junto a otros parientes y vecinos a bordo de un camión pagado entre todos. Recuerdo que el punto de reunión y partida fue donde morían las calles Lucero y Rodrigo de Armas. Se viajó en bancos de madera, yo lo hice en los brazos y piernas de mi madre, es lógico pensar que alguna de esta información me la ofreciera mi madre un tiempo más tarde, pero la del agua salada la recuerdo perfectamente. Por el piso del camión fueron colocadas varias cajas de cerveza y un lechón asado. Lloré porque mi padre en un acto verdaderamente irresponsable o quizás bajo los efectos del alcohol me zambulló varias veces y tragué mucha agua salada. Una foto quedó como constancia de ese viaje que imagino haya sido realizado en el año 1950 y que he usado para ilustrar este trabajo. Mis segundas lágrimas llegaron un día en el que mi madre lloraba desesperadamente y hacía lo imposible porque unos hombres no se llevaran el juego de cuarto que -una vez de mayor me contara- mi padre había comprado a plazos en la tienda “Flogar” y dejara de pagar su mensualidad. Creo que sobrevivió la cunita donde yo durmiera y fuera usada posteriormente por mis hermanos Ernesto, Carlos y Luis. Supongo que también durmiera en ella otro hermanito que falleció de meses y se llamó Angelito, no lo recuerdo y me lo trajo a la mente mi prima Sonia, tuvo que haber sido una de aquellas noches donde mi madre se ahogaba en gritos y nos contagiara con su llanto. Me dijo mi prima Sonia que aquel Angelito traído al infierno que fueran nuestras vidas, fue vestido por nuestra abuela Adolfina. Existió una breve pausa en mi vida y reaparezco nuevamente en un cuartucho inhabitable colindante con el palacio de Chepa y su prole. Esta vez me veo acompañado de mi hermano Ernesto y Carlos, un poco más tarde apareció Luís.

 

¿Cómo pudiera describirles aquel infierno donde nos condenara nuestro padre biológico? Imaginen por un solo segundo que la pieza de mayor valor encerrada en aquellas cuatro paredes, lo constituyera el bombillo incandescente que nos alumbrara. Era muy fácil adivinar cuando era de día y cuando no. Aquellas carcomidas y podridas tablas machimbradas se encargaron de permitir la entrada de la luz y la lluvia que nos enviaba San Pedro con vientos. En la pared posterior de aquel cuarto sin baño ni cocina, mi padre, con la ayuda de algún pariente, no lo recuerdo muy bien, se encargó de cavar una fosa donde se arrojaban nuestros excrementos. Quedó descubierta hasta el mismo momento que fuéramos rescatados por mi abuelo materno. Creo que por cocina contábamos con un reverbero de alcohol, una que otra cazuelita y un sartén.

 

–¿Te acuerdas del día que agarraste el sartén para golpear a nuestro padre? Preguntó mi hermano Ernesto los otros días sin saber que yo estoy escribiendo esta macabra historia.

 

Yo había olvidado esta reacción mía con apenas cuatro años. ¡Claro que lo recuerdo! Fue uno de aquellos tristes días donde el autor de nuestras vidas se encontraba golpeando a la infeliz de mi madre. Deben imaginar nuestra situación cuando llovía, sin embargo, para nuestras inocentes mentes infantiles todo pudo tratarse de un juego donde nosotros éramos los protagonistas y nos divertíamos. Nuestra madre confeccionaba barquitos con las hojas de las revistas que siempre leía o releía, creo que las conseguía en la barbería de nuestro abuelo Pedro, ya les hablaré más delante de este hombre tan generoso y cariñoso con todos nosotros. Entonces, realizando un acto casi temerario y corriendo el peligro de ser arrastrada por aquellas turbulentas aguas que bajaban desde el cine Chic, ponía una de sus piernas en medio de aquella corriente mientras iba soltando todas sus naves una a una para que navegáramos en aquel mundo maravilloso cargado de sus fantasías. Su comportamiento era similar al de una niña, solo que se iba deteriorando diariamente hasta llegar a lo que se convirtió, en un ridículo y anémico fantasma de su persona, una vieja que no había alcanzado todavía los veinte años.

 

No recuerdo cuáles eran los días que comíamos caliente y cuáles de ellos se lo debíamos a la caridad de quienes nos rodeaban. Ya en esta nueva aparición mía, noto que se esfumaron del paisaje mi abuela, tía Fina y mis primitas, se perdió para siempre aquel jarro con la exquisita leche que generosamente nos regalaba cada mañana la chivita Cuca.  Se perdieron un día de Mantilla sin despedirnos en mis recuerdos y más tarde me enteré de que vivían en Estados Unidos. No volví a ver a Sonia hasta el año 1959 cuando fue de visita a Cuba junto a mi abuela, me sacaron unos días de la Beneficencia y la pasamos de maravillas nuevamente, solo que ahora no sabía del paradero de mis hermanos.

 

Después que ellos partieron a Estados Unidos fueron incontables los viajes que yo realizaba hasta el final de la calle Giral, recuerdo que en la esquina formada con la calle Rodríguez de Armas (por la acera derecha) había un pequeño edificio donde creo que existió una bodega en sus bajos, dos o tres puertas contiguas mi abuelo Pedro tenía su barbería. Giral finalizaba como calle asfaltada antes de llegar a la curva un poco más abajo de la barbería y continuaba como terraplén hasta la barriada del Lawton. Años más tarde ese terraplén sería asfaltado y por esa calle transitaría un camioncito ruso GAZ 63 de pasajeros conocido popularmente como la Cutoa. Hacía viajes desde el Lawton a Mantilla, bajaba por la carretera de Lucero y culminaba su trayectoria junto a la Carretera Central. Pedro no era exactamente mi abuelo paterno, creo que lo superó en cariño, bondad y generosidad. Hasta donde la memoria me alcanza, no creo deberle un solo beso a mi abuelo verdadero de quien heredé mi nombre y apellido. Pedro pudo haber sido un enamorado, novio o marido de mi abuela, hombre al que le debo -entre tantos- haber callado el llanto de mis tripas y las de mis hermanos infinidad de veces. Me veo caminando por esa calle Giral de regreso a nuestro cuartucho con una moneda de plata de veinticinco centavos y algún bultico de revistas viejas para consumo de mi madre, las de papel lizo o brillantes luego servirían para la construcción de futuros barcos de vela y las de papel algo ásperos y sin brillo ya deben imaginar. Con aquellos veinticinco centavos se podía comprar leche condensada para desayunar o dependiendo de la hora mi madre me enviaba con el mismo jarro usado para la leche a buscar frijoles cocinados, unos diez centavos bastaban para llenar aquel jarro. Bajando por Giral en la acera izquierda y antes de llegar a la calle Santa Celia existía una bodega-bar con vitrola incluida, exactamente al frente de ese local existía un kiosquito muy pequeño con un fogoncito donde un prieto cocinaba frijoles negros, nunca los encontré de otro color.

 

Transcurrieron años duros vistos desde la estatura de un hombre con suficiente edad y madurez para comprenderlo, sin embargo, no me viene a la mente sufrimiento alguno. Si me llegan pasajes dolorosos a los que nunca le presté mucha atención, no imagino que pudiera sentir un niño viéndose privado de participar en la fiesta de cumpleaños de un primito por considerársele un “impresentable”. No tenía una ropita decente y puede ser la causa por la que no aparezca en ninguna foto tomada en esos eventos. Me veo de niño en el exterior del portal de la casa de Caridad, la abuela de todos mis primos, veo a una de las hijas de Chepa alcanzándome un platico de cartón con un pedacito de cake y un vasito de refresco. Soy inocentemente feliz en aquel instante, me apuro en devorar aquella golosina y sonrío, me siento afortunado, celebro la alegría de los demás sin mirarme por fuera. Nunca sentí envidia por la dicha que vivían mis primos en medio de sus pobrezas, disponer de tres platos de alimentos diarios y el amor de sus padres fue una especie de suerte que ellos compartieron conmigo y ayudaron a borrar cualquier señal de dolor. En los momentos más trágicos de aquella dolorosa infancia, no puedo calcular cuál hubiera sido nuestra vida sin la asistencia oportuna de Chepa (Hoy, con 75 años en las costillas, acabo de enterarme por mi prima Lucía que su nombre fue Josefina Suárez Hernández) Para mí continuará siendo mi Chepa querida. Lo mismo puedo manifestar de Alberto y Lidia, Mercedes y Luís, Georgina y Manolo, primos de mi padre. Ellos supieron sembrar en sus hijos ese cariño que ha viajado inalterable durante más de medio siglo, algunos se han apurado y partieron en ese viaje sin regreso. Son muchos por nombrar y harían demasiado extensas estas memorias. Menciones especiales se merecen Juan el policía y Martha, Pedro el barbero, Rosa la jamaicana y cuantos sirvieron para aliviar nuestras penas y hambre.

 

Hubo un animalito que nos regaló muchas alegrías, me refiero al perrito “Alí”. Mi madre no pudo estar muy bien de la cabeza, eso pienso. No le bastaba la miseria a la que nos sometiera nuestro padre y agregó otro estómago a nuestra escasa dieta. Lo vi una vez comiendo las heces de uno de nosotros y sentí esa pena pequeña que no deseaba comprender lo que nos sucedía. Durante uno de nuestros extravagantes paseos, mi madre lo dejó amarrado a la cerca de una casa muy cerca de la recién inaugurada “Casa de Socorros de Mantilla”. Mi tía materna y madrina llamada Haydee, vivía a escasos metros de ese puesto médico, su casa estaba localizada en la calle Rosell muy cerca de la cuchilla formada con la Calzada de Managua, era la primera casa de esa acera y colindaba con una carpintería. Recuerdo de paso que esa zona me resultaba muy familiar, varias veces mi padre me llevó a unas sesiones de espiritismo que ofrecía un individuo llamado Gonzalo con sede en la calle Santa Hortensia muy próxima a la Calle Úrsula. Es de suponer que estos nombres los he adquirido en Google Maps. No logré comprender cuál era el propósito perseguido por mi padre en su insistencia por llevarme a ese local. Tampoco creo le resulte agradable a ningún niño estar presente en los instantes en los que entraran en trances con sus convulsiones incluidas algunos de los asistentes, casi siempre eran las mujeres presentes en esas funciones. También podía suceder que en medio de sus despojos te cayera alguna gota de Agua de Florida en los ojos. Varios años más tarde lo comprendí todo, el saloncito del espiritista Gonzalo fue el punto de encuentro entre mi padre y la futura madre de mis otros hermanos, me refiero a la negra Luisa, quien a partir de mi adolescencia me quiso mucho y se encargó de criar a mis dos hermanos menores Carlos y Luís.

 

Lloramos como nadie puede imaginar por el abandono de nuestra mascota y condenamos a nuestra madre por aquel acto sin piedad, sencillamente no lográbamos comprender el hambre que estábamos pasando y que fuera aliviada por nuestros vecinos, los primos de nuestro padre.

 

-¿Te acuerdas de Alí? Le pregunté a mi hermano Ernesto en una de sus frecuentes llamadas desde La Habana, creo más bien que intentaba medir el estado de su memoria.

 

-¡Alí, Alí, Alí!...Mi hermano, la verdad es que no me viene a la memoria. ¿Me hablas del boxeador?

 

-¡Qué boxeador ni ocho cuartos! Alí fue el perro que tuvimos en Mantilla cuando vivíamos en el cuartucho.

 

-¡Verdad que sí! Oye, y lo preocupada que estuvo mima con su desaparición.

 

-¡Coño!, ¿serás guanajo? ¿Qué preocupada ni ocho cuartos? Mima lo dejó amarrado por casa de Haydee por el hambre que pasábamos y el perrito regresó al quinto día.

 

-¡Coño, verdad que sí! Aceptó casi derrotado por su falta, sin embargo, goza aun de tremenda memoria y me recordó pasajes olvidados.

 

Existieron otras fechas que pudieron resultar muy dolorosas para nosotros y nunca sucedió así. Me refiero al 6 de Enero, día de los Reyes Magos, los camellos nunca encontraron nuestro cuarto y creo que a los hijos de Chepa les sucediera lo mismo. Solo una vez entraron par de revólveres de cowboy a nuestro hogar. Los trajo Juan el policía a mi hermano Ernesto en su calidad de padrino y le dijo que lo habían dejado los reyes magos en su casa.

 

-Si no hay pistolas pa'todos, no hay pistolas pa'nadie. Dijo mi madre y las guardó en un cajón.

 

Después de abandonar a Mantilla vivimos en sitios diferentes y aquellos revólveres no pudieron vencer el decomiso y castigo aplicado por nuestra madre. Solo los veíamos a escondidas de vez en cuando. Sin embargo, aprendimos a disfrutar la felicidad contagiosa de nuestros primitos Albertico, Felito, Jorge y el bitonguito de Manolito, nunca, lean bien, nunca pasaron por nuestras inocentes mentes o habitaron en nuestros corazones sentimiento alguno de envidias, celos, desprecio por sus buenas suertes, etc. Siempre lo celebramos y jugábamos con sus juguetes, algo mejor, sus padres nos enseñaron a ser niños y salvaron nuestras almas del ambiente violento vivido con frecuencia dentro de nuestras cuatro paredes.

 

Fueron varias las oportunidades en las que Alberto sacó a mi padre del cuarto donde vivíamos por estar golpeando a nuestra madre, casi siempre me llevaba para su casa a dormir, todo un lujo para mí, ellos tenían televisor y era muy fácil caer rendido a los pocos minutos de estarla viendo. Guardo un recuerdo de Alberto como uno de los grandes tesoros de mi infancia, durante uno de aquellos espontáneos refugios en su casa, resultó que yo tenía un dientecito a punto de caerse y él me dijo que lo pusiera debajo de la almohada porque un ratoncito vendría y me dejaría una monedita. Todos los que han vivido esa dulce experiencia, conocen la grandeza de esos pequeños actos disfrutados por los niños. Esa mañana la algarabía formada en aquel humilde hogar fue digna de haberse filmado, recorrí todas las camas mostrando aquella monedita de cinco centavos que solo un poquito más tarde fuera gastada en nuestros queridos matahambres. Ya de hombre y viviendo este destierro, tuve la oportunidad de hablar con los dos, Alberto y Lidia, durante una de sus visitas a Miami antes de que fallecieran. Les agradecí con todo mi corazón cada uno de los momentos de felicidad que ellos me regalaron y permitieran de paso que mi infierno fuera algo tolerable. Oportunidad tuve de expresarles palabras similares a Mercedita y Luís cuando estuvieron en Miami visitando a mi primo Luisito, fueron seres a los que quise muchísimo.

 

Transcurrido cuatro o cinco días, la alegría inundó cada rinconcito de aquel miserable cuartucho, Alí regresó muy sediento y con mucha hambre. Esta vez le resultó imposible a nuestra madre desprenderse de nuestra mascota. Existió por esos tiempos un acontecimiento inolvidable, nuestro hermano Luis se puso muy mal de salud y lo ingresaron en el Hospital Infantil. Allí permaneció durante todo un año y no faltaron semanas o meses donde le anunciaran a mi madre su muerte segura. Nunca pude medir su capacidad para sufrir, pudieron existir seres que vivieran situaciones similares, pero no creo hayan podido superarla. Cada vez que lograba reunir algo de dinero para pagar la guagua, mi madre cargaba conmigo, Ernesto y Carlos, yo era el mayor de los tres y quien debía imponer orden en aquella indisciplinada cuadrilla. Todo marchaba muy bien hasta un minuto exacto de aquellas tardes que esperábamos cargados e angustias, nuestro hermano Carlos tenía un sistema de relojería en el fondillo que disparaba ráfagas de mierda muy apestosa a la misma hora. Yo debía llevarlo para el baño del Hospital Infantil, desnudarlo con todo el asco del mundo tratar de limpiarlo y lavarlo, tarea que me consumía mucho tiempo, no olviden que en esas fechas no existían pañales desechables y aunque así fuera, no teníamos dinero. Uno de esos días aquel mecanismo integrado al fondillo de Carlos sufrió un desperfecto e hizo la gracia en una guagua de regreso. No quieran saber el escándalo y las protestas de los otros pasajeros, estuvimos a punto de ser expulsados en diferentes guaguas. Ya de hombre y siendo Capitán de la Flota Cubana de Pesca le recordé este pasaje mientras compartíamos con alguna novia y se encabronaba, para despedirnos yo le decía ¡Adiós cagón!

 

Luisito estuvo ingresado en ese hospital más de un año hasta que lograron salvarlo de un agresivo parásito en el hígado. Nuestras vidas se mantuvieron en esa zozobra durante otro largo tiempo y un día, quizás por obra de un milagro, llegó nuestro abuelo materno para salvarnos de una muerte casi segura. Mi padre fue convocado a la estación de policía que se encuentra en la calle Porvenir, allí lo esperábamos mi madre con sus cuatro hijos.

 

-¿Con quien deseas vivir? Me preguntó un policía.

 

-¡Con mi mama! Respondí con toda la firmeza y convencimiento del mundo, ajeno totalmente al destino que me esperaba una vez que cruzara el umbral de aquella puerta.

 

-Muy bien, ponte al lado de tu mama. Yo le obedecí sin comprender mucho lo que sucedía.

 

-¿Con quién deseas vivir? Le preguntó a Ernesto y la respuesta fue similar. No podía preguntarle a Carlos y Luís porque aún no hablaban.

 

-Aquí no habrá más discusiones, las decisiones fueron tomadas por los niños. - Señor Pedro Angel Casañas Hernández, usted saldrá de esta estación con los dos niños restantes, su mamá no puede mantenerlos a los cuatros y esas criaturas han sido el resultado de una obra compartida. Ustedes tienen la obligación de velar por la salud y mantenimiento de estos niños. Culminó diciendo aquel policía y no recuerdo quienes salimos primeros o últimos. Pasaría un largo tiempo sin volver a ver a mis hermanos, el camino recorrido por los cuatro fue muy largo y divergente.

 

Recuerdo que el día de nuestro rescate, mi abuelo materno se apareció con un camioncito destartalado al que le sobraba espacio para cargar nuestras pobres porquerías. Detrás del camioncito corría Alí desesperado y nosotros llorando por él. No recuerdo sin embargo a ninguno de nuestros parientes parados en sus puertas, ni su hubo despedida, es probable que la ceguera producida por nuestras lágrimas bloqueara nuestra visión y ellos estaban allí, alegrándose por nuestra salvación. Creo haya sido uno de los días mas tristes de mi infancia, huíamos hacia la nada, sin rumbo, sin saber que en ese viaje comenzarían nuestros años duros. En la cabina viajábamos junto al chofer mi madre, Ernesto y yo, comenzaba nuestra peregrinación hasta Guanabacoa.

 

…“Yo no sé cómo un comunista es capaz de querer a un compañero, cuando en su camino dejó abandonado a nueve hijos”…

 

Eso le dije un día delante de varios hermanos míos, ya mayores, cuando vivía con su décimo quinta mujer en la calle Zanja por el año 1979.

 

CONTINUARÁ.-

 

 

Esteban Casañas Lostal

Montreal..Canadá.

2025-03-30

 

 

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